TEXTO Y FOTOGRAFÍAS PABLO RUSSO
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El río suele estar más despejado de todo tipo de navegantes entre lunes y viernes. Sobre todo en invierno, más aún en pandemia. Las nubes no son lo suficientemente gruesas ni constantes como para que la estrella más cercana ilumine límpidamente por momentos, aunque en la tarde de miércoles el filtro de algún cúmulus nimbus refracta en el agua tonalidades plateadas sobre el transcurrir marrón del Paraná. La apertura de compuertas en las represas brasileras es aún una noticia potencial que no tiene efectos concretos en la bajante que se observa frente a la capital entrerriana. El momento es propicio para ir a conocer al túnel subfluvial desde arriba.
La remada costera río arriba –hacia el oeste– confunde la orilla de Puerto Sánchez con su continuidad en el Thompson, transformada ahora en un pastizal que expone unos cuantos residuos en su margen baja. La calle que bordea y separa ese espacio de la desembocadura del arroyo Las Viejas se convirtió en un mirador en altura. La entrada al Club Náutico Paraná aún dispone de agua, al igual que la del barrio privado construido en lo que antes era un espacio público. El río se ha retraído de ese litoral en el que hoy abundan los yuyos. Desde allí se puede cruzar derecho hacia el borde santafecino.
Dos boyas de base negra y mástil rojo, únicas en su tipo en el país respecto a su señalética, indican que por allí está el «TUNEL». Entre medio de ambas, a pocos metros de la arena y tierra firma, se extiende lo que parece ser el lomo de un yacaré gigante: se trata de la malla del viaducto, expuesta al aire libre a una corta distancia del canal principal.
En octubre de 2019 la estructura de protección comenzó a quedar a la vista. Casi que se la adivinaba entre un oleaje más o menos continuo. En la actualidad el panorama es absolutamente diferente y la superficie exteriorizada de la parte superior tiene unos veinte metros de largo por unos cinco de ancho. Esa malla, construida en un obrador donde ahora es la continuidad de la costanera entre la Plaza de las Colectividades y la Sala Mayo, fue colocada desde un barco que recorría el trazo del túnel en dos etapas: la primera, en el centro del río, entre 1992 y 1993; la segunda, de 1998 a 1999. Esta acción para darle estabilidad a la conexión subacuática fue necesaria por los cambios en el lecho, producidos principalmente por las inundaciones de 1982.
Cinco kayaks se aproximan desde el lado de la Toma y aprovechan la pasada para registrar ese emerger que de lejos confunde, ya que la joroba de bloques de cemento tiene casi la misma tonalidad que el curso que la contiene. Por suerte, no se trata de un monstruo fluvial producto del glifosato con el cual el coreano Bong Joon-ho podría hacer una continuidad de The Host, donde este inmenso ser despierte al cambio climático y hostigue a los inmensos cargueros que van y vienen por el Paraná. Esos sí que son bichos colosales, contrastando en dimensiones con las sencillas canoas de pescadores artesanales que deambulan como cascaritas a la deriva, recogiendo espineles que les convidan un poco de pan y felicidad en este humedal venido a menos.
Mi buen comentario
Excelente