TEXTO Y FOTOGRAFÍAS FRANCO GIORDA
ILUSTRACIONES YAMILA CABRERA
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El parque Sarmiento de Córdoba tiene el toque inconfundible del paisajista Carlos Thays (1849 – 1934). La arquitectura del paseo ameniza el ambiente urbano y provee una bóveda vegetal a los caminos internos. El medio permite la recreación humana, el despliegue disciplinado de la flora y el vuelo de los pájaros.
Thays fue el creador de muchos otros espacios verdes en el país como el parque Urquiza de Paraná o el San Martín de Mendoza, así como de la mayoría de las plazas y jardines de Buenos Aires. Desde hace un tiempo, se encuentra en marcha la declaratoria de valor patrimonial de estos lugares públicos por parte de la Comisión Nacional de Monumentos.
El parque de la Docta cuenta con una serie de atractivos y curiosidades. Por ejemplo, aunque el mar no esté muy cerca hay un faro «del Bicentenario» que se erige sobre un edificio moderno de superficies onduladas. Desde cierta perspectiva, parece más el monumento al porro que un indicador para los navegantes. El inmueble está vigilado por guardias que controlan la circulación. El espacio es ideal para andar en bici o patinar pero nada de eso se puede hacer. Entonces, cada vigilante tiene un láser con el que señala a los que se pasan de la raya y un silbato con el que indican la falta.
En medio del Sarmiento también se encuentra un parque de diversiones del viejo estilo: hay montaña rusa, sillas voladoras, autos chocadores, samba, gusano, tazas giratorias y tren fantasma, entre otras atracciones. A juzgar por la concurrencia, el vuelo, la velocidad, la caída libre o entrar al mundo de los muertos mantiene su vitalidad en el espíritu de los niños. Los viejos sueños y pesadillas siguen siendo el motor de las emociones infantiles. Los vendedores de feria completan la postal de una escena donde priman los aparatos mecánicos antes que las tecnologías digitales.
Del otro lado de la calle de ese noble espectáculo hay un zoológico. En rededor de esa cárcel de animales hay grafitis y esténciles que se manifiestan en contra del sufrimiento de la fauna y a favor de los derechos de todas las especies. Además de jaulas, hay una «vuelta al mundo» construida por Eiffel (el mismo de la torre parisina) que se mantiene como monumento.
A su vez, bellos edificios y palacios de principios del siglo XX son la sede de museos y centros culturales. Una avenida recuerda con justicia a Deodoro Roca, líder de la Reforma Universitaria de 1918. Hay ciclovías, pistas de patín, mountain y bmx, skatepark, bares, restoranes y sitios dedicados a las colectividades de inmigrantes. Un día no alcanza para recorrer el prado en su total extensión.
Fuera de lo más o menos esperable que tiene el lugar (sin que esto le reste valor), la verdadera aventura se encuentra en la laguna artificial. El enclave acuático tiene el encanto de la destrucción. Las fuentes que la rodean están vacías y los monumentos resisten rotos y escrachados. Este seductor paisaje enciende las fantasías de cualquier mente influenciada por las películas postapocalípticas. Allí, en medio de un diseño armonioso, se abre otra dimensión para los amantes del trash.
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Las algas se acumulan en la costa y forman una película densa y flotante. Esa viscosidad es parte de una belleza informe. Los movimientos líquidos y la explosión de burbujas espesas parecieran anunciar la salida de una bestia de las profundidades oscuras. Al mismo tiempo, por ese sitio caminan garcitas blancas en busca de los bichos que viven en el fango.
En el agua derivan batibotes abandonados. Sobre esos vehículos de plástico, desteñidos por las inclemencias del clima, se posan algunos biguás. Esas aves negras, luego de sumergirse en el agua sucia en busca de su alimento, se detienen en los artefactos a pedal para secarse y brillar al sol.
Crisol y Esmeralda son los nombres de las dos islas que emergen en medio del espejo verde. A esa tierra firme se accede a través de puentes de madera que no están en su mejor estado. Algún trasnochado, con las ilusiones intactas, elige la sombra de esas construcciones para pararse a pescar. Esta descripción no es ficción. Tal cual fuera un río o un lago natural, el fulano revolea una boya con anzuelo para probar el pique.
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La acústica es diferente a la del resto del parque. Un sospechoso silencio invita, cada tanto, a mirar atrás. No vaya a ser que aparezca algún psicópata con una motosierra o un grupo de zombies hambrientos. Todos los elementos de la escena predisponen a una paranoia cinematográfica.
En su ronda de reconocimiento, el visitante puede toparse también con un grupo de kayakistas que llegan con auto y tráiler donde cargan media docena de embarcaciones. Al rato, se los ve remando en el tramo menos denso. Resulta increíble no ya que un entusiasta de los programas imposibles se largue a semejante desafío, sino que lo sigan otros cinco. La vuelta que daban era más bien corta dado que ni el práctico más avezado es capaz de maniobrar entre la podredumbre y las ramas que obstaculizan la cancha.
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Si hay gente que pesca también está el señor que vende los artículos necesarios y la carnada. Debajo de unos árboles, el buscavidas con algún desequilibrio y buena parla cordobesa ofrece lo siguiente: cañas, tanzas, boyas, anzuelos y otros adminículos. Todos elementos discontinuados y recolectados en vaya a saber qué misterioso rincón. Ante semejante panorama, la pregunta se impone: «¿qué es lo que sale acá?». La respuesta es: «Carpas, tararias, palomentas, cangresos y tortugas», y la explicación se amplía; «A las carpas las trajeron para que se coman las algas. Esas no se pueden sacar. Yo vendo mojarras que sirven para todos menos para las Carpas. Así que si nadie te ve, te podés llevar lo que pesques”. Al final, no queda muy claro qué está permitido pescar y qué no (en caso de que efectivamente haya peces en el agua). Como anexo, el hombre tiene una mesa donde ofrece chucherías y antigüedades; la mayoría inservibles.
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Un cangrejo, una tararira y una carpa, representantes de la llamativa fauna de la laguna
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El final de la vuelta es sorprendente, el puesto de los batibotes está abierto. Aunque todos los barquichuelos se mecen amarrados a un muelle, su aspecto es muy parecido a los naufragados: están arruinados por el sol, inundados y enclenques. Sin embargo, una tradicional familia de cuatro integrantes se alquiló una embarcación y encaró a puro pedal la búsqueda del monstruo de la laguna.
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Anotación musical: Mientras se escribieron estas líneas, además del citado tema de Pescado Rabioso, sonaron los siguientes discos de Alice Cooper: Flush the fashion (1980), Dadá (1983), Constrictor (1986), Trash (1989), Prince of Darkness (1989).
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Monumental descripción del apocalíptico lago del Parque Sarmiento, ¡bravo!