TEXTO Y FOTOGRAFÍA PABLO RUSSO
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Ya no está ahí. La plataforma que ocupó alguna vez la cabeza del coronel Eduardo Racedo, en el boulevard que lleva su nombre, luce vacía desde mediados de 2011. La obra, realizada en bronce por el escultor entrerriano Israel Hoffmann, había sido inaugurada en 1938. Quién o quiénes se la llevaron dejaron una esquela señalando sus motivos: el ex gobernador (período 1883-1887) fue jefe de la 3° División del Ejército durante la Campaña del Desierto.
La misiva, según se reseña en notas periodísticas de aquellos días, explica que «La mal llamada conquista del desierto fue en realidad un plan sistemático de exterminio de los reales dueños de esta tierra. Un plan que sirvió para consolidar la dependencia del tirano opresor extranjero. Ahora, con los vientos de cambio que soplan, debemos tirar los mármoles de los traidores que tanto ensuciaron a nuestra patria para dejar pedestales libres para los reales héroes del pueblo. Basta de mentiras en los libros. ¡Viva la historia de los valientes! El pueblo». Por ahora, el podio sigue libre y la discusión sobre «los reales héroes del pueblo»puede demorar más de lo previsto en institucionalizarse.
Hoffmann, ajeno a esta discusión, vivió entre 1896 y 1971. Sus trabajos se pueden apreciar en numerosos espacios públicos de Paraná, de Entre Ríos y en otras ciudades del país. Israel era el mayor de cinco hermanos; nació en Colonia Hocker, departamento de Colón, y creció en Buenos Aires a donde se mudó su familia. En 1935, cuando ya era un escultor formado de manera autodidacta, se instaló en Paraná. En 1940 apostó su taller en la calle Tucumán 324, en el centro de la manzana. En la planta baja se ocupaba de las esculturas y en la planta alta tenía su gabinete de dibujo y la biblioteca. Desde la terraza, por entonces tenía vista al río. «Nosotros creemos que la inauguración de este taller significa un adelanto para la cultura artística de Paraná y una garantía de que un artista de quilates se afincará definitivamente en nuestro medio. El éxodo de valores artísticos e intelectuales, que buscan ambientes más propicios, es rémora de las ciudades del interior», dijo por entonces el profesor Elio Leyes.
El artista Carlos Asiain afirmaba que «Israel Hoffmann esculpía con dolor y alegría a la vez en una conjunción creíble y ¡vaya paradoja! mágica». Marcelo Olmos, quien escribió una biografía sobre su trayectoria, sostiene que: «Hoffmann muestra una personalidad fuerte, resultado de su herencia cultural; ya que pertenecía a la colectividad judía, hijo de inmigrantes emprendedores y sufridos; y de su tierra natal, la Entre Ríos próspera y crisol de razas del siglo XIX. Hoffmann es un escultor realista y romántico, un verdadero retratista de almas, que manifiesta a través de su obra un espíritu fuerte, de recia personalidad, buscador de los insondables pliegues de la memoria y de valores que hacen a la dignidad del hombre». Reconocido por su serie de cabezas y bustos en el mundo del arte y de la crítica, Hoffmann sí fue testigo del robo de otra de las piezas de su autoría: un bronce de Sarmiento inaugurado el mismo año que el de Racedo, pero situado en la Escuela del Centenario. Su hurto motivó un debate por carta entre el escultor y una Comisión de desagravio del prócer.
A pesar de que Domingo Faustino Sarmiento también expandió las fronteras del Estado Argentino sobre los territorios de pueblos originarios durante su presidencia (1868-1874), en este caso la sustracción no tiene motivos ideológicos aparentes. Los hechos remiten a fines de enero de 1959 cuando dos personas fueron detenidas luego del faltante. Dijeron haberlo encontrado en el arroyo Las Viejas y que lo habían llevado a su casa para destruirlo y vender el metal en una compraventa. Hoffmann hizo notar su decepción por el caso: «El motivo de estas líneas es plantear públicamente algunas interrogaciones, ya que preguntándome a mí mismo no alcanzo a explicarme ciertas cosas que se relacionan con el arte escultórico, aquí en Paraná el busto de Sarmiento, extraído del frente de la Escuela del Centenario fue una obra que salió de mis manos; tuve por lo tanto el proceso creador que el arte reconoce en toda obra original», fundamentaba su queja contra la Comisión formada a efectos de desagraviar al prócer que lo desconocía como autor del busto. «Sin respetar a quien también ha sido despojado ha aceptado un ofrecimiento “gratuito” de un escultor porteño, que ofrece “un busto” de Sarmiento, seguramente un calco, igual al que se exhibe en multitud de escuelas, plazas, bibliotecas y clubes deportivos de la República que se identifican con el nombre de Sarmiento», criticaba entonces. El artista porteño al que hacía referencia era Luis Perlotti. «La Comisión, por lo sabido, no ha tenido la fineza cultural de distinguir la diferencia existente entre la obra original sustraída y un Sarmiento vulgarizado por el uso y el abuso», disparaba Hoffmann, que confesaba su pena y desconcierto en el diario La Acción del 7 de abril de 1959.
La Comisión pro reposición del busto de Sarmiento recogió el guante y respondió que «Los lamentos tardíos como autor del bronce sarmientino ultrajado debió ser protesta airada inmediata al hecho u ofrecimiento espontáneo de un nuevo busto plasmado con ese amor paterno e inflamado de un buen ciudadano de la Democracia del cual hoy hace gala el señor Hoffmann». Está claro que para esta comisión, la obra de arte y el artista estaban en un absoluto segundo plano. El asunto lo zanjaron las autoridades provinciales que le encargaron al santafecino José Sedlacek un monumento al prócer sanjuanino que colocaron en la plazoleta de la esquina de Tucumán y Rivadavia (hoy Alameda de la Federación), frente al taller de Hoffmann, como para que este no olvide el trago amargo que tuvo que pasar: el de ser ignorado como autor de la obra despojada.
Finalmente, el tercer escamoteo del cual es víctima don Israel es el de la segunda «n»de su apellido (o la primera, poco importa) en la nomenclatura que señaliza la calle de siete cuadras que lleva su nombre en un barrio del oeste de Paraná. «El artista debe idealizar previamente la obra, debe tenerla en su interior antes de ejecutarla. No es producto de la improvisación o la experimentación sin sentido», afirmaba Israel Hoffmann, el escultor al que le robaron, al menos, dos cabezas del espacio público paranaense.
Israel Hoffmann será homenajeado este jueves 6 a las 16 con la colocación de una baldosa con código QR que permite acceder, a través de los celulares, a información sobre su vida y su obra. El dispositivo realizado con la técnica del mosaiquismo fino estará ubicado en el centro de la Plaza Sáenz Peña de Paraná. La instalación se realiza en el marco del proyecto Trama cuyo objetivo es poner en valor el legado de distinguidos realizadores.
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