TEXTO FRANCO GIORDA
.
.
En las carteleras de los cines Círculo de Paraná y América de Santa Fe se encuentra Belfast (Kenneth Branagh, 2021), candidata a siete premios Oscar. La película del actor y director británico recrea la vida de una familia de clase trabajadora durante 1969 en la capital de Irlanda del Norte que da nombre a la producción audiovisual.
El protagonista es Buddy, un niño de nueve años (Jude Hill), que juega con otros chicos y chicas de su barrio, va a la escuela, se enamora de una compañera de curso y, además, está apesadumbrado por las adversidades que afrontan su mamá (Caitríona Balfe), su papá (Jamie Dorman) o sus abuelos (Judi Dench – Ciarán Hinds); pero, principalmente, lo tienen perplejo los hechos violentos que estallan, de un día para otro, en el marco de los enfrentamientos que tuvieron lugar en aquel momento, y que duraron varias décadas, entre protestantes y católicos. Las agresiones de los primeros sobre los segundos tienen como uno de sus epicentros la calle en la que él vive.
El guion tiene elementos autobiográficos del realizador, quien, justamente, nació en Belfast en 1960. La obra está ejecutada, en su mayor parte, en blanco y negro. Los colores son reservados a unos breves segmentos con el propósito de aportar una capa de sentido específica. El juego de alternancias cromáticas está logrado y sirve de contrapunto entre las distintas tonalidades de la memoria.
La narración avanza desde la perspectiva de Buddy que, con gran sensibilidad y asombro, participa del mundo propio de la infancia y también del drama familiar y social. Su interacción con amigos y parientes está caracterizada por la espontaneidad y el deseo, así como por las jerarquías de los adultos y los condicionamientos históricos.
En la película se cruzan múltiples dimensiones del devenir humano como el cariño, la violencia, el amor, la política, los juegos, las ilusiones, el exilio, el absurdo, la valentía, la pérdida de la inocencia; contextualizados en un lugar y un tiempo específicos. Esta representación situada vuelve reflexivas cuestiones constitutivas de la existencia no ya en términos abstractos sino de una manera directa e intuitiva.
Los personajes no tienen perfiles maniqueos. Son, más bien, retratos de personas lidiando con las vicisitudes de la existencia; asumiendo posiciones ante los hechos que suceden y que protagonizan; discutiendo alternativas a la realidad individual y colectiva; relacionándose entre sí de manera a veces feliz, a veces conflictiva. Los diálogos se corresponden con las voces de personas vivas, con sus virtudes, sus errores y sus contradicciones.
Así mismo, el clima de época está bien representado a través del perfil de las subjetividades trazadas, las relaciones sociales, el entendimiento de las circunstancias y los respectivos modos de accionar.
Belfast tiene una posición clara que repudia, sin ser un panfleto, la lógica de la violencia y del fanatismo (principalmente religioso) que busca justificar la fuerza, la eliminación o la imposición.
Por otro lado, cuenta con algunos homenajes a otras películas que, seguramente, el realizador miró durante su infancia. Los protagonistas de Belfast asisten al cine y se vinculan como espectadores activos con obras y estrellas de su tiempo. Las salas de exhibición son presentadas como ámbitos para el asombro, la fantasía, la alegría, el descubrimiento, la reunión y la discusión.
En términos formales, se observa una cuidadísima composición de los planos y una fotografía acorde a las pretensiones. Otra característica es que la cámara es ubicada, en varias ocasiones, en angulaciones de picado y contrapicado que, podrían interpretarse, como interacción con la perspectiva del niño. Esto no indica necesariamente enfoques subjetivos, sino que construyen múltiples puntos de vista, complejos y variables (que hasta pueden agobiar por estar un poco recargados), desde dónde se mira, se piensa, se siente y se actúa. La música, compuesta por Van Morrison (también nativo de Belfast) es otro elemento importante de la obra.
.