TEXTO Y FOTOGRAFÍAS PABLO RUSSO
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Una nueva generación de libreros va ganando experiencia en Paraná. Forman un plantel estable de media docena de personas, cuya característica más destacada es que no tienen locales de venta al público: son ambulantes y virtuales. Rondan entre los 30 y 40 años, se dirigen a lectores y lectoras que no consiguen satisfacer sus búsquedas en las librerías tradicionales y son solidarios entre ellos al punto de crear acontecimientos que les sirvan para mostrarse. Sienten pasión por los libros, tanto que algunos, además, se aventuran en la edición de sus propios materiales. En el primera feria Fluye de este año, tablones con ejemplares de por medio, 170 Escalones conversó con varios de estos traficantes de papeles impresos con poesías, novelas, ensayos y cuentos infantiles en plena era digital.
Francisco Vanrell nació en 1990. Empezó su emprendimiento El Oso Libros en 2013 con un amigo, pero a los pocos meses quedó solo. «Se trata de una librería fundamentalmente de usados, descatalogados, raros, que ya no circulan en el mercado tradicional», se presenta. Sus criterios son: literatura de cualquier época y estilo, ciencias sociales, filosofía y política. Le rehúye a las ediciones de autoayuda, best seller y especificidades técnicas. En general, los consigue de gente que se van desprendiendo de sus bibliotecas. «Era un comprador compulsivo hasta que en un momento se convirtió en algo inmanejable, tenía que hacer circular los libros porque guardarlos en casa no tenía sentido. Igual tengo mi biblioteca personal, que es intocable, a lo sumo puedo cambiar un ejemplar por otro si mantengo el título», explica Francisco, profesor de literatura. Sus ventas principales ocurren por Facebook, Instagram y algo en Mercado Libre, mientras que las ferias le permiten mostrarse «en vivo». Cuenta con unos mil quinientos libros catalogados y otros quinientos por catalogar. Sacar fotos y publicar una descripción y breve reseña de cada uno es lo que le lleva más tiempo. «No vivo de esto, es un extra, me encanta hacerlo y no me cuesta», comparte. «Tengo clientes de hace años que además tienen su tipo de literatura, filosofía, historia. Hay gente que busca algo muy específico, yo no trabajo a pedido porque el mundo del usado es difícil», confiesa Francisco, que también hace canjes y consigue grandes lotes por internet. Cuando alguien se lleva uno de sus libros siente satisfacción de que encuentren lo que buscaban, o lo que no buscaban. «Me ha pasado que compraron libros de familiares de ellos mismos; o personas que han estado 15 años buscando algo que yo tenía», dice. Sueña con tener un espacio propio, pero por ahora se trata de un emprendimiento informal en el que acuerda entregas por la zona céntrica con sus compradores. «Me gusta conocer al público, la relación más directa que se da en las ferias: le ponés cara al librero y al cliente, tenés la posibilidad de la charla inmediata», sostiene.
Gretel Schroeder tiene 37 años y hace cuatro que anda vendiendo libros, desde que participó del armado de una feria de editores independientes en la Facultad de Ciencias de la Educación de la UNER, mientras estudiaba la Tecnicatura en Edición. En ese entonces, un amigo que tiene una distribuidora le mandó material y desde ahí quedó vendiendo con su librería ambulante en ferias y por internet (Facebook e Instagram). «Hago una mezcla entre la librería, mis trabajos de edición y los libros que saco con mi editorial que arranqué el año pasado: La Ventana ediciones», cuenta Gretel. Su especialidad son los libros feministas, es lo que más le piden. Las entregas se combinan. «Hasta este año trabajaba con La Periférica distribuidora, que son textos más de política, filosofía y feministas, pero yo soy muy lectora de literatura así tenía ganas de incursionar por ahí. Estoy trayendo libros de La Coop que es una editorial independiente cooperativa», informa. «Cuando vendo un libro está bueno saber que puede llegar algo que no está en todos lados a un lector o lectora que está buscando ese material. Son editoriales independientes, ahora se está dando un canal más directo con el lector, por la crisis también: las librerías (con locales) son las que más sufren por sus costos fijos», opina. Según Gretel se siente la baja de ventas por la crisis, aunque piensa que hay gente que sigue teniendo la costumbre de comprar libros. «El papel cotiza en dólares, esa es la realidad del mercado», indica. «Mucho material lo tengo a consignación, y las redes sociales me dan una posibilidad que me evita la necesidad de un espacio físico», señala.
Lucas Mercado, de 38 años, es librero hace cuatro, aunque ya venía trabajando en tareas ligadas a la editorial. Azogue libros nace por motivos diversos: su interés por la literatura, las editoriales independientes y la producción en general. «Soy artista plástico y sé lo que es la autogestión. Había un público, fui buscando y trabajándolo y hoy en día es un ingreso económico que suma a otras cosas», revela Lucas. Dice que su emprendimiento va creciendo de a poco, en el taller de su casa tiene los estantes con los libros que ofrece de manera virtual en Facebook e Instagram. A sus clientes les va mandando las novedades y se mantiene en contacto con el resto de libreros para saber qué tiene o qué trae cada uno. «Estoy tratando de tener una temática lo más amplia posible dentro del ensayo, novela, cuento y poesía de editoriales alternativas. Algunas tienen tiradas importantes y otras no tanto», aclara. «No leo todo lo que vendo, me interesa más la poesía, novela y artes visuales, pero el resto tengo que saber al menos de qué se trata», añade. Azogue, además, comenzó sus propias ediciones de las que ya cuenta con dos títulos. «Estoy buscando un espacio, no un local abierto de horario comercial, pero algo para tener las cosas más cerca porque vivo lejos del centro. Hay gente que quiere mirar los libros, lo que tiene la feria es eso: podés ver todo junto y comparar», expresa. «Para este año mi objetivo es armar una página bien hecha, como de venta más formal tipo con carrito y medios de pago, esa onda; además de algún lugarcito para poder chusemar y ver tranqui», anuncia.
Ana Clara Knopp tiene una librería especializada para niños «o para grandes con la curiosidad intacta», desde hace un año y medio: Saltacharcos. «Comencé por interés personal, por los niños de la familia, para tratar de acercarles libros», cuenta. Intenta traer materiales que no se encuentran en las librerías de Paraná, libros ilustrados para niños, pequeñas cosas que estimulen el pensamiento y la creatividad y que no se ven en las vidrieras en general. «Arranqué en la Feria del Libro de 2017. Las ferias son una hermosa ventana para compartir, también vendo por Facebook, Instagram y Whatsapp. Tengo mi público que busca cosas diferentes y otra gente que pasa y se encuentra con algo que no conocía», dice Ana, de 38 años, que se dedica a la comunicación institucional de una de las editoriales de las que ofrece producción. «Cada vez que hablo de local, todo el mundo remarca lo difícil que es mantenerlo. También me gusta aparecer en lugares nuevos y conocer gente que si te quedás quieta en el mismo sitio no te cruzás», remata.
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