TEXTO Y FOTOGRAFÍAS PABLO RUSSO
En kayaks, piraguas, standups, botes a remo, lanchas o a nado: el arenal que une las islas Curupí y Puente es un punto de atracción para pasar un rato de domingo. A diferencia de la Isla Bonita, en la desembocadura del arroyo Las Conchas, su cercanía con la ciudad le da cierta característica popular: desde los gurises de Puerto Sánchez que cruzan cada tanto a jugar un picadito hasta algunas embarcaciones de lujo que eligen la playa de cara a Santa Fe, en la que se despliegan sombrillas, reposeras y algunos gazebos. Los mates pasan de mano en mano, así como los vasos de fernet.
Desde la Curupí a la Puente se puede caminar cruzando el playo curso de agua transparente que aún corre entre ambas islas, siguiendo las huellas de las aves de diversos tamaños. Un grupo de nadadores llegan desde el Thompson, se toman un descanso y siguen hacia el Municipal. Tres yeguas deambulan entre los kayaks husmeando las provisiones. Un hombre cansa a su perro en el agua y un grupo de adolescentes juegan a saltar la cuerda parados en sus tablas. Hay, por ahora, espacio para todos y todas en este banco de arena que se fue sedimentando desde la gran bajante pandémica y que reaparece cada vez más consolidado ni bien el Paraná desciende de su nivel habitual.
De fondo, según se mire desde el norte hacia el este, el sur y el oeste: la ruta 168, la salida del túnel, las torres de la Toma Vieja, el Thompon, Puerto Sánchez, la dársena y el Parque Urquiza; mientras que hacia el lado de Bajada Grande, entre la vegetación, asoma tristemente la construcción de una torre edilicia.
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