TEXTO Y FOTOGRAFÍAS PABLO RUSSO
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Hugo Ramón Centurión dice que abajo no se ve nada, y que en lo único que piensa cuando desciende es en Dios. El hombre explora el fondo del río Paraná, y por eso mismo no es de esas personas que pueden sentarse a conversar con un colega así nomás. Tiene una profesión solitaria, una especialidad que comparte con muy pocos en el mundo: es científico subaqua, ingeniero y buzo de profundidad. Nació en Paraná, en 1954, y es en esta ciudad donde tiene su «puerto de asiento», y donde estaciona el barco y construye sus propias y sofisticadas herramientas, incluido un submarino. En esta conversación con 170 Escalones repasa algunas de sus inmersiones.
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¿En qué parte del río trabaja?
En toda la cuenca del Paraná, desde su nacimiento hasta su desembocadura. He hecho muchos trabajos, desde reflotamientos hasta construcciones: Yaciretá, Itaipú, Túnel Subfluvial, Gasoducto Mesopotámico, Puente, Costanera, puertos… ese tipo de cosas. Del agua para abajo, todo.
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Una especialidad poco común…
Somos pocos en el mundo. Me recibí de ingeniero buzo en Panamá; luego, de salvamento y buceo en Washington. En Argentina, de perito naval en salvamento y buceo, título máximo que da Prefectura a un civil. Estoy eternamente agradecido a mis hermanos y mi padre que me enseñaron mucho. Mi papá era capitán de ultramar, y yo estudié en la Escuela N.° 100 de Construcciones Portuarias y Vías Navegables. Me gustaba trabajar, atender y aprender.
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¿Cómo o cuándo se le ocurrió ser buzo?
Estaba en la escuela de aprendices, tenía doce años, salimos al recreo en la dársena y del lado norte se tiró al río un hombre en una estanciera. Vinieron unos buzos, no sé de dónde, pesados, hombres gordos, poco entrenados, buzos de escafandra. Yo dije: «Si ellos son buzos por qué no voy a poder serlo yo». Así que me fui de buzo al Batallón de Ingenieros Anfibios de Santo Tomé.
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¿Qué le pasó la primera vez que buceó?
Pensaba que hacía dos horas que estaba abajo del agua, y hacía cinco minutos. Después fue al revés, pensaba que iban cinco minutos y eran dos horas. Uno pierde la noción del tiempo.
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¿Es autónomo?
Sí, me independicé hace muchos años del Estado. A los veintidós o veinitrés años empecé a hacer trabajos particulares aún en el Estado. En el primero gané cincuenta años de sueldo en tres días. Era riesgoso y complicado, pero lo sabía hacer. Y desde entonces no paré más. Gané mucha experiencia. Fui jefe de todos los buzos de Vías Navegables del país.
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¿Las empresas o el Estado lo contratan para cada necesidad particular?
Sí, yo cotizo y me dan el trabajo. En esto no se llama a licitación porque somos tres o cuatro los que podemos hacerlo; nos juntamos y nos repartimos, no hay competencia mala, somos todos amigos, conocidos, y el sol sale para todos… Yo fabrico las herramientas, esa es la ventaja que tengo ante los demás.
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¿Qué tipo de herramientas?
Trabajo con aparatos hasta ochocientos metros. Inventé un aparato único en el mundo para cuatrocientos metros: Batisfera escafandrilus se llama; sirve para muchas cosas: rescatar personal metido en un barco hundido, por ejemplo, al que se detecta con sonares y se deposita como un plato volador y se saca con soplete; sirve para muestreos de lecho. Es un aparato al que se le cambian las consolas. Si hay un operativo hay que hacerlo con una grúa, con doce toneladas de contrapeso, se baja el aparato, y hay mucha gente implicada. Yo me meto dentro pero hay operadores con la grúa, el cable, el teléfono, me van alcanzando herramientas, y un médico esperando por si me pasa algo. Inventé muchos aparatos, y voy a seguir inventando. Estoy haciendo un submarino, ya terminé la parte de soldadura y eso va a Europa donde me lo aprueban para mil quinientos metros en un ensayo de cámaras hiperbáricas donde inyectan presión para ver la dilatación. Vendrá para acá y lo continuaré en mi taller.
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Río
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¿Cómo es sumergirse en el río?
El tema es así: hay que estar perfectamente bien de la cabeza, con carácter, porque no se soportan errores. No es como el boxeador que descansa un minuto, el buzo desde que tocó el agua hasta que salió tiene que hacer fuerza. Uno tiene que preparar todo, la rosca que funcione, el cable, el aparatito, la pinza… Todo lo tiene que probar el buzo para que no se encuentre con inconvenientes bajo el agua. Hay señales y formas de preparar la herramienta, se dejan marcas porque abajo hay cero visibilidad. En el río la claridad es hasta los quince centímetros que entra el sol, después no se ve más nada de nada; todo a ciegas y por tacto. Además, me tengo que cuidar mucho, soy buzo de profundidad, son otros requerimientos para el organismo, trabaja distinto. Pero todo es sin ver. Cuando voy al mar es como que voy a la Plaza de Mayo… El buceo es muy importante, pero más importante es saber qué voy a hacer abajo. Porque si no sé trabajar en construcciones no puedo ir abajo a llamar un albañil. Hay que estudiar, saber hacer los trabajos puntuales, difíciles, y no se ve.
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¿Qué hace cuando baja?
Voy directamente a hacer el trabajo. En el gasoducto mesopotámico, por ejemplo, en Aldea Brasilera está la curva del caño que viene por Coronda y cruza el río. Cada seis meses hay que hacer un estudio para ver cómo está, si se entierra o desentierra, como pasó con el túnel. Tengo un aparato que mide si está destapado o si está enterrado y a cuantos metros, es un mantenimiento preventivo. Al aparato lo tengo que poner a prueba en mi embarcadero, voy al túnel, al puerto, y ahí se nota cómo las bolsas que van dando vueltas en el lecho se acumulan, quedan enganchadas en raigones y espineles viejos. Hay cuerpos muertos de hormigón… se va acumulando ese tipo de sedimento y se hacen obstáculos que son contagiosos, porque adentro contiene aerosoles, botellas con querosén… Tengo otro aparato que puede triturar todo, hacerlo polvo para que se vaya degradando…
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¿Tiene participación en la construcción del puente Paraná-Santa Fe?
Me contrataron para hacer las perforaciones, el estudio del suelo. De acuerdo al análisis se sabe qué diámetro y profundidad debe tener el pilote. El emplazamiento es un kilómetro arriba de las torres de alta tensión de la Toma Vieja. A mitad de camino entre la desembocadura de Tres Bocas y las torres. Hay veinte metros de profundidad ahí, una zona alta del lado de Paraná, y sale a la isla y empalma con la ruta del túnel hacia Santa Fe. Pero todo depende de si hay plata, porque eso se arranca y después no se puede parar, por lo menos en el pilotaje. No sabemos todavía si se va a lograr hacer…
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¿Qué hay en el lecho del río?
Todo sedimento, pescado y espineles viejos, deteriorados, abandonados, raigones, camalotes… no hay cosas lindas, aparte no se ve tampoco, uno las palpa nomás. Es un sedimento opaco que absorbe la luz, hay un frente del cien por cien que anula. Los visores nuestros son ciegos, de acero inoxidable, la escafandra que hice no tiene vidrio, es todo con sensores.
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¿En qué piensa cuando bucea?
En Dios. Si uno no cree en Dios no puede estar ahí. No existimos nosotros, igual que en la inmensidad del mar: uno puede tener todos los títulos que quiera pero ahí es Dios el que manda. Demasiado ya que estamos abajo contra su voluntad, ya que a los peces los hizo para estar ahí, no a nosotros. Tengo que estar agradecido y tratar de hacer las cosas lo mejor posible, porque es muy riesgoso lo que hago: coloco explosivos, tengo corriente, soplete bajo el agua… En ese momento hay que tener todas las pilas puestas, no se puede entretener en otra cosa. No hay lugar para pensar en nada más; solamente en la descompresión, cuando uno está subiendo. Abajo no hay tregua y encima uno hace mucha fuerza, constante y continua. Los buzos no toman, no fuman. En mi categoría no puedo hacer nada de esas cosas. Tampoco las necesito ni sufro por eso. En la actualidad no tengo con quien hablar de mi especialidad a esa profundidad. Hablaba con mi adorado padre de lo que es la superficie, las maniobras, los guinches, de cálculos… debajo del agua no tengo con quien hablar.
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¿Hasta qué edad piensa seguir haciendo esto?
Mi hijo que es médico me va a decir «hasta acá llegaste». Ya me está diciendo que no haga fuerza, pero el problema es que no puedo llevar gente inexperta. Es difícil conseguir personal para esta especialidad. Por eso el carácter, violentísimo, fuerte, por un lado; y por otro, súper suave, porque con el explosivo no hay que temblar, hay que ponerlo justito, estar totalmente concentrado.
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Mar
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Además de las construcciones en el río también ha rescatado galeones…
Sí, tengo piezas de antes de que Colón descubriera América, dientes de los piratas. Voy por todo el mundo haciendo reflotamientos. La técnica es no robarse nada y sacar todo lo más sano posible. Hay un puntaje. No es ir a arrancar y romper, hay especialistas para sacar las cosas. Llevo veintiocho galeones sacados. Tengo la jaula de un lorito de un pirata, pedazos de barco, de galeón, pernos caldeados de hierro, un contrato de esclavos en papiro que se conservó dentro de un cofre forrado con cera de abeja…
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¿Dónde guarda todo eso?
Algo en el rancho en Puerto Viejo, otro tanto en el Museo de Mónaco, donde los presté, y en distintos lugares del mundo. Cuando me contratan yo pido tanta plata más uno o dos objetos.
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¿Quiénes son los que lo contratan?
Expedicionarios que o tienen mucha plata o se funden, porque el mar es grande. Esta gente tienen embarcaciones –o contratan porque perdieron todo– y tienen acceso a los archivos en España, por ejemplo, o de Francia (depende donde tengan la patente). En esos archivos figura: «En tal parte se hundió tal y tal barco, carga general, oro, plata, o desconocido». Hacen expendición de acuerdo a las coordenadas. Pero si el barco quedó semihundido, con el viento del mar fue a parar a 100 kilómetros de las coordenadas, entonces a veces no se encuentran. Cada vez hay búsquedas más sofisticadas. A mí me dicen: «En tal parte encontramos esto», y voy. Tuve que hacer muchos cursos de mantenimiento de equipos, de madera, de cabos y de cosas que uno saca. Como un arqueólogo, ando con una aspiradora que hay que ir moviendo despacito para sacar la arena.
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¿Rescatan barcos enteros?
Generalmente está todo deteriorado, podrido. He sacado lingotes de oro y de plata también.
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Parece más gratificante que el río…
A mí me gusta el explosivo y todas esas cosas donde no se ve, donde hay riesgo; totalmente al revés: lo otro es un paseo. Se gana bien, pero me gusta mucho más el peligro. Además, no me atrae mucho el mar, si me das la mejor playa del mundo, me quedo con Misiones.
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¿Si le preguntan de dónde es usted, qué responde?
Paraná, Entre Ríos. Mis padres eran de acá, nunca quise irme porque estaban ellos. Después ya tenía todo armado. Tengo casa en otros lugares también, pero tengo mis cosas acá, es mi «puerto de asiento», o «puerto de matrícula».
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