TEXTO PABLO RUSSO
FOTOGRAFÍAS PABLO RUSSO Y ARCHIVO FAMILIA PIÉROLA
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El Principito, de pie sobre su asteroide con una mano en la cintura y apoyado en su espada curva, observa con el rostro algo inclinado el paisaje litoral de la ciudad de Concordia. La escultura, diseño y ejecución de la artista Amanda Mayor, está construida en marmolina, piedra pequeña y cemento blanco. Fue instalada allí en diciembre de 1997 por iniciativa de un grupo de alumnos y alumnas de la Escuela República de Entre Ríos de Paraná, una tenaz maestra y la comisión de madres que impulsó su realización.
El Parque Rivadavia queda en el norte de Concordia, cerca del curso de agua del Río Uruguay. En realidad es más conocido como Parque San Carlos, por la edificación que alberga a la que los concordienses llaman «castillo», aunque no sea más que una gran casona en ruinas. Lo particular de esa construcción de fines del siglo XIX, que habitó primero una familia dedicada al saladero (los restos de un viejo saladero están en los alrededores del parque), fue que allí aterrizó Antoine de Saint-Exupéry cuando vivía la familia Fuchs – Valon.
¿Qué vio desde el aire el aviador francés en octubre de 1929? ¿El espectáculo del Salto Grande y el Salto Chico con el río en su travesía hacia el sur? ¿Una mansión entre árboles? ¿Dos niñas, ya adolescentes, cabalgando en el campo? El piloto tuvo un descenso de emergencia y se encontró con Suzanne y Edda Fuchs, quienes hablaban francés. Así nació la amistad con la familia. Mientras trabajaba en Aeropostal, Saint-Exupéry visitó el lugar cada vez que recorrió esa línea aérea hacia el Paraguay. Más tarde, como escritor, en el capítulo quinto de Terres des Hommes (Tierra de hombres, 1939), describió el sitio como «Oasis». Numerosos estudios literarios retoman las semejanzas entre esa experiencia de vida y lo narrado e ilustrado en El Principito, que concretaría en 1943 en Nueva York: el accidente de avión (aunque no fue el único), el encuentro con la infancia y la relación con los animales. Los hechos allí ocurridos, en consecuencia, podrían haber sido parte de la inspiración de ese clásico de la literatura universal. El realizador audiovisual Nicolás Herzog indaga en esta relación en su documental Vuelo Nocturno. La leyenda de las princesitas argentinas (2017), disponible en Cine.ar. Allí, como parte de su investigación, retoma las grabaciones de audio de Saint-Exupéry a Jean Renoir, donde el escritor le narra Terres des Hommes al cineasta, pensando la historia como un guion para una película. Antoine nació en Lyon, Francia, en 1900. La última vez que se lo vio fue en julio de 1944 durante un vuelo de las fuerzas aliadas en el mar Mediterráneo. El navegante no volvió a su base de Córcega; los restos de su avión tampoco fueron encontrados. Casi diez años más tarde, corresponsales de París Match estuvieron en Concordia para conocer el oasis descrito por él. En 1967, un equipo de Radiodifusión Francesa que recorría el mundo tras los pasos de Terres des Hommes también anduvo por ahí. En 1997 fue el turno de los gurises y las gurisas que cursaban entonces quinto grado en la República de Entre Ríos.
«El Principito vivirá en San Carlos», tituló El Sol en su edición del 3 de diciembre de 1997. «El Principito, espíritu vivo del castillo», publicó El Heraldo el 5 de diciembre de ese año, día de la inauguración oficial de la escultura. «Mide 1,15 como un chico de seis años; el asteroide tiene 1,60 metros», le explicaba Amanda Mayor al diario Hora Cero, poco antes del traslado de la obra desde su estudio de calle México, en Paraná, hacia su emplazamiento definitivo. Esa nueva aventura del Principito había comenzado el año anterior, cuando la maestra María Inés García de Vagni utilizó el cuento para un aprendizaje integral con sus alumnos y alumnas de cuarto grado. Unos veinticinco chicos fueron, pero eso mismo, los autores del proyecto El Principito y su asteroide que Amanda interpretó, diseñó y construyó, junto a su ayudanta Graciela Rosset.
La comisión de madres que se conformó oficialmente en marzo de 1997 tenía como principal objetivo recaudar los fondos necesarios para llevar adelante la idea de los chicos: cinco mil pesos de mano de obra, cuatro mil de materiales y tres mil para su traslado y emplazamiento. En una carta al intendente Juan Carlos Cresto, fechada en mayo de ese año, Amanda le decía que «Es emocionante la historia de esta obra. Nacer del corazón de un grupo de niños y su maestra. Coincidir con el magnífico proyecto de Uds., ser declarado de “Interés Legislativo” y emplazarla a la entrada del Castillo, que es un patrimonio cultural histórico, como si la esencia espiritual del “Principito”, abriera las puertas a la ternura y la poesía, legadas por su autor, como ejemplo para los mayores». En esa epístola, la artista también daba algunas indicaciones precisas: señalaba que trabajaría en Paraná la escultura y los bajos relieves (el zorro, la flor, la víbora, el baobab, etc.) que serían luego aplicados al asteroide, mientras informaba que estaría dos semanas en Concordia y solicitaba para ese tiempo un ayudante experto en albañilería y un fotógrafo para documentar el proceso. Amanda precisaba también algunas necesidades para la base del monumento, que sería con tres escalones y lajas rosadas como las de la casona, pero que finalmente no se construyó.
«El Principito y su asteroide es un bálsamo tierno, un mensaje de poesía para el corazón del hombre que debe recuperar su espiritualidad», sostenía Amanda en una misiva a la Sra. Minguet, de El Heraldo, requiriendo apoyo para conseguir la promulgación de la ordenanza que habilitaría su emplazamiento (que se aprobó en septiembre de 1997). Su objetivo, y tal vez su temor, era que no se repitiera la desgastante lucha que poco antes había protagonizado por la ubicación del Monumento a la Memoria en la plaza Saénz Peña de Paraná (1995).
Eran tiempos intensos para la artista paranaense. Ese año había sido seleccionada por la Subsecretaría de Cultura de la Provincia para participar en unas jornadas de escultores en Villa Gesell; luego viajaría a Suiza para pintar un mural en la Iglesia de Bramois; y, finalmente, asistiría a unos talleres en Carrara, Italia, ciudad cuna de la escultura en mármol. Los trabajos de El Principito comenzaron a mediados de septiembre sin dificultades. Durante la inauguración, tres meses después, se escuchó La Marsellesa (ejecutada por la banda del Regimiento VI de Caballería); hubo una obra recreada por alumnos de la escuela n°90 de Concordia; la canción «Palabras al Principito» de Jorge Méndez; y un homenaje de la II Brigada Aérea de Paraná y del Aeroclub Concordia a Antoine de Saint Exupéry. Desde entonces El Principito, que aprendió del zorro que «no se ve bien sino con el corazón», mira desde su asteroide ese parque público y las ruinas de la casa San Carlos en la que se alojó su creador y que, posiblemente –como las experiencias de aviador en el desierto del Sahara–, inspiraron su existencia literaria e ilustrada. Los niños y niñas de la Escuela República de Entre Ríos que en 1997 leyeron esa obra de profunda concepción filosófica sobre la naturaleza humana consiguieron, a través del talento de Amanda Mayor, hacer realidad ese «bálsamo tierno» que interpela al mundo de los adultos.
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