Tal vez sea el único que no se divierte en el lugar. Con su mano izquierda apoyada en el manubrio de la bicicleta y la derecha en el asiento, pie cruzado en actitud de espera tranquila, el vendedor ambulante está detenido en ese preciso espacio geográfico en el que el pasto deja lugar a la arena y empieza la zona de los juegos destinados a las infancias. Fin de semana en el Thompson, entre los asadores públicos y la playa, con sus habituales mosquitos y jejenes pero, sobre todo, con su concurrencia primaveral a tono con la disminución de medidas de prevención pandémica. Para el hombre de los copos de azúcar es el momento ideal para salir a escena, enarbolando su oferta. En las preliminares a la puesta del sol el negocio no parece haber ido tan mal, ya que su armazón sostiene solamente tres unidades debidamente embolsadas, cual flores rosas de un lapacho dulce y comestible, a la espera del interés de la gurisada presente.