Sería 1983, 84. Mi cuñado tenía entre sus discos uno de Los Shakers. ¿Quiénes serán estos tipos? Al primer surco no lo podía creer. Uruguayos cantando en inglés, con cosas tipo.. ¿candombe?
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Desde el 85 en adelante, me dediqué a conocer la denominada «fusión». Y allí apareció otra vez. Con Opa, como pianista de Djavan, con Chico Buarque, con Milton, con Naná Vasconcelos, con Toninho Horta, con Flora Purim, con Airto Moreira, con Hermeto Pascoal. Y al mismo tiempo por acá, con Rada, con Jaime Roos, con su hermano Osvaldo en múltiples proyectos.
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Cuando supe que habían armado un dúo a dos pianos con Carlos Aguirre, me mandé hasta Rosario y hablé varias horas con él. Y entonces comprendí. Es el mismo, siempre es el mismo, distinto. Quiero decir que Hugo está parado en la música siempre con la misma actitud; sonrisa, concentración, juego, alegría, apertura. En el piano, en el canto, con un tambor, con el acordeón, es Hugo. Este tipo multifacético, recorredor incansable de caminos, sale a escena un sábado de noche en Paraná, camina por entre medio de una orquesta sinfónica y sonríe, con una camisa negra salpicada a lo batik*.
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Es Hugo. Y a uno le parece un poco mentira si recuerda la foto de los Shakers en la tapa del disco, pero no. Da la sensación que lo único que hizo el tiempo con él, fue desparramarle algunas arrugas. Y, desde ya, desarrollarle todo el potencial musical a una escala planetaria, porque Hugo es materia de comentarios de músicos de todas partes, quienes dicen cosas del tipo: «Quien escucha ese piano, dice ése es Hugo Fattoruso. Él absorbe el alma de las músicas que toca». (Djavan). «Necesitábamos alguien en el candombe que nos abriera la cabeza» (Fernando «Lobo» Núñez). ¿Qué más?
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Entonces, sucede que Hugo propone a una orquesta sinfónica una serie de composiciones eclécticas, con muchos cambios de compases, donde predominan los dibujos aireados de su piano y en donde se puede viajar por sonoridades americanas sin referencia directa. Vale decir que aparecen y desaparecen algunos «aires» en dos largos temas tipo suite: «La cabaña de Kushiro» y «Ritmo». En «Milonga de la luna» lo invita a Luis Barbiero para el solo, y ya todos sentimos que el Hugo y la sinfónica están en casa, en el comedor. Pero si uno mira alrededor, son cientos de personas colmando el CPC, aplaudiendo y sorprendiéndose de que tres jóvenes mulatos de corbatita agarren los tambores y los lleven por Uruguay, con orquesta, piano y todo. En pocos minutos, la euforia de la clave se contagia a las palmas con «Innovación candombera» (creación de los Silva que la tocan entera en los tambores) y se arma un hermoso entramado que sacude la alfombra prolija del auditorio.
Al final, Hugo agradece y se despide, pero debe repetir un trozo más con la sinfónica porque los ovacionan. Y se termina, y para cerrar no se les ocurre otra cosa que bajar de la tarima y hacer una recorrida tipo «llamada» entremedio de los espectadores, con los Silva y él en las cuerdas y hacer que todos los celulares quieran la toma, al margen del baile que ya se armó por el pasillo.
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Era Hugo. El mismo de siempre pero otro. No sé, ya no importa. Es el Fatto. Y estaba ahí.
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*En el marco del Encuentro de Jazz organizado por el Instituto Autárquico Provincial del Seguro de Entre Ríos, en la segunda parte de la noche se presentó Adrián Iaies y Roxana Amed junto a la Orquesta Sinfónica de Entre Rios. El ciclo de conciertos, charlas, proyecciones y clínicas continúa el jueves 21, viernes 22, sábado 23 y sábado 30 de marzo en el Centro Provincial de Convenciones.