El tejido sigue vivo: 3J en Paraná

TEXTO Y FOTOGRAFÍAS STEFANÍA DE LA FUENTE

 

 

La historia de los movimientos feministas en Argentina es vasta, y su presencia en las calles sostiene años de lucha. El 3 de junio de 1987, el Congreso de la Nación aprobó la Ley 23.515, que legalizó el divorcio vincular y permitió a las personas divorciadas volver a casarse. Pese a la oposición de la Iglesia —siempre con gran poder—, el divorcio legal fue una conquista de los movimientos de mujeres, que desde hacía décadas exigían una reforma profunda del derecho civil. La legalización del divorcio no solo representó el reconocimiento de un derecho básico —el de elegir y rehacer la vida afectiva—, sino también una herramienta fundamental para que muchas mujeres pudieran salir de matrimonios marcados por la violencia, el abuso o el sometimiento económico.

 

 

3J – NI UNA MENOS

Una década ha pasado desde otro 3 de junio histórico. En 2015 se realizó en Argentina la primera movilización bajo la consigna colectiva «Ni Una Menos», que visibilizó de manera contundente la conmoción nacional ante el creciente número de femicidios. La convocatoria surgió tras el asesinato de Chiara Páez, una joven de 14 años en Rufino (Santa Fe), y marcó el inicio de una movilización sin precedentes contra la violencia de género. La protesta se replicó en diversas ciudades del país y reunió a 300 mil personas frente al Congreso, en Buenos Aires. El impacto de la consigna trascendió fronteras y permitió concretar otras iniciativas, como el Paro Internacional de Mujeres del 8M.
Desde entonces, cada 3 de junio se convirtió en una fecha clave para tomar las calles y dar cuenta de la brutalidad de la violencia machista y los entramados que la perpetúan.
En Paraná, capital de Entre Ríos, el 3 de junio de 2025 reunió a mujeres y disidencias en la Plaza 1° de Mayo, donde tradicionalmente se convocan los movimientos sociales para emprender su marcha hacia la Casa de Gobierno. Por la tarde, frente a la Catedral, comenzó el despliegue de carteles y banderas para realizar un recorrido poco usual: rodear la plaza en sentido contrario al tránsito y llevar la marcha por la peatonal. La decisión, según anunciaron, tuvo que ver con un homenaje a la lucha de las madres, evocando a las Madres de Plaza de Mayo, pero también refiriéndose a las madres argentinas que siguen buscando a sus hijas desaparecidas o que exigen justicia real por sus pérdidas.

El frente de la columna fue encabezado por una gran bandera que condensaba los lemas propuestos por la Asamblea de Mujeres, Lesbianas, Travestis, Trans y No Binaries de Paraná; la Asamblea Antifascista y la Multisectorial de Mujeres Entrerrianas: «Ni una menos. 10 años de lucha. Fuera fascismo y FMI». Detrás, un gran número de mujeres alzaba carteles que ponían el foco en el reclamo al gobierno nacional y provincial ante el retroceso en las políticas de protección a víctimas de violencia de género y trata de personas, la falta de acceso a profilaxis y medicación en la salud pública, y el desmantelamiento de programas que abordaban estas problemáticas.

El factor transgeneracional es una constante en las movilizaciones verdes y violetas: gurisas, pibas, viejas, todas salen a la calle porque «Ni Una Menos» logra sintetizar un problema que no se limita a un territorio o una generación. Las mujeres y diversidades están expuestas a la misoginia constantemente, y los números lo confirman: el Observatorio de las Violencias de Género «Ahora Que Sí Nos Ven» publicó en su informe de abril de 2025 datos alarmantes que, lamentablemente, ya no sorprenden: hubo 94 femicidios en lo que va del año, lo que equivale a un femicidio cada 30 horas. Trece de estas muertes ocurrieron en abril, y además se registraron 143 intentos de femicidio en lo que va de 2025.

Como datos relevantes, se señala que 10 femicidas pertenecían a fuerzas de seguridad, que el 17 % de las víctimas había realizado una denuncia previa y que el 13 % tenía medidas de protección. Además, los femicidios no se limitan a la víctima directa: en Argentina, 85 niñas y niños quedaron huérfanos porque el culpable era su padre. ¡Vaya si marchar, si estar, si acompañar y sostener no es potencia, no es rabia, no es tristeza puesta al servicio de un mundo mejor!

 

 

Los responsables en los despachos

Las columnas de activistas llegaron hasta la calle La Paz, por la peatonal de la ciudad, donde vecinos y vecinas se asomaban a mirar. En el camino se sumaron más personas, y tres integrantes tomaron el frente de la columna con antorchas encendidas, postura erguida y semblante serio. Desde allí caminaron hacia la Casa Gris, punto final de todas las movilizaciones por ser el edificio donde funciona la administración central del gobierno de Entre Ríos. Frente a esta estructura también se encuentra el Palacio de Tribunales, y a un costado, el Consejo General de Educación, delimitando la Plaza Mansilla.

Frente a la puerta de la Casa de Gobierno —siempre custodiada por personal de la Policía de Entre Ríos— se desplegó la gran bandera de la marcha. A su alrededor, formando un círculo, otras agrupaciones se hicieron presentes: estudiantes universitarias nucleadas en el Centro de Estudiantes; trabajadoras sindicalizadas que sostenían carteles con consignas propias; movimientos sociales; partidos políticos locales; y un grupo de seis chicas que se mantuvo unido durante todo el recorrido, encargadas de portar la palabra «HARTAS», formada con letras de colores, cada una sostenida con el mismo empeño que fue puesto en su diseño.

Allí se dio lectura al documento, expresión formal de los reclamos que ponen en evidencia las múltiples formas de violencia sostenidas no solo por la sociedad, sino también por los gobiernos «de ultraderecha que nos atacan todos los días», tal como señala el texto.

En el piso de la gran ronda, frente al fuego de las antorchas, se dispusieron los carteles que nombraban a cada víctima de femicidio en Entre Ríos, indicando su edad y la fecha de su muerte. «Nos matan cuando la justicia no llega» fue uno de los apartados más conmovedores del documento, que recordó los casos de femicidio en la provincia que aún no tienen sentencia ni justicia: Gisela López, Julieta Riera, Jésica Dos Santos, Lucila Torres Mansilla, Berenice Gonzálvez, María Susana Altamirano, Brenda Alvarenga y el caso más reciente en Victoria, donde una mujer fue asesinada en su propia casa mientras dormía por su expareja, quien ya había sido denunciado múltiples veces y había sido liberado apenas una semana antes, tras ser condenado por violencia de género.

El texto, redactado como conclusión de una asamblea múltiple y diversa, condensó un objetivo claro: señalar la responsabilidad del Estado como organismo rector de leyes que aún siguen vigentes —como la Ley de Educación Sexual Integral (ESI), la Ley Micaela, la Ley Brisa y la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE)—, así como su deuda con la sociedad ante la decisión de desfinanciar dichas normativas y dar de baja programas como los destinados a combatir la violencia de género o el Plan Nacional de Prevención del Embarazo No Intencional en la Adolescencia (Plan ENIA). Por acción y también por omisión, el ataque es integral y alcanza a todos los sectores, lo que se traduce en una nueva emergencia: defender en las calles los derechos conquistados y las leyes de avanzada que posicionaron a Argentina como un país pionero en la región.

 


El tiempo de hacer algo es ahora

Este año no hubo intervención musical ni artística pensada específicamente para esta fecha. Todo un síntoma de época: hay urgencias, hay hambre, hay poco dinero, hay múltiples empleos y, tal vez, eso no permita dedicarle un tiempo sostenido a ensayos ni a horarios acordados. Sin embargo, el día de la convocatoria las agendas se detienen y los cuerpos se hacen presentes ante el llamado de la grupalidad.

Al finalizar la lectura del documento, los bombos comenzaron a sonar nuevamente. Bengalas de colores tiñeron el aire con los tonos característicos de la lucha feminista. Desde los parlantes —que minutos antes reproducían reclamos con la fuerza de voces rasgadas— empezó a sonar música.

Algunas se abrazan, otras bailan. Esto también es una constante: estos espacios están cargados de dolor, sí, pero ese dolor se resiste con alegría, con goce, con humanidad, con comunidad. No hubo más. Siendo algo más tarde de las 18:00, solo quedaba mirar alrededor y confirmar ese pasaje del documento que dice: «Nuestro tejido sigue vivo, porque en estos diez años aprendimos que la vida no espera, que el tiempo de hacer algo es ahora, y que ya no estamos solas. Si tocan a una, nos tocan a todas.»

 

 

 

 

 

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