TEXTO Y FOTOGRAFÍAS NATALIA MATURANA
A las 17:30 comenzaron a llegar los y las voluntarias a la sede de Suma de Voluntades, ubicado en calle Bavio 367. El sol cálido prometió una tarde de domingo agradable. No fue un domingo cualquiera, sino uno especial por el Día de la Madre. La previa de la recorrida nocturna inició en la cocina del lugar. Allí se reunió, como de costumbre, el grupo «Dominguero» a preparar el famoso guiso de arroz. El mismo autogestiona sus alimentos, excepto el pan y las facturas que los dona una panadería y el arroz que lo dona la empresa Ladislao Popelka y Cía S.A. Las recorridas nocturnas son una de las actividades que se realizan en esta ONG, donde grupos de voluntarios se reúnen a cocinar diferentes días de la semana y luego salen a repartir la comida a la gente en situación de calle.
La rutina es siempre la misma. A medida que fueron llegando, agarraron una tabla de madera, un cuchillo y se ubicaron uno al lado del otro en una larga mesada, donde comenzaron a picar verduras. Rebanada tras rebanada, cayeron un par de lágrimas por la cebolla, pero nada que una carcajada compartida no aliviane. Zanahorias, papas, calabazas, batatas y morrones. Mientras tanto, las hornallas se prendieron. Todo marchaba bien.
En la cocina, nunca hay silencios prolongados, alguien siempre comparte alguna anécdota que todos escuchan atentos y van comentando. El trabajo en equipo es clave. Las verduras picadas iban directo a la olla. Una vez completada la tarea, limpiaron la mesada. Ya comenzaba a sentirse el olor a tomate y morrón junto con los condimentos cocinándose en el fuego.
Patricia Acosta, conocida como «Pato», una de las referentes del grupo más antigua, preparó el mate con yuyos, como de costumbre, y dijo: «¿Vamos al patio?». La respuesta del resto fue un rotundo: «¡Sí, vamos!».
Caía el sol, dejando tras de sí un clima agradable. Eran siete personas esa tarde, sentadas en los bancos de madera en el patio rodeado de árboles y flores. La cantidad de personas varía cada domingo, el que puede se suma o avisa en caso de no poder asistir. Mientras conversaban, Mario, otro de los referentes más antiguos del grupo, se acercó con dos rosas en la mano como obsequio para las madres del grupo. Si bien Suma de Voluntades los une en una causa común, trasciende esas cuatro paredes, teje redes de comunidad que los iguala más allá de la diferencia etaria.
El mate humeante pasaba de mano en mano, mientras siguieron las anécdotas y las risas. «Siempre pensé que lo más importante es dar sin esperar nada a cambio, y cuando lo hacés todo te suma, te llega. En política y en religión siempre hay una contraparte. Además, me considero una persona muy bendecida por la vida. Cuando uno tiene mucho, tiene que devolver un poco de lo que la vida le da. Tengo problemas, como todos, una enfermedad bien llevada, pero lo lindo está en agradecer devolviendo lo que uno tiene. Me honra estar en este lugar, conocí y conozco personas maravillosas. Siempre digo que los que estamos acá somos buenas personas», dijo Pato con emoción, quien lleva nueve años de voluntariado. Y añadió: «Lo que a mí más me honra de estar en este lugar es la colaboración totalmente desinteresada. Para mí Suma de Voluntades hoy es mi familia, mi casa, donde me siento cómoda».
Por su parte, Omar Nicolini, una figura muy conocida no solo en Suma de Voluntades sino por la gente de la calle, se sumó al grupo en 2018. «En ese tiempo, yo estaba en el Hogar de Cristo y salía a dar la comida con Un Cielo Nuevo. Después me sumé a Suma de Voluntades, me abrieron las puertas. Empecé un domingo creo, después vine el lunes y el miércoles, y hasta ahora sigo acá», comentó. Y agregó: «Yo la pasé también en la calle, viví casi dos años, y se me dio por ayudar a la gente. Me hice conocer en la calle, algunos me odian, otros me critican pero acá sigo tranquilo. Para mí Suma es mi segunda casa, porque me ayudó y yo también ayudé».
A las 19:00 suelen ir en un auto, tres o cuatro integrantes del grupo, hasta una panadería familiar que los espera con donaciones de galletas, de pan y facturas surtidas. Sin embargo, por el Día de la Madre tuvieron que retirarlo más temprano, a la siesta. Así que esa tarde no había apuro, ya habían descargado las bolsas. Luego dedicaron un tiempo a cortar las facturas y las galletas por la mitad para que haya más cantidad.
El reloj dio las 19:30 cuando Mario cocinó el arroz que luego echó en la salsa y con una cuchara revolvió para integrar todos los sabores. El olor a guiso impregnó la cocina.
A las 20:00 sonó el timbre, llegaron Analía y Fabián, una pareja que siempre ofrece su auto para llevar las dos ollas grandes a la recorrida. «Algunos pueden decir que es la vida o el destino. En mi caso, por mi espiritualidad, creo que es Dios, quien nos pone en lugares donde hacemos falta. La prioridad es el otro, más allá de que yo me sienta bien. Suma de Voluntades significa ayudar con una semillita muy pequeña en distintas actividades», señaló Analía, quien forma parte del grupo desde hace siete años. Además resaltó la parte humana que caracteriza al grupo en general y lo a gusto que se siente de compartir esa actividad con su marido.
Una vez más, cargaron todo en los dos autos y el grupo se dividió. Pero seguían siendo siete los voluntarios. Un auto siguió al otro. En el camino, prendieron la radio porque jugaba Argentina, sin embargo quedó de fondo mientras conversaban. «Una de las cosas por las que empecé a venir es porque me conecta con la realidad, me hace valorar aún más las cosas que tengo. Yo estoy todo el día encerrada en un laboratorio con gente que está, dentro de todo, bien económicamente. Entonces venís, ves esto y decís a la mierda, estoy re bien o toda la gente que me rodea tiene el privilegio de estar bien», dijo una de las integrantes del grupo mientras manejaba. Otra compañera agregó: «Son tres o cuatro horas en la semana, es tiempo bien invertido”.
Los autos estacionaron en la plaza 1° de Mayo, frente a la Catedral de Nuestra Señora del Rosario. Si bien los vehículos no tienen ningún cartel o pegatina con el nombre de Suma de Voluntades, la gente ya identifica los colores y modelos. De a poco, se fueron acercando con su táper de plástico en mano, en busca de su plato de comida. En orden iban sirviendo el guiso, primero a quienes tenían su recipiente y luego, en bandejas de plástico, al resto. Al lado, repartían las cucharas, el pan y las facturas. Muchas personas reconocían a Omar, quien estaba repartiendo las cucharas descartables, y se acercaban a saludarlo con una sonrisa, un «Hola Omarcito» cariñoso, un apretón de manos o un chiste.
Incluso, un niño que se acercó a buscar su comida, mientras esperaba, comenzó a repartir abrazos a algunas de las voluntarias. Una vez que recibió su recipiente de comida, le avisó a su madre que iba a sentarse en frente, en las escaleras de la catedral. «¡Gracias!, ¡bendiciones!», fueron palabras recurrentes esa noche.
Todo marchaba en orden, hasta que tres personas comenzaron a gritarse enojadas en medio de la calle, amenazando con pegarse, mientras cruzaban de un lado a otro sin cuidado. En la calle hay ciertos códigos que se respetan. Ninguno de los voluntarios entendía el motivo de aquella discusión. Por suerte, pronto llegó la policía y la situación no pasó a mayores.
El recorrido continuó, los voluntarios fueron hacia la segunda parada: la plaza Sáez Peña, donde se volvió a reunir un grupo de personas con su recipiente en mano. «Ahora vamos a “Tránsito”, dijeron. Allí, en la intersección de las calles Echagüe y Cura Álvarez, había pocas personas. La última parada fue la Vieja Terminal de Ómnibus, ubicada en avenida Ramírez, donde los esperaba una pareja que armó una especie de casa con un colchón en el piso y una bolsa de residuo como techo enganchada a una reja para resguardarse y cuidar sus pocas pertenencias. Al lado su moto. Esta vez, muy cerca de ellos, se encontraba otro señor acostado en un colchón en la intemperie. Los tres recibieron su plato de comida.
Finalizó la jornada. El grupo pegó la vuelta de regreso a la sede, lavaron las ollas, barrieron y sacaron la basura. Nuevamente, entre charlas y risas, ordenaron todo. El lugar quedó en condiciones para el día siguiente. Luego se despidieron hasta el próximo domingo.
La realidad es cruda en la calle, no es lugar para vivir. Hay derechos vulnerados y vidas en riesgo. Ante un Estado ausente, este grupo de personas pertenecientes a Suma de Voluntades busca contribuir desde su lugar para hacer un mundo más habitable y menos hostil. Cualquier persona puede sumarse a ser voluntario o donar alimentos, ropa o calzado en la sede de Bavio 367 o en el alias disponible en su sitio web.
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