TEXTO FRANCO GIORDA
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Mujer, negra, puta, inmigrante. La víctima perfecta en un mundo patriarcal y xenófobo. Ella muere en una situación violenta y la policía no investiga el crimen. Una red de explotación sexual y un par de familias cercanas al caso se ocupan, por igual, de tapar el asunto. Ni siquiera se sabe su nombre. En un imperio de indiferencia, la única conmovida es una joven médica que fortuitamente quedó vinculada al hecho.
Estas líneas sobre La chica sin nombre (La fille inconnue, 2016), la nueva de los hermanos Jean Pierre y Luc Dardenne, parece adelantar una trama que visita los lugares comunes. Incluso, se podrían prever diálogos subrayados con el resaltador de la corrección política. Sin embargo, la sobriedad y la mesura son parte de las virtudes de la producción cinematográfica y la cuestión es tratada sin recaer en el panfleto.
La oscura pasión de la culpa es la que obliga a la mencionada doctora, interpretada con aplomo por Adèle Haenel, a querer saber quién es la NN, qué fue lo que pasó y quiénes son los responsables. La atormenta no haber abierto la puerta al momento en que la asesinada, cuando aún estaba viva, buscaba ayuda para escapar de la amenaza varonil. La protagonista prefirió la seguridad de su consultorio antes que arriesgarse al peligro de saber quién tocaba el timbre a una hora inusual.
Para redimirse se propone saber cómo se llamaba esa mujer a la que no ayudó y de la que nadie pregunta. Su propósito es recuperar la dignidad de la muerta para que haya una tumba con su nombre. En esta misión, encarna el espíritu de una Antígona que ya no está preocupada por el entierro de un hermano de sangre, sino de una hermana de género. El vínculo moral se corre, así, de lo parental a lo estrictamente político.
Esta vez, en lugar de un rey Creonte prohibiendo la sepultura a Polinices, hay una sociedad que condena a quien pretende el entierro honroso de una marginada. La orden es que la humillación debe continuar más allá de la vida. La doctora Davín, como la heroína trágica de Sófocles, desobedece mandatos y tiene su propia respuesta sobre lo que se debe hacer con los muertos.
Antígona se enfrenta al poder sin miedo, aún sabiendo su destino. La médica, en busca de la verdad, no teme a enemigos de la talla de proxenetas, patriarcas y policías. En el peligroso proceso de conocer un nombre, transforma su vida y sus pretensiones. En medio de ese periplo, se marca una perspectiva humanista de la enfermedad y la muerte. La relación entre los cuerpos toma un nuevo sentido específico.
Así como Ismena, hermana de Antígona, advierte sobre los riesgos de enfrentarse a la ley, el poder y los varones, aparecen personajes que desalientan a la protagonista de la película a que continúe con su afán. Sin embargo, la temeridad emparenta a la antigua y a la moderna.
En términos formales, la película se caracteriza por planos con cámara en mano, aunque sin mucho movimiento, de la protagonista. La actuación parca e intensa de Haenel permite que su figura, movimientos y gestualidad soporten con prestancia todo el peso de la historia.
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Nota: El cineclub Musidora proyectará Una chica sin nombre este miércoles 26 de julio a las 20.30 en el Casal de Catalunya (Nogoyá 123, Paraná).
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