TEXTO Y FOTOGRAFÍAS PABLO RUSSO
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La Picada norte vive su rutina de silencio profundo en la siesta del domingo, a 22 kilómetros de la ciudad capital de Entre Ríos. Ese mutismo se profundiza a medida que la transitada Ruta 12 queda atrás, a excepción de los pájaros que marcan presencia y alguna que otra reunión de amigos en el jardín sin delimitar de una casa. El camino hacia el arroyo Las Conchas pasa del asfalto reciente a su antigua traza, y allí comienza un viaje en el tiempo.
Las últimas viviendas se levantan cerca de la Ruta 10 que lleva a María Grande: una vieja ferretería y un taller a la derecha lindando una plaza, con la escuela Bernardo O’Higgins a la izquierda. Luego, la naturaleza comienza a dominar el paisaje, aunque los desechos del hombre también quedan a la vista. No se trata de un parque protegido –como lo es el General San Martín, con sus casi seiscientas hectáreas en La Picada sur– por lo que nadie pasa a juntar la basura que los demás tiran.
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Primero estacionan los autos, que llegan hasta el puente desvencijado sobre el brazo de Las Conchas, donde las algas fosforescentes cubren toda la superficie contaminada. Allí baja una familia completa con reposera para la abuela y mojarreros para los gurises. Más allá, sobre el sendero de tierra, se detienen algunas motos. Del pasaje principal en lo alto del terraplén se desprenden huellas hacia ambos lados por las que se puede pasear caminando, en bicicleta o moto. Bolsas de nylon atadas en las ramas indican los recorridos para jugar en esos circuitos y evitar la intrusión en los campos vecinos.
Antes del curso de agua aparecen las ruinas del puente histórico construido en 1922. Es decir, los pilares de ladrillos que restan de la explosión de la madrugada del 21 de septiembre de 1962, cuando un sector de las fuerzas armadas pensó que volar la conexión impediría el paso de otra facción que avanzaba desde Corrientes. La interna militar entre azules y colorados dejó entonces incomunicada a la población norte y sur de La Picada, situación que se mantiene hasta el presente. Uno de los tres tramos se utiliza hoy en Sauce Pintos, para conectar sobre el arroyo Sauce. El resto está a la vista, emergiendo entre la vegetación o de las aguas de Las Conchas, cual testimonio de la irracionalidad castrense. Un kayak navega entre los escombros mientras un grupo de personas pesca en la costa.
Desde allí se ven los otros viaductos: el del tren sin tren, y el de la traza reconstruida de la Ruta 12 que pega una curva cerrada en su recorrido desde Paraná antes de seguir camino a Villa Urquiza y La Paz. Por uno de los senderos se pueden alcanzar las vías. La estructura de hierro permite cruzar al otro lado pisando los durmientes, prestando atención a cada paso en firme. Doscientos treinta de ellos están suspendidos en el aire. En medio de la marcha, una pareja disfruta del horizonte desde la altura. Hacia el sur, la trocha bordea la granja agroecológica La Porota y la Escuela Almafuerte; hacia el norte, supera dos brazos del arroyo y luego los cañaverales la cubren por algunos metros, hasta que se pierde rumbo a Federal.
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La vista aérea desde lo alto del puente ferroviario central es una belleza. Nada original, alguien ya lo ha notado y necesitó expresarlo: «Mi lugar en el mundooo», dejó escrito con aerosol blanco sobre el hierro. El kayak se perdió en su navegar hacia el río ancho. En la orilla, los pescadores permanecen atentos a sus líneas; y en lo alto, la pareja impávida sobre uno de los durmientes, con sus pies colgando, maravillados del paisaje compartido.
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