TEXTO Y FOTOGRAFÍAS PABLO RUSSO
La dársena del Puerto Nuevo de Paraná ya no funciona como varadero, sino que simula un cementerio de embarcaciones olvidadas. Parece difícil que estas puedan salir de allí por sus propios medios. La bajante histórica ha ido normalizando su paisaje dominado por el edificio de la Dirección de Vías Navegables de la Nación. Al principio de la pandemia, las canoas de pescadores aún llegaban hasta el final de la dársena. De a poco, la sedimentación fue dominando sobre el líquido y, en ella, crecieron plantas y árboles. Los pescadores de la zona de El Morro, amarran hoy a orillas del río.
Solamente la Escuela de Canotaje, Expedición y Natación en Aguas Abiertas (ECENAA) sigue utilizando la bajada para llegar al río, aunque ahora se hace cargando las piraguas y kayaks al hombro, bordeando un pequeño canal de agua no mucho más grande que el cordón de una vereda.
Al abandono del espacio histórico, cuya piedra fundamental de construcción se colocó -al igual que el Puerto de Santa Fe- en el año 1904 y se inauguró en 1916 (aunque ya funcionaba desde 1908), se le adiciona la pérdida de la dársena, situación que vuelve aún más vulnerable a todo el complejo con sus antiguos galpones ante las especulaciones inmobiliarias que piensan en sus potenciales desarrollos, como ocurrió en Buenos Aires, Rosario y Santa Fe.