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TEXTO LUCIANO ALONSO
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¿Por qué razones los sucesos que agrupamos bajo la denominación Mayo francés tienen trascendencia mundial cincuenta años después?
Evidentemente esas movilizaciones ocurridas principalmente en París, pero extendidas por toda Francia, no fueron únicas sino que se produjeron en el contexto de un ciclo de luchas sociales de los años de 1960-70. Su marco fue el de una creciente conflictividad estudiantil en los países occidentales, preludiada por los estudiantes alemanes de 1963 y la revuelta de Berkeley de 1964, con el Free Speech Movement surgido en la Universidad de California. En ese sentido el Mayo francés compartió con otros procesos contenciosos aspectos como ser las tensiones surgidas por la incorporación de grandes segmentos de la población a la enseñanza superior con su carga de diversidad cultural y política, o los reclamos por las condiciones de estudio, la democratización de las instituciones y el desarrollo de una educación critica. Pero ese contexto fue, además, el de los primeros bloqueos del desarrollo capitalista de los «años dorados» y de la crisis cultural de la sociedad de consumo de masas. Y, en no menor medida, el marco general debería considerar las luchas por la liberación del Tercer Mundo —que habían afectado a Francia directamente con las guerras coloniales de Indochina y Argelia—, con profundos procesos de radicalización política en las periferias y con experiencias que proponían poner a la sociedad por encima del Estado, como la Revolución Cultural china.
El Mayo francés es para los países centrales el más representativo de los muchos movimientos y conflictos de ese ciclo de movilización. Quizás porque en él se puede apreciar claramente una fisura en las coordenadas espaciales y temporales del sistema-mundo capitalista.
Fractura de la lógica espacial, pues la movilización de los estudiantes franceses se nutrió de las luchas tercermundistas y fue el momento del siglo XX en el que más claro se vio el impacto político de los procesos de las periferias sobre el centro de la economía mundial. El estudiantado parisino tenía amplios sectores influenciado por aquellas experiencias, que ya venían ejerciendo una crítica cultural y política como la que un año antes había sido tratada por Jean-Luc Godard en La Chinoise. Cuando los conflictos comienzan en noviembre de 1967 acababa de ser asesinado en Bolivia el Che Guevara, y su figura sería ejemplo de la intransigencia y de la entrega por una causa justa. Más importante aún, el incremento de la conflictividad callejera entre abril y mayo de 1968 estuvo pautado por las manifestaciones en contra de la guerra de Vietnam, conflicto en el cual los intereses imperialistas franceses habían cedido la posta a los Estados Unidos. Tal vez no sea una casualidad que una de las fotos más emblemáticas de la revuelta del 68 sea Enarbolando la bandera vietnamita de Jean-Pierre Rey.
Fractura temporal, pues Mayo del 68 fue un acontecimiento. No en el sentido banal de algo que ha ocurrido, sino como un suceso que corta el tiempo y que produce modificaciones en los estados sociales y en los esquemas de percepción. En ese sentido, la pregunta por el qué pasó adquiere características trascendentes. Qué pasó en el sentido de cómo podemos proponer que se encadenaron los hechos, para comprender que un conflicto iniciado con una primera huelga estudiantil de diez días por la calefacción de las aulas en la Facultad de Humanidades de la Universidad de Nanterre —prototipo de la modernización educativa de la que alardeaba el gobierno francés—, terminara en la multiplicación de las acciones de grupos políticos anarquistas o autonomistas y en la huelga de masas espontánea más grande de la historia universal.
La irresolución de las demandas y la intransigencia de las autoridades frente al movimiento estudiantil hicieron que los escasos cuatrocientos activistas de variados grupos de izquierda que se registraban para inicios de 1968 tuvieran una receptividad creciente. La Comuna estudiantil del 22 de marzo en Nanterre mostró la autonomía de un movimiento que desconfiaba de los partidos comunista y socialista —fuertemente comprometidos con el status quo— y representó el triunfo de las corrientes que proponían una articulación con las agrupaciones obreras por fuera de las dirigencias sindicales. Los choques con la policía y con las bandas de ultraderecha en las calles de París recrudecieron desde la segunda quincena de abril y llevaron a los estudiantes a adoptar tácticas de guerrilla urbana. Para el 7 de mayo se extendió la huelga a los liceos secundarios, se declaró la Comuna en París y la «larga marcha» estudiantil que cruzó la ciudad se engrosó con jóvenes obreros. El 10 de mayo fue el día de agitación en las fábricas y la «noche de las barricadas» en el Barrio Latino, y para el sábado 11 comenzó una huelga general espontánea, que recién al día siguiente sería convalidada por la UGT socialista y la CGT comunista. Para el lunes 13 había en Francia diez millones de trabajadores en huelga y un millón de manifestantes en las calles de París.
Al gobierno francés le llevaría más de un mes y medio retornar a la normalidad. El llamado del presidente Charles De Gaulle al restablecimiento del orden, apoyado por la izquierda parlamentaria, se hizo efectivo con los acuerdos salariales para calmar la conflictividad obrera, la ilegalización de las organizaciones políticas de la extrema izquierda y la toma por la policía de universidades y fábricas. La derecha ganaría las elecciones anticipadas convocadas para el 30 de junio frente a una izquierda institucional deslegitimada entre sus bases, pero no sólo cayó el gabinete del primer ministro Georges Pompidou, sino que el mismo De Gaulle tendría los días contados.
Ese acontecimiento desplegado entre noviembre de 1967 y junio de 1968 representa una rajadura en la continuidad de la dominación. El Mayo francés cortó el tiempo lineal y progresivo de la producción económica y el tiempo circular de la reproducción de lo social y de los medios de comunicación. Como verdadera fisura, puso en peligro la estabilidad del edificio y por un momento pareció que la revolución que crecía en las periferias podía llegar también al centro. Y marcó los desarrollos posteriores, incentivando las transformaciones de las nuevas izquierdas y condenando al descrédito a las viejas, alertando a las derechas que comenzaron a optimizar las formas culturales del control social y las tácticas contrainsurgentes en los países «democráticos». Significó también un incremento de las libertades y de la participación en Francia, acompañada de una advertencia a los países desarrollados sobre los límites del conservadurismo.
Es probablemente por eso que el Mayo Francés guarda tal actualidad y por lo que constantemente hay ofensivas de la derecha para enterrar su memoria y desacreditar sus resultados, como ha ocurrido en tres de las cuatro últimas presidencias francesas. El intento continuado de presentar el 68 como algo que no debiera haber pasado ha tenido éxito y generaciones enteras se forman escuchando que los sucesos de París —o la Revolución Cultural, o el Cordobazo, o la guerra de Vietnam, o las guerrillas latinoamericanas, etcétera— fueron errores o resbalones que pusieron en riesgo sociedades ordenadas con un horizonte de progreso. Al decir de André y Raphaël Glucksmann, en una frase que podría aplicarse a amplios sectores de la sociedad argentina, resulta pasmoso que se añore una época «en la que las chicas abortaban en los lavabos del instituto y la policía lanzaba al Sena a los árabes».
Pero es una fisura sin cerrar. Anselm Jappé ha escrito que «Si hasta ahora no se ha producido otro mayo de 1968, no deja de ser cierto que las causas que lo provocaron no han desaparecido». Por eso retorna cada tanto como ejemplo de la rebeldía, como recuerdo de la autonomía, como demostración de la posibilidad de luchar conscientemente por los deseos individuales y colectivos.
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