TEXTO Y FOTOGRAFÍAS PABLO RUSSO
.
.
Una parada en un pueblo que anda en bicicleta por un recodo del río San Javier y una plaza arbolada que muestra un busto con el rostro de un tipo y el nombre de otro.
La Ruta 1 que nace en el paraje La Guardia, sobre la 168 que comunica las ciudades de Paraná y Santa Fe, recorre un camino de bañados hasta desembocar en la ciudad de Reconquista, al norte de la provincia de Santa Fe, sobre el litoral del Paraná. Distinto a la vista de campos sojeros que se ve hacia el sur, en ese trayecto el paisaje tiene particularidades de humedal y aún conserva restos de la vegetación nativa de selva en galería que ofrecen momentos de frescura entre campos sembrados. De sur a norte acompañan el río Colastiné, el arroyo Leyes y el río San Javier a la derecha del camino; mientras que a la izquierda están la laguna Setubal y la San Pedro. A medida que avanzamos hacia el Chaco, los pueblos y el tránsito van menguando. Después de Cayastá y Helvecia solo se encuentran señales de pequeñas colonias acariciando el asfalto. El viaje en velocidad pocas veces las toma en cuenta y, excepto por las ruinas de Cayastá, ninguna presenta una fama atractiva específica. Detenerse por azar en cualquiera de ellas puede deparar sorpresas.
En Romang, departamento de San Javier, por ejemplo, a 270 kilómetros. Por sus dimensiones -invisibles desde la ruta que le pasa por un costado- ostenta la categoría de ciudad, aunque allí todo es demasiado sereno. Parece que la gente vive en paz y si bien las apariencias puedan engañar, el municipio podría tranquilamente vender como souvenir esas remeras que se trae los turistas de la playa con la frase «no stress».
El lugar es moderno aunque sin edificios, a pesar de que mantiene unas cuantas fachadas antiguas. Hay romanenses sentados en reposeras en los pórticos, tomando mate o simplemente saludando al que pasa, en solitario o en pequeñas reuniones. El tránsito es más que interesante: al estilo Ámsterdam, grandes y chicos se movilizan principalmente en bicicletas, de esas que ni siquiera necesitan cambios de velocidad ya que el terreno es llano. Tampoco hacen falta candados para dejarlas en la vereda o estacionarlas en las puertas de los negocios, haciendo alarde de un lujo de seguridad poco frecuente.
La calle San Martín –obviamente, la principal- desemboca en el río San Javier. Más específicamente, en el camping municipal Brisol que está antes de la pequeña playa de arena a orillas del curso de agua, con vista a la flora de los bañados, un universo factible de explorar con baqueanos que alquilan sus embarcaciones. «En temporada este lugar se llena, viene gente de los pueblos cercanos que no tienen playa, de Malabrigo y hasta de Reconquista», informa el cuidador del camping que está de turno. Pero el epicentro de Romang es una hermosa plaza arbolada que lleva el nombre del libertador nacido en Yapeyú. Alrededor de ese espacio público pasa una caravana de celebración tocando bocina. ¿Un casamiento? ¿Una despedida de solteros? No, «Me recibí de maestra» dice el cartel que sostiene en la caja de una camioneta la mujer protagonista del ruidoso paseo en la noche quieta.
La zona era originaria de Mocovíes y Qom, y los europeos la llamaban San Gerónimo en tiempo de los jesuitas, durante el siglo XVIII. Después de 1845 se la empezó a conocer como Malabrigo. La población fue creciendo con la llegada de sus fundadores en la década de 1870 y la de colonos italianos, franceses, suizos y alemanes, varios de ellos procedentes de otras colonias como Helvecia y Esperanza. En su crecimiento tuvo un rol importante la navegación por el San Javier, que conectaba con otros poblados y permitía un tráfico regular con el puerto de Esquina, en Corrientes, en el que escalaban los Barcos de la Carrera, que hacían el recorrido entre Buenos Aires y Paraguay.
«El pueblo de Romang a su fundador Dr. Teófilo Romang. 23 de abril de 1873» se lee en una placa del busto que mira con seño fruncido hacia la construcción que fue su casa y que hoy es sede de la Unión Agrícola de Romang Cooperativa Ltda. Y entonces, la curiosidad que lleva a indagar quién fue ese doctor de bigotes prolijos y mirada seria obtiene su recompensa con una historia digna de novela de aventuras: el de la imagen resulta no ser el dueño original de la identidad del nombre. Es más, varias versiones coinciden en que se trataba de un prófugo europeo que llegó a estos paralelos cambiando su nombre en el trayecto. Subió a un barco como Peter Weingeier y bajó como Teófilo Romang. «Parece que lo perseguía la justicia Suiza, y en el viaje se quedó con los documentos de un médico que se murió de camino», cuenta un municipal. A la pregunta, los lugareños siempre contestan con una sonrisa. «No, la cosa se fue descubriendo mucho después. Con el tiempo se encontraron unos papeles en un sótano», señala un hombre mayor respecto al engaño. «Pero este Weingeier era muy letrado, logró entusiasmar a todos los gobernadores de aquel tiempo», agrega, para no quitarle importancia al fundador de su comarca. La cajera del supermercado de la Unión Agrícola confirma lo dicho: Romang nunca llegó a esos campos, el que lo hizo fue Weingeier portando sus papeles.
Nadie parece estar incómodo con la confusión. Tampoco consideran cambiar el nombre por el original, ni siquiera corregirlo en el busto de la plaza. Es que el suizo originario de Trubschachen arrastra un prontuario dudoso: dicen las malas lenguas que escapó hacia América con sus dos hijos, llevando consigo un dinero que le habían confiado para niños huérfanos. En el camino, compró el pasaporte del médico de Langnau. Una vez en Argentina, se instaló en Esperanza donde ejerció la medicina ilegalmente. El farsante que había llevado a la quiebra una fábrica de relojes en su país natal, se presentó por aquel entonces frente a las autoridades y pidió un terreno fiscal para fomentar un establecimiento agrícola a gran escala.
La primavera convida una mañana de sol, aunque en los sembrados cercanos los girasoles genéticamente modificados ya no apuntan su rostro de semillas patentadas hacia la estrella. Los barrenderos logran que las calles arboladas brillen un poco más. Un señor pedalea con la bolsa de las compras colgando del manubrio por las calles de Romang y la vida sigue su curso en esa ciudad con ritmo de pueblo, que lleva el nombre del médico bajo cuya identidad vivió Weingeier en aquellos tiempos audaces.
.
.
Excelente relato. Unas fotos increíbles, como siempre una joyita que se desprende de tu arte para escribir y tu oficio de saber mirar para retratar.
Felicitaciones