TEXTO MAXI SANGUINETTI / FOTOGRAFÍAS MILI LUNA
¡Alerta guerrillas (del under), vuelven a tocar los Muertos en Paraná! Ese parecía ser el llamado subliminal cuando nos enteramos que venían después de aquel mítico recital de 1997 en el Club Paraná. Y el sábado, en Tierra Bomba, fue una fiesta donde la magia sucedió arriba y abajo del escenario. Como lo entendió Daniel Melero cuando los grabó por primera vez en vivo en Cemento en 1986 para su primer disco titulado «Noches agitadas en el Cementerio», poniendo más micrófonos apuntando al público que a la banda para registrar lo único e irrepetible que sucedía allí abajo.
A Paraná vinieron por primera vez en el 97, traídos por el Pepo Amatti y su 25ringside producciones al Club Paraná. Y todo cuajaba en la época: éramos jóvenes, casi treinta años más jóvenes, había una profunda crisis de representación política y muchos espejitos de colores de la segunda oleada neoliberal. Teníamos más pelos y dientes y todavía creíamos en la revolución. Dale Aborigen había salido unos años antes revitalizando la mirada latinoamericanista desde el punk en la que ya habían incursionado Los Violadores años antes. Pero ahora incorporando otros ritmos, otras sonoridades. Por entonces eran una sola banda con los Mano Negra, y recorrieron en ese «Tren de fuego y hielo» la selva colombiana tocando en los pueblitos abandonados desde el cierre del ferrocarril, en una especie de kermese móvil con malabaristas y fuego y tatuajes y vida libre que tan bien contó en su libro el mismísimo papá de Manu Chao y que se puede bajar acá. Por entonces, todos queríamos calzarnos una mochila y salir a recorrer Latinoamérica y buscarle agua hirviendo para el mate del Ché. Mano Negra y TTM eran realismo mágico, lluvia tropical, la promesa de un paraíso desde acá y para acá, una revolución desde abajo, sin líderes, con música, selva, negritas, el mar, y mucho mucho humo dulce.
Después vino el 2001, la revolución llegó y se congeló también. No toda, claro. Lo aprendido queda y resurge cada vez que la «Gente que NO» deja todo hecho pelota. Y pasaron los años, nos volvimos más grandes, Fidel y su universo siguieron. Y se murieron Gamexane, Dronkimaster y algunos amigos nuestros, pero igual había que ir. Por ponerle la banda de sonido a esos noventas tan contradictorios, agradecer las alegrías recibidas y las esperanzas que nos dieron cuando todo era pizza con champagne y nadie quería abrirse camino hacia el otro lado para ver qué pasaba. Esta vez la productora que los traía es Under Control. Y ahí estuvimos el sábado, reencontrándonos. Diciendo «acá estamos», todavía no nos aplacaron. Y entramos a Tierra Bomba y nos recibió un set de dub reggae hip hop alter latino de Musiquitas Bombísticas que nos fue poniendo en clima. Hacía calor. La gente se saludaba en el patio. La complicidad flotaba en el ambiente. Y cuando Fidel salió al escenario, ese disco que dormía soterrado en nuestro interior, emergió de nuevo poniendo el cuerpo en movimiento y las letras en la punta de nuestras lenguas. La sinergia fue total. «Dale aborigen», «Trece», «Mandela», «Andate» (Milei), «Tu alma mía», «Scooby Do» hicieron que el lleno total bailara y pogueara al unísono. Fidel lo daba todo, en voz, en baile, en arenga, y la banda sonaba como entonces. Solo algún que otro contratiempo con el bajo que pocos notaron salvo porque cortaron la onda unos minutos para solucionarlo. El reci se basó en la celebración de los treinta años de Dale Aborigen. Pero también aparecieron clásicos de los discos anteriores como «El Espejo», «Sé que no»… y ¡hasta «El Féretro»!, de cuando eran más postpunk y mucho más oscuros. Claro, fueron pioneros en hablar de los desaparecidos (desde el propio nombre de la banda) y hasta hacer una canción titulada «El Chupadero». Y Fidel hizo alusión a que esa Tierra Bomba en la que ahora tocaban había sido una comisaría en donde detuvieron y desaparecieron a vecinos que vivían a cuadras de allí.
Y ella ya no es más «una puta vacía», sino dos veces «de la oligarquía y no quiere saber nada más de vos». Porque los tiempos cambian, y porque en Dale Aborigen cantaron las Actitud María Marta que hoy seguro tendrían algo que decir al respecto de ese pasaje de «Hijo Nuestro». Y con Dale Aborigen leímos sobre Sandino, aprendimos quién era Torquemada; sobre el Euskadi y los Negú Gorriak, y sobre el apartheid sudafricano que tenía a Mandela preso. Hace treinta años creíamos que el rock era un instrumento de cambio, y lo era. Y también nos consolamos del desamor, por ejemplo, porque todos alguna vez dimos vueltas en una cama vacía y sucia sabiendo que la otra persona no iba a volver, y que aunque el tiempo pasara nunca la íbamos a olvidar…
Cuando ya el éxtasis pasó, volvió la música colgueta –bellísima-, esta vez a cargo de Big Nacho, y el piso de la Tierra quedó hecha un gran charco de transpiración colectiva condensada. Como aquella vez en el Club Paraná, cuando las huestes del under coparon la parada para vivir su comunión. Y salimos al patio a reencontrarnos, a recordar, y a levantar un poco las cabezas para otear el horizonte, después de estos meses de palos tras palos.
Hoy en tiempos que es necesario reforzar esperanzas de cambio, y salir a la calle a conquistarlas pasito a paso, este reci fue una hermosa inyección propositiva. Porque, sabemos, no nos interesa una revolución en la que no se pueda bailar y los TTM sí que saben cómo hacernos bailar. Y recordar, como dicen en la letra de Torquemada, que «el futuro no está escrito»…
¡Hasta la victoria siempre! ¡Rekebra!
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