TEXTO LISANDRO ESTHERREN*
El sol está acostumbrado a besar las costas de Nápoles casi todo el año. Sin embargo, aún en la época invernal, al verano le cuesta todavía retirarse del sur de Italia. Esto parece ser habitualmente así, excepto por hoy, 24 de diciembre de 2022. Hoy el cielo amaneció gris y a pesar de la cercanía de la navidad, se respira un aire de tristeza. Ha muerto Antonio Amoretti, el último partisano de la resistencia italiana contra los nazi-fascistas. Tenía 95 años, de los cuales la mayoría los dedicó a luchar por la justicia y la libertad.
Vedi Napoli poi muori
Estamos listos para a salir al funeral junto a Mario Coppeto, dirigente de izquierda e integrante de la Associazione Nazionale Partigiani d’Italia (ANPI), región Campania, quién al verme vestido de negro, me dice:
— ¿Vas a ir así?
— Claro — le respondo — Es un funeral, ¿no? —
— Te falta algo — completa.
De repente, se va y vuelve al rato. Trae una bufanda de color rojo.
— Ahora estás listo — me dice sonriendo; y salimos al vicolo Pignatelli, una pequeña calle del centro histórico donde vive.
Entre charlas, y paso sostenido, los callejones de Nápoles siempre conmueven: los aromas únicos de su cocina; el incansable ir y venir de gente y motorini; las ropas flameando, secándose en los balcones; y la música ubicua de su teatral idioma.
— Las cuatro jornadas es uno de los momentos más importantes de la historia de Nápoles — dice Mario mientras descendemos por una escalerita de piedra que apenas se abre entre dos derruidos edificios del ‘800 — porque fue, de hecho, la primera ciudad que se liberó del nazi-fascismo durante la Segunda Guerra Mundial. Antes, incluso, de que lleguen los Aliados. El 27 de septiembre de 1943 sucedió una insurrección popular luego del edicto del coronel nazi (Walter) Scholl, el cual quería deportar a todos los hombres y jóvenes de la ciudad hacia Alemania. La revuelta la iniciaron las mujeres, que fueron a liberar a los hombres presos en un antiguo estadio de fútbol ubicado en el barrio del Vomero. Durante cuatro días la ciudad fue «messa a ferro e fuoco», dice Mario con un acento evocativo. — Algunos nazis fueron capturados y otros huyeron. La resistencia italiana duró dos años, pero empezó acá — concluyó.
En el Maschio Angioino
Atravesando el corso Umberto Primo se ve algo de gente yendo en nuestra misma dirección. A Antonio lo velan en el Castel Nuovo o Maschio Angioino, castillo medieval cuyo núcleo antiguo fue construido en 1266, cuando Carlo I D’ Angiò transfirió la capital del reino de las Dos Sicilias a la ciudad de Nápoles. Allí funciona el gobierno de la ciudad y es también un importante museo.
— La sala ardente de la Camera Dei Baroni es la sala más importante de la ciudad. Velar a Antonio allí representa un gran honor — continúa Mario mientras cruzamos la calle y finalmente llegamos al castillo.
Después de atravesar el patio de piedra y subir una escalera, ingresamos al lugar donde es velado el héroe: una enorme sala con tribunas de madera donde se debaten los urgentes temas de la vibrante ciudad partenopea. En el medio de la sala, una guardia de honor custodia el féretro cubierto con la bandera italiana.
El último partisano
Mucha gente se ha congregado para dar el último adiós: desde compañeros y camaradas de la ANPI hasta el intendente de la ciudad con algunos funcionarios; también militantes y periodistas.
La primera en tomar la palabra es Rosa, la nieta de Antonio, quien entona algunas estrofas de una canción de Violeta Parra con evidente sentimiento. Le sigue en su despedida un compañero de la ANPI, visiblemente conmovido. Será luego Gaetano Manfredi, el actual intendente de la ciudad, quien finalizará el exordio.
Es que Antonio dejó una huella profunda en la ciudad. A los 15 años, en una Nápoles sitiada por fuerzas de ocupación nazi-fascistas, Tonino se escapaba sigilosamente de su casa para asistir a las reuniones clandestinas de la resistencia italiana. Su padre, afiliado a los camisas negras, no llegaría a sospechar hasta qué punto la valentía y rebeldía de su hijo lo convertirían en uno de los mejores tiradores de los partisanos. Su propio abuelo le había enseñado a disparar cuando era chico y salían de caza. A los 16 años su escuela fue bombardeada y no tuvo más alternativa que agarrar el fusil y participar en uno de los hechos que cambió la historia de la Segunda Guerra Mundial.
— La insurrección fue planificada — había narrado Antonio hace unos meses en su última entrevista.
— Las acciones organizadas al límite de lo posible y coordinadas militarmente — dijo en esa oportunidad.
Hombres y mujeres jóvenes lucharon valientemente contra un ejército muy superior en número y mejor equipado. Según algunos historiadores, en las 76 horas de combate murieron 170 partisanos y 150 civiles; aunque en el registro del Cementerio Poggioreale los fallecidos ascienden a 562.
Además del importantísimo resultado moral y político de la insurrección, Las cuatro jornadas de Nápoles ciertamente tuvieron el mérito de impedir que los alemanes organizaran una resistencia en la ciudad o que, como había pedido Adolf Hitler, Nápoles quedara reducida «a cenizas y barro» antes de su retirada.
Al son de Bella Ciao y entre aplausos; así se fue a descansar Antonio Amoretti, el último partisano. Y el coro es un puño cerrado que canta: «Resistenza! Ora e sempre!».
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* Dibujante paranaense que reside en Italia
Bella y sentida crónica. Muy bien escrita. Gracias Lisandro.