TEXTO Y FOTOGRAFÍAS PABLO RUSSO
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El símbolo de Hernandarias es, no caben dudas, su flotante de cemento frente a la costa y el camping; pero también podría serlo una reposera, de esas que los vecinos y vecinas del lugar usan para pasar los días frente a sus casas con rejas y tapiales bajos. Allí toman mate y ven transitar el verano con sus visitantes a los que nunca le niegan el saludo, sea este con un simple movimiento de cabeza o levantando la mano y verbalizando el gesto.
Las calles y veredas amplias y arboladas parecen detenidas en el tiempo: el mismo perro y el mismo gato echado a la sombra todas las tardes, las bicicletas sin atar apoyadas en los umbrales, el flaco tomando cerveza en la esquina de la plaza generosa en sombras y las chicas relojeando en grupo sentadas en algún banco. Las construcciones modernas y autos de alta gama se intercalan con antiguas viviendas de puertas y ventanas de amplios tamaños cerca de la barranca con vista al río; mientras que los ranchos y caballos pastando ocupan la periferia, donde el hedor del frigorífico avícola le gana la batalla al aire puro.
Dos heladerías –Ele y El Turista- compiten por la clientela desde el centro con su único semáforo y también en la orilla, una cerca de los juegos infantiles y las churrasqueras y la otra con un puesto dentro del flotante. También son dos los clubes de fútbol de mayor trascendencia con participación en la Liga de Fútbol Paraná Campaña y con actuaciones esporádicas en el Torneo Argentino B: el Club Atlético Hernandarias y el Independiente FBC. Las iniciales de este último son llamativas, ya que fútbol se inscribió por separado en sus siglas: Independiente Foot Ball Club.
Por estos días no está habilitado el camping, pero sí está permitido pasear por el borde en el que siempre hay pescadores deportivos y también en dónde estacionan sus canoas los pescadores artesanales. La pandemia se hace fuerte en enero y cambia el panorama de un día a otro. Un domingo humean las parrillas, se escuchan las risas de los gurises en los juegos, la música en parlantes invasivos, los adolescentes en la parte alta del flotante, gente en el comedor de la planta baja y los gritos de quienes juegan al vóley en la arena; y al lunes siguiente un manto silencioso cubre el lugar. Los reportes oficiales epidemiológicos traen entre una y cinco personas contagiadas diarias en Hernandarias, pero la calificación pasa a transmisión comunitaria y los barbijos se hacen notar. «El 5 de enero murió el hombre que estaba a cargo del comedor del flotante», comenta un carnicero detrás del mostrador, en referencia a José Leiva. «Tenía diabetes», indica otra comerciante de un local frente a la plaza que vende desde carbón y cigarrillos hasta artículos de pesca e instrumentos musicales. «El problema es que en el hospital local no hay más que tres o cuatro camas disponibles», asegura una mujer, que no duda en culpar de lo que ocurre a la juventud -así, en general- que, dice, anda de fiestas clandestinas rotativas por los pueblos cercanos.
Muchísimo antes de esta pandemia, a fines del siglo XVI, Hernando Arias de Saavedra fue el primer español que hizo pie en esa costa. La fundación oficial, sin embargo, data del 28 de mayo de 1872, cuando llegaron algunos europeos a los que se les facilitaban parcelas de tierra. La historia, según la web oficial de la localidad, señala que era Benjamín del Castillo quien tenía la concesión para colonizar la zona, quien a su vez estaba asociado a Martín Shafflter, que quedó a cargo de esa tarea cuando se instaló con su familia en el monte primitivo -del que casi no quedan rastros- para trabajar el suelo. Ese es el inicio moderno, el fin de las tierras libres de los pueblos originarios, el comienzo de la propiedad privada en ese rincón entrerriano que sería luego la localidad más norteña del Departamento Paraná.
El muelle flotante data de la época en la que el río Paraná era la principal puerta de ingreso a la villa. Por ahí llegaban y salían personas y mercaderías, en una zona profunda y de gran correntada. El pontón de madera y hormigón armado fue construido en 1925 y tenía un muelle mellizo –que se hundió- en la localidad santafecina de Helvecia, del otro lado de las islas y los humedales, sobre el río San Javier.
Como Hernandarias no tiene playa habilitada, la excursión hacia Piedras Blancas, al sur del Departamento La Paz, es ineludible para quien quiera refrescarse en el río. Se sale por la Ruta Provincial 7 y enseguida de pasar el arroyo Hernandarias, desde donde se ve el puente viejo, se dobla a la izquierda por un camino rural que es un verdadero atajo campestre no disponible después de las lluvias. Piedras Blancas también sufre los avatares del coronavirus: el municipio había anunciado la Fiesta de la Playa 2021 con la presencia de La Nueva Luna en el balneario El Saucedal para el 24 de enero, pero por «el exponencial aumento de casos de Covid-19 que se vienen registrando día a día en la región, teniendo en cuenta que la localidad recibe visitantes a diario», se canceló tres días antes.
Para llegar a Villa Hernandarias desde la capital provincial hay un expreso cuyo trayecto se ha restablecido hace algunas semanas. En vehículo particular conviene girar a la izquierda en Cerrito y seguir por la Ruta Provincial 8, que pasa por la entrada de Pueblo Brugo y termina en esta localidad. Por la noche, desde lo alto de la villa se contemplan las lucecitas de Cayastá o Santa Fe Viejo, por donde se oculta la luna de tono anaranjada. También se ven las titilantes luces de la boya del kilómetro fluvial 689 y la de los incesantes cargueros que utilizan la hidrovía. Además, cada tanto, se percibe un fuego que incendia el ambiente de las islas.
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