El vendedor de copos de azúcar duda un instante al llegar a Laurencena. Luego de bajar desde el barrio Macarone por la calle Simón Bolivar, sosteniendo su bicicleta, se acaricia el mentón con la mano izquierda mientras mira hacia su derecha, dubitativo sobre si continuar la marcha hasta la cercana plaza Italia o intentar suerte en dirección opuesta, para encontrarse con potenciales clientes en la costanera paranaense.
Mientras, unos cuantos metros más atrás, la niña cubierta de peluche rosado parece desear que sus padres apuren el paso para, quizá, alcanzar una de esas nubes que harían juego con su atuendo.