TEXTO Y FOTOGRAFÍAS PABLO RUSSO
Es lunes, salen los isleños. Los sábados y domingos andan los turistas, pero cuando comienza la semana cambia el tráfico fluvial. Vuelven al trabajo, a comprar provisiones, pagar el gas y otras cuentas o a pasar por el cajero cercano a la estación de Tigre -que tal vez tenga efectivo-, y otros menesteres que impulsan los botes, lanchas y piraguas entre las aguas. Sebastián Russo, un baqueano de Balvanera devenido isleño con la última pandemia, oficia de guía y timonel a bordo de su embarcación azul y blanca que bautizó Barrilete Cósmico y que se abre camino por el arroyo Gambado.
Por ese canal, no muy lejos de la urbe, cruzando un kilómetro hacia el norte, el río Luján -verdadera frontera del asfalto- se encuentra lo que hoy es la Casa Museo de Haroldo Conti, el espacio que habitara y en el que escribiera parte de su inmensa obra el autor, docente y militante del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT). Está cerrado al público, claro, porque es lunes (abre fines de semana o con turno previo). De todas maneras, su muelle invita al amarre ya que el lugar, una suerte de parque con pasto cuidado y senderos de madera en altura con una casita al fondo rodeada de vegetación, es abierto. Donde no se puede entrar, aunque sí asomarse por sus ventanas cual viaje al pasado, es a la construcción que ocupaba Haroldo en ese terreno de veinte metros de costa por ochenta de fondo. El espacio es conocido como «Punto Muerto», isla Les Palmiers.
A pesar de haber nacido tierra adentro en la provincia de Buenos Aires -Chacabuco, 1925-, Conti quedó atrapado por el paisaje del Delta desde que lo sobrevoló a fines de los años 40. Pudo hacerse de esa casa a orillas del Gambado en 1955 y allí comenzó a pasar temporadas largas a partir de 1960, momento en que inició la escritura de su primera novela, Sudeste (1962), en la que recrea el mundo que lo rodeaba. En esta historia, el río Paraná es un personaje más que rige la vida de los recolectores de juncos, pescadores y gente solitaria como el Boga y el viejo, que deambulan río arriba en su pequeño bote.
La casa del fondo conserva algunos muebles elementales de Conti, quien solía sentarse en la cocina de la planta baja para escribir. Allí está su mesa, la heladera a kerosén, instrumentos de navegación y otros objetos que amigos y vecinos preservaron después de su secuestro por la última dictadura cívico militar, el 5 de mayo de 1976. «Este es mi lugar de combate y de aquí no me moverán», había escrito sobre su escritorio, en latín, días antes de su desaparición.
El terreno fue convertido en museo en 2009 por el Municipio de Tigre, en convenio con Chacabuco. Se construyó entonces un Centro de Interpretación, donde se encuentra la Biblioteca de la Memoria con ejemplares de su obra y la colección completa de la revista Crisis. En ese sitio, al escritor lo visitaron Eduardo Galeano, Rodolfo Walsh (que también vivió sus últimos años en el Delta, junto al río Carapachay) y Mario Benedetti, entre otros amigos.
Una serie de carteles con fotografías de Conti con sus vecinos y familiares van narrando su vida y su obra, a medida que la vereda de maderas conduce hacia la casa. Allí, la cocina de hierro a leña con su pava encima, las cortinas azules floreadas de las ventanas y la escalera con un sombrero panamá colgado transmiten la sensación de suspenso. Como si en cualquier momento bajara el hombre y se sentara a borronear: «Entre el Pajarito y el río abierto, curvándose bruscamente hacia el norte, primero más y más angosto, casi hasta la mitad, luego abriéndose y contorneándose suavemente hasta la desembocadura, serpea, oculto en las primeras islas, el arroyo Anguilas».
Para hacerse una idea más realista de cómo era la vida de Haroldo en el Delta, también se puede apelar a los espectros concretos (si es que existe esta categoría entre lo fantasmagórico) del celuloide: el Conti captado por la cámara del joven Roberto Cuervo en los años setenta, imágenes que su hijo Andrés rescató y dotó de nuevo sentido en El retrato postergado (2009). El trabajo de Roberto había quedado mutilado con la desaparición de Haroldo y archivado luego de su muerte en un accidente automovilístico, en 1979. Andrés Cuervo redimió ese material hasta entonces inédito, treinta años después. Conti no le escapaba a la cámara, de hecho, reconocía que su escritura tenía gran influencia cinematográfica. El autor había sido asistente de dirección, guionista y crítico cinematográfico. Luego, varias de sus obras fueron llevadas a la pantalla y hasta un grupo de cine político surgido de la Universidad de las Madres en el nuevo siglo tomó el nombre de una de sus novelas para denominarse: Mascaró.
La casa y el terreno quedan en soledad. La mañana del lunes avanza como Barrilete Cósmico hacia el amarre de Tigre. El ocasional guía saluda al pasar a Juan Bautista Duizeide, un biógrafo de Conti, también afincado en esas tierras de agua que, anotador en mano, observa el tránsito sentado en un banco de su muelle de madera.
La embarcación se detiene por unos instantes en una cancha que usan los kayakistas del club cercano para entrenamiento. Esa laguna rodeada de árboles y poblada de pájaros de diversos tamaños expresa un santuario natural, último respiro antes del paso definitivo al mundo urbano que se erige al sur del rio Luján.
Recién hoy pudimos leer tu hermosa crónica,
Asignatura pendiente,no?
Gracias por acercarnos, con respeto y cariño, a ese lugar casi mítico.
Aunque suene algo triilado…Haroldo vivirá mientras lo recordemos.
Abrazo fraterno, desde otro tramo de nuestros ríos.
Villa Urquiza, Entre Ríos, 16/02/2022.