TEXTO Y FOTOGRAFÍAS PABLO RUSSO
Que Entre Ríos está surcada por arroyos es un axioma conocido. Que la capital provincial tiene a estos cursos de agua poco integrados a su desarrollo urbano, también. Muchas veces son ocultados, entubados o simplemente marginados como vertederos de residuos; sin embargo, estos afluentes del gran río surgen de sus vertientes naturales y se resisten con su geografía caprichosa a la lógica de los trazados cuadrangulares del ejido local. A veces, los vecinos y vecinas de cercanías los integran a su cotidianidad, generando modos de uso que escapan a los planos de circulación habitual. Es el caso de una de las nacientes de la cuenta del Colorado.
Avenida Almafuerte hacia el lado del Paraná (es decir, hacia el norte), parece ser el lugar desde donde aflora el agua de algunos arroyuelos que en su recorrido van uniendo caudales. Por ejemplo, en Almafuerte al 2200, entre López Jordán y Gobernador Manuel Crespo; pero también de Almafuerte al 1300, detrás de la COTAPA. En Google Maps se puede ver cómo ambas trayectorias de un verde que se va engrosando crecen cual piernas -más allá de un fragmento entubado que parece una prótesis en esa naturaleza- hasta juntarse en la zona de Blas Parera y Guillermo Brown. La pata de orientación este del riachuelo sale a la superficie debajo mismo del asfalto de la avenida, bordeando discretamente el galpón de una mueblería. Del lado de enfrente las construcciones no permiten ni siquiera imaginar la presencia de una continuidad de ese arroyo. Podría pensarse que esa es su naciente.
En seguida toma, zigzagueante, una dirección noroeste en cuya vera crecen, un poco más allá de la vegetación habitual, las casitas de un barrio popular que lo acompaña rigurosamente. El agua aún con su poco caudal corta el territorio en dos, como en el pasaje Vartorelli, que en sus apenas cuatro cuadras se ve interrumpido por esta situación. No pueden circular vehículos de un lado al otro, aunque las personas se las ingenian para evitar rodeos.
Vartorelli, si se la piensa desde Almafuerte, se presenta discretamente a partir de una subida de cordón cuneta que asemeja más la entrada a un vecindario o zona de talleres que una calle. Un muro grafiteado acompaña los primeros metros de angostísima vereda derecha. Por la calle de tierra y pasto solo podría circular un automóvil. La bajada hacia el arroyo de ese primer tramo corresponde también al acceso a viviendas cuyos perros anuncian tras rejas y alambrados la presencia de quien sea.
Hasta el 2022 existió una especie de puente estrecho sumamente precario, que habilitaba el paso peatonal o, a lo sumo, en bicicleta o moto por encima del arroyo. Por algún motivo ese pasadero ya no existe. En cambio, para quien se anime a un descenso breve por la pequeña barranca, dos cubiertas en un trecho angosto posibilitan el intento equilibrista de alcanzar la siguiente orilla y luego trepar en tierra firme para, de ese modo, unir las cuadras que restan de Vartorelli.
Como ocurre en otros arroyos paranaenses, el instante en el cauce rodeado de su vegetación transmite sensaciones silvestres que, si no fuera por la basura presente, contrastan enormemente con la civilización circundante, cuyos ecos motorizados apenas arriman a la orilla.
Del lado norte de Vartorelli un barrio tranquilo desarrolla su vida, con un puesto de verdulería en una plaza, una canchita de fútbol y los edificios del Paraná XX de fondo. Si no fuera por el viaducto de calle Francia, inaugurado durante la pandemia, aún más serena sería esa vecindad. Pero Vartorelli no sabe de ese movimiento de asfalto que evita semáforos entre Circunvalación y Blas Parera, ya que su rastro de tierra pega una curva que muere en calle Torra, como el secreto de su paso por el arroyo, no señalado en los mapas oficiales.