TEXTO Y FOTOGRAFÍAS YAMILA CABRERA
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En el Museo Provincial de Bellas Artes Rosa Galisteo de Rodríguez de Santa Fe se encuentra en marcha la exposición Museo tomado. Esta propuesta pretende, en el transcurso de un año completo, sacar a la luz, por primera vez, todo el patrimonio que resguarda la institución. En este lapso de tiempo, más de 2.700 obras invaden progresivamente paredes y pisos de las salas de exposición. En simultáneo, el público tiene la posibilidad de vincularse con los equipos de trabajo del Museo. Una de las formas de interacción propuesta trata de aperturas del espacio de restauración, allí el visitante puede observar el proceso y dialogar con el personal que está a cargo de ejecutar la acción. Las obras que sean restauradas se irán sumando a la muestra.
En el sitio web del Museo se manifiesta que «en una toma, el cuerpo y el espacio son protagonistas: el lugar es ocupado», además se agrega que «la toma es un movimiento expansivo». Transcurrido poco tiempo desde su inauguración, que tuvo lugar el 4 de mayo, la exhibición comenzó a tomar un orden atípico: los objetos escultóricos parecen brotar desde el piso, uno junto a otro, en el centro de la sala principal; las obras bidimensionales que cuelgan de las paredes, poco a poco, han comenzado a propagarse alcanzando los límites de algunos pasillos y entradas. Las cartelas, ausentes en sala, son reemplazadas por códigos QR y por un dispositivo móvil que se encuentra en la entrada a disposición del visitante curioso. La invasión entreteje temáticas, temporalidades, autores, y técnicas. De este modo, la percepción visual y las formas de mirar y pensar lo colectivo adoptan un carácter expansivo.
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El Rosa, desde su inauguración en 1922, ha alojado obras de artistas argentinos como Raquel Forner, Benito Quinquela Martín, Lino Eneas Spilimbergo, Xul Solar, Antonio Berni, Raúl Lozza. Apenas un año después de su creación, nace el Salón de Mayo, que sigue vigente en la actualidad y que permite, a través de los premios adquisición, actualizar anualmente el patrimonio de la institución. Este ofrece un paseo por el cubismo de Petorutti, la Escuela de La Boca, el Arte Concreto-Invención de Hitlo, el Madí de Kosice, la Neofiguración de Noé y De la Vega, el Instituto Di Tella y el constructivismo de Torres García. Además, este acervo incluye la producción del Grupo Litoral con Leónidas Gambartes y representantes del arte santafesino como Sor Josefa Díaz y Clucellas, César Fernández Navarro, Fernando Espino, Emilia Bertolé y Melé Bruniard.
La propuesta curatorial de Museo tomado permite pensar en la complejidad que acarrea la acumulación de piezas en los depósitos de los museos de arte, en su visibilización y en el sentido mutante del aquí y ahora de cada una de ellas. La cuestión se complejiza un poco más si se piensa en las manifestaciones artísticas que abarcan desde performances y propuestas site-especific hasta expresiones fronterizas como el net.art y el bioarte. Expresiones artísticas que en su mayoría se caracterizan por ser híbridas y, por sobre todo, efímeras. Entonces, ¿cómo abordar este patrimonio de expresiones que pretenden diluirse en el tiempo, perecer en la exposición o que solo existen en el espacio virtual o en el contacto con el visitante? ¿Cómo proceder con aquellas producciones de las que apenas —y sólo a veces— queda un registro o de las que la reproducción infinita de su sentido es actualizado cada vez que se presenta en un nuevo espacio ante nuevos participantes? Podríamos rastrear algunas líneas de pensamiento y acción que se acomodan bastante bien a responder estos interrogantes o, al menos, a proponer enfoques alternativos.
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José Luis Brea, teórico y crítico español de arte, sugiere una necesaria mutación de los museos: desde su originaria función de memoria de acumulación y archivo deberán quizás ejecutar una nueva función de interconexión e interacción, de memoria de procesos y conectividades. En distintas partes del mundo, los museos se han ido convirtiendo en núcleos de transformación permanente, en centros culturales neurálgicos de las ciudades que apuntan al desplazamiento desde la quietud contemplativa a puertas cerradas a la acción expansiva y pública..
Quizás entonces nuestros museos deban auto-tomarse para continuar repensándose colectivamente y discurrir sobre la democratización del acceso al arte y la construcción pública de conocimiento. Quizás esas auto-tomas posibiliten progresivamente la reflexión —consciente y crítica— de la idea de las obras como objetos impolutos e intocables —y sobre todo, como sagrados y acumulables—. También de la idea del museo como lugar sólo para «entendidos», del museo como lugar cerrado de silencio y solemnidad, como lugar alejado de la vida. Quizás este reparo pueda abrazar las ideas más tradicionales del panorama regional en pos de la construcción conjunta de un redireccionamiento del abordaje de nuestros patrimonios artísticos. Quizás nuestros museos en la contemporaneidad deban ser mutantes y seguir expandiendo sus extremidades a un espacio vivo, interactivo y abierto que multiplique sus funciones y sus actores; a un espacio vivo que siga posibilitando la construcción colectiva, participativa y pública de memorias desde una mirada transversal del arte.
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