TEXTO Y FOTOGRAFÍAS PABLO RUSSO
La crisis económica que atraviesa el pueblo en general impacta considerablemente en diversos aspectos del sector cultural. Hace algunas semanas, trabajadores y trabajadoras de y por la cultura conformaron un frente común con el que se han expresado en el espacio público, tanto en movilizaciones como en asambleas y vigilias en la ciudad de Paraná.
Uno de los componentes fundamentales del ámbito cultural son los espacios, centros culturales y bares que habilitan escenarios para las expresiones artísticas locales. En estos lugares físicos coexisten distintas finalidades y modos concretos de funcionamiento (desde lo netamente comercial hasta lo cooperativo y popular), pero tienen en común ser sitios de gestión privada, más allá de que algunos apliquen a líneas de fomento y subsidios estatales y otros no. ¿Qué pasa, en este contexto, con estos espacios culturales en la capital entrerriana? ¿Cuáles son sus desafíos y perspectivas a futuro? 170 Escalones comparte un recorrido no exhaustivo por estos ámbitos que presentan sus realidades y puntos de vista.
Estrategias de supervivencia
Días atrás, Chavela Casa Espacio inició una campaña en redes sociales ante la posibilidad de una inminente mudanza que lograron posponer temporalmente. Limbo, la clásica esquina portuaria del rock y el blues, anunció en su Instagram que cierra las puertas a fines de marzo después de una década. A la Escuela Del Bardo se le vence el alquiler dentro de unas semanas y también saben que se les viene una difícil.
«En Paraná y de forma cíclica uno de los primeros síntomas de las crisis económicas se observa en el sector cultural independiente no estatal (sea comercial, autogestivo o comunitario) a través del mercado de alquileres, porque muchas actividades funcionan en inmuebles que no pertenecen a los colectivos que los gestionan», indicó Román Mayorá, magister en Estudios Culturales por la Universidad Nacional de Rosario. «En este sentido, una deficiencia histórica a nivel social, que la política no ha podido resolver (el problema de la vivienda y la especulación inmobiliaria), perjudica al sector cultural y, en general, a todos los usos del espacio urbano que no son estrictamente comerciales. Al mismo tiempo, los espacios que funcionan en inmuebles propios ven caer la asistencia de público por la misma crisis económica», agregó Mayorá, quien también es coordinador de la Tecnicatura en Gestión Cultural de la FCEDU-UNER y co-director del Proyecto de Investigación y Desarrollo Estética, política y ciudad. Escenas culturales en Paraná, 2022-2024, en la misma casa de estudios.
Desde Casa Boulevard / Sala Metamorfosis analizan el contexto como sumamente preocupante: «Por un lado, una parte de la cultura se vio muy afectada por la pandemia, sobre todo, aquellas disciplinas y actividades que se desarrollan en vivo, y que lentamente se pudo ir recomponiendo a través de la impronta asociativa y colaborativa de diferentes actores culturales tanto independientes como del Estado. Por otro lado, la apremiante situación económica y constante suba de la inflación que en los últimos tiempos se disparó, hacen que los costos de mantenimiento de los espacios se vuelvan, cada vez más, una cuesta arriba», dijo Oscar Lesa. «La mayor carga para muchos de los espacios culturales es el alquiler. En este sentido, no hace mucho Arandú se vio obligado a cerrar y La Cacerola se está relocalizando asumiendo con mucho esfuerzo realizar todas las tareas que implican remodelar y construir un nuevo espacio para brindar las mejores condiciones posibles para poder seguir trabajando. Esto sucede, incluso aún cuando existe la voluntad de afrontar el incremento de los gastos, pero son los propietarios quienes deciden hacer otro uso de las propiedades», graficó Lesa, que por último añadió que «las medidas que intenta llevar adelante el poder ejecutivo nacional con absoluto desconocimiento del funcionamiento del campo cultural ya que no hubo charlas o reuniones con ningún sector que se ve afectado». A estas las narró como «medidas dañinas y prejuiciosas que proponen el vaciamiento y desmantelamiento cultural. La mayoría de salas y espacios culturales independientes de la ciudad han recibido apoyos del Estado para habilitaciones, refacciones, equipamientos y funcionamiento. Que se quiera traspasar todo un organismo, como lo es el Instituto Nacional del Teatro a un programa dependiente de la Secretaría de Cultura haría que se pierda su carácter transparente y, sobre todo, su federalismo, poniendo en riesgo que el teatro llegue a localidades que de otra manera no llegaría». Desde la gestión del mismo espacio asociativo, Silvina Fontelles afirmó que «el 2024 es el desafío en sí mismo. Habrá que profundizar y consolidar las redes colectivas y asociativas de contención para lograr mejores condiciones de trabajo para los y las artistas y para el público. Tal vez, la potencialidad del sector cultural, si bien la situación es de profunda gravedad, esté dada en sus características inherentes, ya que es un sector que por diferentes motivos siempre está amenazado. Esto lo obliga a generar continuas estrategias creativas y de supervivencia».
A contramano
Teatro Del Bardo recodó en sus redes que las actividades del grupo, entre 1999 y 2023, fueron apoyadas por el INT, el Fondo Nacional de las Artes, el Ministerio de Cultura de la Nación, por diferentes instancias municipales y provinciales «que resultan indispensables para garantizar el acceso a las expresiones culturales de todas las personas, independientemente de su situación económica y social». Pronto se les vence el contrato de alquiler, pero en plena celebración de sus 25 años no piensan en bajar los brazos: «Se nos viene 100% de alquiler y el cierre del INT que es un organismo fundamental para el sostén del espacio y los proyectos que habitan en él. Sin embargo, decimos que vamos a resistir y mantener abierta la Escuela Del Bardo porque no se pueden cerrar los teatros», argumentó Valeria Folini. «Queremos defender nuestro espacio, pero cómo lo vamos a hacer, no tengo respuesta. No las ingeniaremos, como hemos hecho siempre», añadió. La dramaturga y actriz destacó la emergencia económica que vivieron en 2023 y la colaboración y cooperación de la comunidad, estudiantes, espectadores «y gente que tal vez nunca pasó por la escuela y, sin embargo, aportó al proyecto porque entiende que más allá que un espacio cultural pertenezca a una asociación, es de la comunidad toda». Para Folini, los aires de época que están soplando van en contra de pensar la cultura y el arte como un bien social, como herramienta de transformación. «Claramente, la vemos muy compleja. Estamos siendo atacados todos los agentes culturales y artistas por esta ley ómnibus, no se puede proyectar o pensar a futuro un espacio cultural que tiene obligaciones económicas y con las personas. No hay certezas; sin embargo, no es la primera vez que vamos a ir en contra de la corriente, nos vamos a empeñar en hacerlo. Esto somos y así somos», remarcó.
Importancia cultural e imaginario social
«La situación para nosotros, y creo que para gran parte de los espacios culturales del país, es nuevamente vernos en la necesidad de volver a discutir algo que a esta altura del partido creíamos fuera de discusión, que es la importancia de la cultura en nuestra sociedad», expuso Martín Chemez, de Tierra Bomba. «Con la reciente pandemia quedó muy claro que hay un montón de gente que vive de las industrias culturales como sustento y fundamento de vida, nos parece muy grave tener que volver a discutir sobre eso», amplió. «A nosotros, esta situación particular, con todas sus dificultes, nos llena de energía para seguir en una lucha que de entrada fue totalmente independiente y autogestionada y guiada por la idea de querer juntar a la gente en un ambiente donde se disfrute del arte, donde se comparta desde lo colectivo», señaló Chemez. «Esto es lo que lo que nos llena de vida y nos permite mantener una vida normal y alegre, guiada por sentimientos que van mucho más allá de la cuestión mercantil», opinó.
En Casa Encendida, con su funcionamiento de modo asambleario con las dos cooperativas que la componen (Rizoma, cultura emergente y Difundo, entre las que suman más de medio centenar de integrantes), observan un retroceso de lo que significa el trabajo cultural dentro del imaginario social. «Una de las cuestiones que nos atraviesa es el conflicto con un par de vecinos del centro cultural y creemos que esto es por la misma estigmatización y desvalorización hacia el sector», explicó Iliana Almirón, integrante del espacio que se formó en base a un modo de gestión y producción que busca ser eficiente y democrático, con el valor agregado en lo cultural. Los principios que sostienen este centro cultural tienen que ver con la organización popular y comunitaria y el trabajo cooperativo y asociativo. «Hace tiempo que venimos trabajando en un plan de lucha para fortalecer nuestro proceso productivo y poder organizarnos con mayor creatividad, porque nos preocupa muchísimo el trabajo y la producción cultural, pero también la coyuntura, la feroz devaluación, el desfinanciamiento de las instituciones, la desregularicen de leyes fundamentales que han llevado años de conquista. Todo esto pone en jaque la supervivencia de pymes culturales, de trabajadores culturales, populares, autogestivos, cooperativos. El laburo queda concentrado en manos de poderes económicos que ya sabemos que generan empobrecimiento y desempleo», evaluó.
No hay sociedad posible sin la vida artística y cultural, afirmaron desde Casa Encendida. El primer conflicto actual, más allá de la Ley ómnibus y el recorte directo a la cultura, está vinculado a la baja del poder adquisitivo. «Las producciones culturales y sobre todo las autogestivas se están viendo muy afectadas por el simple hecho de que baja el consumo y somos lo primero que se recorta. Lo vimos en las vacaciones donde la modalidad cambió rotundamente y el sector lo notó: se va menos a una obra de teatro, a un recital, a una peli, no se compran obras, no se leen libros. Para quienes producimos sin articulación con empresa privada o acompañamiento del Estado, se siente enseguida el impacto», expresó Almirón.
Acento en lo político
Desde el Almacén de los 33, en el antiguo barrio de La Alcantarilla, Marcelo Petrucci aseveró no hay política específica del ámbito cultural que los perturbe. «Nosotros, al margen de la cuestión del centro cultural, somos militantes políticos desde 1982, siempre en opciones de izquierda, y lo que está pasando con el gobierno de (Javier) Milei ya lo preveíamos», anunció. «Puntualmente, en lo que es el Almacén no nos afecta, no recibimos dinero del Estado en ninguno de sus tres niveles, tampoco de ninguna organización política, ni sindicato, ni organización intermedia: somos autogestivos en serio», aclaró. «No somos un bar donde vienen a tocar compañeros músicos: somos un centro cultural que tiene la opción el fin de semana de tener artistas que se expresan en el espacio con un acompañamiento de un barcito y una comida como un nexo. Lo central está dado por los talleres y charlas, a diferencias de otros espacios que solo se dedican a llevar grupos», diferenció Petrucci. En el Almacén, que tiene una galería de arte, conviven dos Organizaciones No Gubernamentales, la del centro cultural propiamente dicha, que nuclea a más de 50 trabajadores culturales (pintores, músicos, poetas, escenógrafos, dramaturgos, actores, etc.) y otra -de nombre Aguaribay- de artesanos, emprendedores y gastronómicos. «En cuanto al contexto, ajustaremos algunas cuestiones porque siempre cuando la macroeconomía contrae el mercado interno nos afecta a todos, pero no es una política específica del ámbito cultural nos afecta a nosotros», subrayó.
Recuerdos de Menem
Armando Salzman, fundador del Centro Cultural La Hendija, comparó la situación actual con el menemismo, a la que describió como similar: «Cuando estábamos por inaugurar, en el 89, habíamos calculado que trabajando con espectáculos en la sala 1 los fines de semana, con 10 butacas que el grupo dejara para La Hendija cubríamos todos los gastos fijos, incluidos luz, gas e impuestos. Cuando sube (Carlos) Menem y con él el plan Bunge y Born del ministro (Néstor) Rapanelli -que era gerente de Bunge y Born-, viene un impuestazo que ni teniendo espectáculos a sala llena los siete días de la semana y quedándonos con el 100% de la recaudación pagábamos los gastos fijos». Este no es el único aspecto en que se asemejan las políticas de Milei con el peronismo de Menem, completó Salzman: «Creo que lo de Milei, salvando los años transcurridos, está inspirado en la misma fuente, todo debe ser sostenido por el “negocio”, todo debe ser rentable entendiendo por rentable solo la ecuación monetaria». En ese entonces, la estrategia fue apelar en forma directa al apoyo de quienes tuvieran otra concepción de la actividad cultural. «Mantenga La Hendija abierta», fue la consigna directa y clara. Hoy, de los gastos fijos del centro cultural se ocupa la Editorial, mientras que la actividad de talleres permite el mantenimiento de la diaria.
«La Hendija no es una sala del INT ni recibimos ninguno de los subsidios del peronismo así que no perdimos nada, lo que no significa que tengamos nada resuelto, porque la suba de servicios va a ser importante y porque la actividad editorial va a ingresar en un terreno de dificultades propias fundamentalmente por la pérdida del poder adquisitivo de los sectores de clase media, docentes, trabajadores sociales, que son nuestro público», especuló Armando.
Riqueza en peligro
La situación es compleja y cada espacio, con sus particularidades, se prepara para enfrentar la tormenta neoliberal con más o menos fuerzas, organización, espalda económica y creatividad. El empobrecimiento general está en puertas. Román Mayorá reflexionó que: «La desaparición o el achique de espacios culturales afecta directamente a toda la sociedad, incluso a quienes nunca asisten a sus actividades. Produce una merma en la actividad económica privada (menos obras de teatro y recitales, menos uso de transporte, menos gastronomía) y como derivado una mayor sobrecarga de los servicios y las infraestructuras estatales (que tendrán más demanda de actividades culturales como contrapartida). Además, se afecta la sociabilidad, la producción de un marco simbólico y estético colectivo que permite construir una vida en común y habitar la ciudad de formas diversas. Y a la par de esto, quedan recursos humanos altamente capacitados subocupados o desocupados». En ese sentido, planteó que uno de los grandes desafíos a futuro es la conservación y la consolidación de las políticas culturales estatales (nacionales, provinciales, municipales, desde el FNA hasta el FEICAC), y el desarrollo de nuevas herramientas que promuevan las actividades culturales: «Lejos de la idea de “gasto”, la cultura es un sector que partiendo de presupuestos mínimos gesta y produce riqueza (social, económica, simbólica) de forma permanente», sostuvo.
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