TEXTO Y FOTOGRAFÍAS FRANCO GIORDA
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Desde hace poco más de un año funciona en Paraná la Casa de Rusia. La idea surgió de Svetlana Sajarova y sus alumnos. Ella vive en Argentina hace casi 20 años y su historia de vida es asombrosa. A la capital entrerriana arribó en 2009, donde se dedica a enseñar su idioma natal.
Para dar origen a la entidad, el 12 de junio de 2018, se reunieron 22 personas en asamblea y cumplimentaron los requisitos formales necesarios. Al poco tiempo, comenzaron las actividades: un café cultural sobre la vida de León Tolstoi, proyección de películas, conmemoración del Día de la Victoria (en la que se recuerda la derrota al nazismo), charlas, exposición de fotos sobre ciudades rusas, entre otras acciones. También está previsto, próximamente, un encuentro en torno al escritor Aleksandr Puschkin y la participación en la Feria de Colectividades.
Este resultado es producto de una serie de hechos que, poco a poco, fueron confluyendo en este tiempo y lugar. Conocer el proceso, implica contar la historia de Svetlana y, al mismo tiempo, aludir al interés de una parte de la comunidad local por la cultura rusa.
Svetlana llegó a Argentina en un momento muy difícil, tanto para ella como para este país. Fue en pleno 2001. Las razones que la trajeron fue la crisis económica que se vivía en su tierra luego de la disolución del bloque socialista. «Cuando cada provincia de la Unión Soviética comenzó a independizarse fue un desastre. Una pobreza que no te imaginás. No había ni papel para toilette. Había que hacer colas para el pan», dijo en un castellano muy claro.
De chica, Svetlana vivió en varios países: «Bulgaria, Alemania oriental, Finlandia, Mongolia, Ex Yugoslavia, Polonia», enumeró. Aprendió varios idiomas y al terminar la escuela, estudió Derecho en Moscú. Según contó, se recibió de «abogada criminalística para la policía forense». Luego se casó y en 1994 tuvo una hija.
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Cuando devino la crisis en aquellas latitudes, decidió emigrar junto con su familia de entonces. La primera opción fue Canadá, pero ese proyecto no pudo concretarse. Como Argentina ofrecía en ese momento la ciudadanía para los rusos, eligieron este destino. Llegaron al barrio de Palermo, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. «Yo de Argentina no sabía nada. Maradona nada más. No había computadoras ni celulares», contextualizó.
«Nosotros vendimos todo allá: departamento, cochera, auto. Después de llegar, durante un año, le mentí a mis padres. Les decía que estaba todo bien y que teníamos trabajo. Vivimos un año en un hotel lleno de humedad. Después, tres años, en otro hotel mejor. Finalmente, pude alquilar un departamento», indicó. Para sobrevivir, al principio, traducía textos. «Después puse un ciber en la esquina de Entre Ríos y San Juan. Tenía cuatro cabinas telefónicas y ocho computadoras. Eso me sirvió para aprender computación. A la noche, durante cuatro años, trabajé de moza en el famoso restaurante árabe Al shark de Gustavo Massud que en aquel tiempo era el novio de Moria Casán. Me ayudó un montón esa atmósfera donde iban muchos extranjeros. Nadie prestaba atención a mi acento. Aprendí mucho. Terminé como gerente de mozos. Trabajé también como asistente en un estudio de abogados».
Su rutina tenía el ritmo de Buenos Aires hasta que hubo un vuelco en su vida. La introducción al episodio es llamativa: «En un sueño vi un ángel blanco sin cara. Le pregunté quién era y me contestó “soy tu ángel de la guarda, pronto me vas a conocer”. Después me desperté, me volví a dormir y me olvidé», recordó. Tiempo después, en una crisis de hipoglucemia que padeció en plena calle, Svetlana entró a un café en estado de shock: pálida, seminconsciente, con mucho frío y pidiendo algo dulce. Cuando volvió en sí, estaba sentada en una mesa con un saco sobre los hombros y un vaso de licuado frente a ella. Lo primero que escuchó fue: «¿te sentís mejor?» y ella preguntó «¿quién sos?» y le respondieron «soy tu ángel de la guarda». Quién estaba frente a ella es un paranaense que se encontraba de paso por Buenos Aires. Él supo qué hacer frente al cuadro de salud dado que un amigo suyo también es diabético.
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«El tipo me salvó la vida», dijo Svetlana y agregó «después nos quedamos dialogando dos horas, pero yo le hablaba como a una persona que no iba a ver más en mi vida». No obstante, ese vínculo perduró y luego de un tiempo conformaron una relación. De ese modo, es que ella arribó a Paraná para quedarse.
Su ocupación ahora son las clases de ruso que imparte tanto en el Instituto de Idioma Giácomo Leopardi de la Sociedad Italiana como en la Universidad Tecnológica Nacional. En torno a esas lecciones, se congregó un grupo de amantes de Rusia conformado por personas que van desde los 15 a los 73 años. «Hay una comunidad de fanáticos de la cultura rusa», sostuvo Svetlana.
La mencionada Casa sirve también como «un puente entre las personas interesadas y la embajada de Rusia», explicó. En este sentido, otra de las tareas que realiza es buscar las raíces de las familias descendientes de rusos y gestionar ciudadanías.
Finalmente, Svetlana explicó que la propuesta es abierta y que quienes quieran ponerse en contacto, pueden hacerlo a través de la cuenta de Facebook: Casa de Rusia en Paraná.
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