TEXTO KAREN SPAHN
En el inventario del Museo Provincial de Bellas Artes Dr. Pedro E. Martínez existe el nombre de un artista japonés, cuyas obras refieren con sus títulos, sin embargo, al paisaje local. Saito Shosaku (斉藤 正作) pintó en 1959 las Brumas de Punta Gorda, el mismo sitio histórico que reconstruyó Emilio Caraffa en su pintura sobre el cruce del ejército de Urquiza por las barrancas de Diamante, un cuadro épico y de dimensiones inmensas. La pintura de Saito Shosaku, en cambio, es atemporal, atmosférica y vacía.
El caso de Saito Shosaku se podría pensar como el de un artista «menor» en función de una proyección y mirada nacional que muchas veces pasa por alto las lógicas propias de las periferias -llamadas así por los centros- para construir una trayectoria artística. Sin embargo, en una posible historia horizontal del arte, la singularidad de este artista justificaría ser objeto de atención y de rescate. A finales de la década de 1950, y desde la ciudad entrerriana de Diamante, Saito comenzó a tener una significativa participación en el campo artístico regional. Así, se sucedieron muestras individuales y colectivas, premiaciones y adquisiciones por parte de museos y colecciones privadas, como también una importante inserción en una red de vinculaciones con figuras protagonistas de la cultura entrerriana.
Sin título, Saito Shosaku, sumi-e sobre seda, c. 1983. Colección particular de Soledad Cosarinsky.
Reconstruir algunos episodios de la biografía de un artista es una tarea de por sí compleja y propicia para cometer errores. Saito se aparece como un sujeto escurridizo, espasmódico y flotante, en lugares impensados que son, casi siempre, conversaciones. Desde entonces, el proyecto artístico Conversaciones en la bruma. Un archivo afectivo para la obra de Saito Shosaku busca identificar y reconstruir su trayectoria artística, vinculando testimonios, obras y otros objetos, considerados muchas veces fronterizos desde la perspectiva de un archivo convencional. Para el caso de Saito, como el de tantos artistas regionales, la propia afectividad es la que ha permitido la supervivencia en el tiempo de su legado artístico, gracias a un fuerte sentido de cooperación.
Saito Shosaku nació en la ciudad de Sano, provincia de Tochigi, Japón, el 29 de abril de 1907 y falleció el 16 de julio de 2014, con 107 años en la ciudad de Shizuoka. Tras una estadía en Corea para realizar el servicio militar en el período en que Japón ocupó aquel país, Saito volvió a Tokio donde asistió hasta segundo año de la Facultad de Derecho. Su formación en artes transcurrió entre las décadas de 1920 y 1930, lo que corresponde con la historia de Japón al período Taishō (1912-1926) y los primeros años del período Shōwa (1926-1989). Japón, en ese entonces, era un país que, luego de haber sido forzado en 1868 a la apertura de sus fronteras comerciales por primera vez en más de dos siglos, asimilaba rápidamente los procesos de modernización, incorporando formatos, materialidades e instituciones artísticas de matriz occidental. Aunque hasta el momento se desconoce si Saito recibió clases en talleres particulares o en instituciones dedicadas a la enseñanza artística, en una entrevista publicada en Presencia, revista del Instituto Nacional del Profesorado en junio de 1966, el artista comentó:
– Me eduqué en mi país y tempranamente se manifestó en mí una firme inclinación por el arte, particularmente la pintura.
– ¿Es usted autodidacta?
– No. En mi juventud estudié bajo la dirección del pintor Sodoo y posteriormente fui alumno del gran artista japonés Tomone Kobori. Comencé a estudiar con maestros japoneses en mi país el sistema llamado yamato-e.
Saito se refería a Tomoto Kobori (1864- 1931) importante exponente de la pintura japonesa que defendía el rescate de las técnicas tradicionales frente a las nuevas escuelas de pintura europea. Oriundo de la ciudad natal de Saito, participó en la fundación del Instituto de Arte de Japón, impartió clases en la Academia de Arte de Tokio, fue artista de la Casa Imperial y miembro de la Academia Imperial de Bellas Artes.
En 1937, con 30 años, Saito intentó migrar hacia Estados Unidos, pero al no lograrlo, decidió cambiar sus planes y arribar a Argentina. Desde 1945 hasta 1948 fue docente de lengua japonesa en la Asociación Japonesa de Escobar. En 1947 conoció a Graciela Otsuji, oriunda de Rosario y primera generación, de padres japoneses, nacida en el país. En 1948 nació su hija mayor, Aida y al año siguiente Norma. Ayako y Kinuko -sus nombres japoneses- vivieron su infancia y adolescencia en Diamante, en calle San Martín al 299. Los Saito decidieron instalarse en aquella ciudad y administrar una tintorería que había pertenecido anteriormente a una familia japonesa.
Según se cuenta en la crónica Un diamantino-japonés, firmada por Víctor Acosta Arrigoni el 3 de diciembre de 1988 y publicada en El Observador del Litoral de Crespo, el pintor húngaro László Dobosi Szabó visitó Diamante en 1955 y pintó un retrato de Saito. Al año siguiente Szabó realizó una exposición en el Jockey Club de Santa Fe y el pintor santafesino Enrique Estrada Bello, tras visitar la muestra, decidió ir a Diamante a conocer al retratado.
Estrada Bello es el primer mediador en la trayectoria artística de Saito, gestionando su ingreso a la escena regional, a partir de una exposición individual en el salón del Diario La Capital de Rosario en la ciudad de Santa Fe, en agosto de 1956, donde exhibió 30 pinturas y dibujos sobre papel y algunos kakemono -pinturas de rollo sobre seda- que mostraban paisajes y motivos locales. La prensa aseguraba que estas obras correspondían con una sensibilidad distinta a la nuestra.
La firma del artista
Una fuente importantísima de registro como lo son los catálogos de exhibiciones evidencian una participación persistente en el campo artístico de la región hasta la década de 1980, cuando su nombre apareció de manera más espaciada.
En 1957 formó parte del grupo de artistas que inauguró el histórico Salón del Litoral de la Provincia de Entre Ríos, participando con la mencionada acuarela Brumas en Punta Gorda. Algo llamativo es que es admitido por el jurado con un tipo de obra que por su planteo estético y el uso de materiales parecería quedar al margen de las tendencias más renovadoras. Sin embargo, puede pensarse como punto de contacto la propuesta del paisaje, uno de los géneros estructurales para las búsquedas estéticas por aquel momento en la región.
En el 2° Salón del Litoral de la Provincia de Entre Ríos en 1958, Saito fue reconocido con la medalla de honor por una acuarela sobre seda titulada Añoranza. Un año más tarde, el tercer premio adquisición fue para Despertar entrerriano, otra acuarela sobre seda, en el 2° Salón de Artistas Entrerrianos de 1959. En 1961 recibió la gran distinción con un dibujo coloreado sobre seda, el Primer Premio Adquisición de la Provincia de Entre Ríos, con su obra Meditación.
Solo algunas de estas pinturas han sido localizadas, pero el ejercicio de enlistar sus títulos, ofrece algunas pautas sobre el interés en una dimensión simbólica en la captación de los estados del paisaje: Brumas en Punta Gorda, Añoranza, Clarea el Litoral, Primavera acuática, Fugitividad, Innovación, Transición, Despertar entrerriano, Eco, Libertad, Meditación, Abstracción, Luces de luz, Clima costero, Tibiez, Rumor espacial, Más allá, Anhelo dual, Visión de ráfaga, Clima entrerriano, Transplante, Sabor primero, Repercusión, Después del ocaso, Más allá, Creación, Dolor de color, Por la paz, Barrancas, Aurora.
Estos años de intensa participación lo llevaron a concretar muestras individuales en galerías y espacios culturales de algunas ciudades como Córdoba, Paraná, Diamante o Buenos Aires. En Rosario, las galerías Carrillo, Krass Artes Plásticas y Ross ofrecían una agenda nutrida de artistas emergentes en las décadas del 60 y 70 y recibieron a Saito en varias oportunidades. En la nota Lo efímero detenido en las obras de Shosaku Saito, publicada el lunes 25 de junio de 1979 en La Tribuna, el artista expresó: «Aquí en Entre Ríos hice mis mejores cosas y mis mejores amigos: Gloria Montoya, Carlos Castellán, y también el poeta de Paraná recientemente fallecido Juan L. Ortíz. Con Juanele éramos muy amigos, y él quiso que yo ilustrara algunos poemas suyos. (…) Si usted me pregunta por qué me quedé en Diamante debo contestarte que porque allí encontré un espíritu en el paisaje parecido al de mi país. Esa comunión es sentimiento. Pero debo aclarar que no solo el paisaje es parte de mi decisión, la gente de allá tiene un hálito -como diría el poeta Ortíz- que me colmó y me calmó mi necesidad de andar. Mi arte es la búsqueda de la delicadeza y eso lo realizo sobre seda, pues el material ayuda a cierto movimiento que posee, incluso, lo aparentemente inmóvil».
Claudia Ortíz, nieta del poeta comenta al respecto: “mi madre recuerda que Saito mantenía una relación con Juanle, incluso lo vio varias veces en su casa y se lo presentó. Juan lo admiraba. Se acuerda muy bien que le hizo un retrato y que Juan lo tenía colgado en su casa”.
El caso de Saito Shosaku permite pensar algunas variables, como las oleadas orientalistas de la década del 60; las caracterizaciones de la otredad; la longevidad -y es que cuando se vive 107 años, la vejez ocupa una proporción importante en la línea temporal-, y cómo muchas trayectorias artísticas desmoronan esa gran oda que hace la sociedad al éxito de juventud.
Saito fue un jugador de Go, un migrante, un entrerriano, un tintorero -profesión muy extendida en la comunidad japonesa en el país-, alguien que practicó la escritura del haiku. Hay una arista clave en la reconstrucción de la afectividad en el archivo y es la de la enseñanza, ya sea para pensar acerca de la función del arte como transmisión, pero también acerca de la profesionalización docente de un gran porcentaje de artistas que viven fuera de los centros. En Diamante, Saito fue principalmente un vecino y un artista que ofreció, desde la década del sesenta y hasta 1975, clases gratuitas para niños, niñas y jóvenes auspiciado por la Dirección de Cultura y Turismo de Entre Ríos en el Club 9 de Julio y en la Biblioteca Popular.
Aquí aparece la voz de la entonces niña de siete años Rosario Crick: «nunca le conocí un día malo, un enojo, ni un mal gesto, y eso que éramos 15 o 20 gurises. Nos proporcionaba absolutamente todo, no teníamos que llevar nada. Preparaba los tintes y fabricaba los pinceles, que eran como palitos. Nos sacaba con caballetes al patio de la biblioteca y nos hacía observar un árbol de Magnolia. Hablaba del bambú y de sus nervios, en vez de sus nervaduras (risas). Tenía muchísima paciencia».
Por su parte, Noni Medel ha hecho un trabajo significativo evocando la memoria de Saito Shosaku con la publicación de notas y reseñas en medios locales, que de vez en cuando reflotan el recuerdo del artista y funcionan como indicadores de ciertos recovecos a los que difícilmente se pueda acceder sin este tipo de registro. En la nota Pinceles inmigrantes en el Diario El Supremo de Diamante, del 6 de noviembre de 2012, Medel recuperó el testimonio de una alumna que da cuenta de la pedagogía y la sensibilidad del artista en sus clases: «Apreciábamos y recreábamos la organización de la naturaleza en frutas, piedras o caracoles. También nos enseñó a percibir la belleza táctil en el contacto con telas de seda, gasa o terciopelo que se disponían en forma artística; a pintar con tinta china, a recrear paisajes según la estación del año, a ilustrar poesías o dibujar cabezas de animales como caballos o perros. Él nos invitaba a dar nuestros puntos de vista, era un hombre muy sensible y respetuoso y sus clases constituyeron todo un proyecto educativo».
A finales de los años 80, un grupo de entusiastas organizaron en Paraná junto al artista el llamado Instituto Cultural y Económico Entrerriano Japonés, que funcionó hasta el regreso de Saito a Japón en 1997. En un comienzo, el grupo se reunía los sábados en el domicilio de Remo Cosarinsky en calle Alem 478, hasta su traslado a la actual Asociación para la mediana y tercera edad El recreo (Alem 354). Se trató de un espacio educativo que funcionó durante un breve período donde Saito Shosaku ofrecía clases de sumi-e, kurumi-e, bonsai, idioma japonés y artes marciales. Esto lo llevó a vincularse en carácter de maestro -sus ex alumnos lo nombran hoy en entrevistas como Saito Sensei– con adolescentes y jóvenes de la ciudad, como Maximiliano Bellman, hoy un artista fuertemente vinculado a la escena nacional del arte contemporáneo, que participaba de las agotadoras clases de kendo.
El artista usando un kimono en su último domicilio en Paraná, c. 1995. Archivo personal de Igor Navarrete.
Podría pensarse el archivo como un archipiélago, con islas de mayor densidad de información, en convivencia con otras más pequeñas y distantes, no por eso de menor importancia. En este sentido, Igor Navarrete representa una de las islas principales, aportando las precisiones biográficas, fotografías, y especialmente el testimonio de un sujeto cercano que permite reconstruir cierta gestualidad e intimidad del artista. Fue su último alumno de idioma japonés en el Instituto y hoy es un reconocido profesor de la lengua, referente en Paraná y Santa Fe. Se volvieron muy amigos, tanto así que lo visitó en Japón prácticamente todos los años hasta su fallecimiento. De igual importancia es el relato de la historiadora paranaense Griselda de Paoli, alumna de las clases de sumi-e en el Instituto. Griselda recibió del artista libros, obras y algunas pertenencias que conserva con dedicada prolijidad. Saito y sus hijas continuaron vinculándose desde Japón mediante el envío de cartas y postales hasta el año 2014.
En una entrevista, Igor Navarrete, describió de memoria una obra de su maestro a la perfección: «recuerdo haber visto encima de la chimenea de los Cosarinsky una pintura hermosa con tres palos borrachos, los palitos secos encima, como los pintaba siempre Saito, al igual que sus bonsáis. Toda la escena en un día de bruma. Uno tenía que hacer un esfuerzo por verlo». La descripción coincide con un hallazgo reciente, una seda perteneciente a la colección particular de Soledad Cosarinsky, hija del organizador del instituto.
Existe un principio de generosidad en el archivo y cada ofrecimiento lo comprueba. Aida Saito escribió desde Japón: «Mi padre se enamoró de las barrancas de Diamante, del río, y los días de llovizna iba allí a tomar sus bosquejos y disfrutar de sus brumas. Pintaba por la noche para estar más tranquilo, y de día trabajaba. Esas brumas las he visto aquí en Japón en las montañas y en los ríos. Son preciosas. Ahora entiendo lo que él vio».
Anotaciones de pintura sumi-e 1) No toca más. 2) Una sola pincelada. 3) El horizonte a la altura de los ojos. 4) Profundidad de campo. 5) Jugar con los tonos – oscuro de cerca, más claro cuando más lejos. 6) De cerca detalle, de lejos sugerencia. 7) No apagar el brillo (siempre debe haber alguna luz). 8) Pensar con el pincel y pintar con el cuerpo. 9) Buscar adentro y no apoyar el pincel hasta haber encontrado lo que hay allí. 10) No apurarse. 11) Lo que se pinte tiene que darle significado al espacio. Archivo personal Griselda De Paoli.
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