TEXTO AQUILES DÍAZ
FOTOGRAFÍAS PABLO RUSSO
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Allá a lo lejos, ladra un perro. No se sabe qué tan remoto es el ladrido, porque ya se distorsionó la noción de las distancias. El guitarrista Jimi Hendrix argumentaba que «la música es el silencio que hay entre las notas«. Hoy, el artista pensaría que las noches están llenas de música, colmadas de silencio. Parece que los oídos de la cuadra se habían acostumbrado a escuchar entre el ruido, y ahora están perdidos entre estímulos tan claros. Un bebé llora, la madre se queja, le pide al padre que la ayude. El solitario contenedor de residuos abre su boca con un infame rechinido, un hombre saca la basura. Otro perro ladra, una señora le grita a algo o a alguien, pasa un auto, canta un grillo. Los perros se callan.
Son casi las nueve de la noche de un día más en cuarentena. ¿Importa qué día es? Todos parecen iguales, indistinguibles, monocromáticos. Al menos ahora el color es amarillo otoño. Una vez, hace mucho, Gabriel García Márquez escribió un diálogo en Cien años de soledad, en el que Aureliano y José Arcadio Buendía discuten sobre qué día es: «Pero de pronto me he dado cuenta de que sigue siendo lunes, como ayer», dice uno de los personajes. Esta situación también parece realismo mágico.
Desde el 20 de marzo el país cumple el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio. En Entre Ríos, los números son menos desoladores que a nivel nacional, con menos de treinta contagios registrados y ninguna muerte hasta el momento. Este panorama trae una paradojal desventaja: es más difícil luchar contra una amenaza invisible que, encima, parece lejana.
Siguen siendo casi las nueve de la noche. El coloso imponente que adorna la cuadra sigue allí, pero no es el mismo. El edificio de la escuela N°11 Provincia de Santa Fe se erige lúgubre, triste, como si albergara un montón de nostalgia. Este fue el gran cambio en el barrio, la fisonomía de la zona ya no es la misma sin el constante movimiento de gente generado por la escuela.
En este momento, las calles parecen hasta extrañar las insolentes dobles filas de autos mal estacionados en la puerta de la institución. Añoran las ordinarias bocinas, el timbre, la blanca marea de guardapolvos, el rutinario bullicio: a las ocho de la mañana, al mediodía y a las cinco de la tarde. Extrañan la vida humana aparecer y desvanecerse conforme se acercaban o alejaban esos horarios. Extrañan la tierna calma de las noches y los fines de semana, detestan esta quietud desahuciada y hostil.
Son exactamente las nueve de la noche, y el lugar se llena de sonido. Como si fuera una continuidad de la escuela, empieza a sonar el Himno Nacional Argentino. El fuerte sonido abarca toda la cuadra, como cuando hay actos escolares. Viene de un parlante ubicado en una casa en un primer piso, casi enfrente de la institución educativa.
Laura Fontana reproduce el Himno a las nueve de la noche de todas las noches, desde que se realizó el primer aplauso para el personal de salud, hace cinco semanas. Cuenta que la idea se le ocurrió por varios motivos: «En mi familia tenemos dos enfermeros en Rosario y un médico en Paraná. Además, busqué una forma de mantenernos unidos como barrio». Laura también señala que es una cuadra de gente grande, y no puede saludarlos como antes. «Hay que cuidarlos, esta especie de ritual los hace despejarse», dice.
Adelaida tiene 83 años y es una de las tantas vecinas mayores de la cuadra. Sale todas las noches a saludarse desde lejos con doña Arcati, su amiga que vive enfrente. Adelaida expresa que extraña a sus hijos y nietos, pero que no puede ir ni a la esquina porque es parte del grupo de riesgo. Según cifras oficiales, los fallecidos por coronavirus en Argentina mayores de 70 años rondan el 80%.
La mayoría de las personas del barrio compran en la despensa de Beto, justo en la esquina de las calles Cura Álvarez y Feliciano. Casi todas las personas del barrio también escuchan las quejas de Beto, que manifiesta que no le llega la mercadería a tiempo. Además, el despensero nota que circula cada vez más gente por la calle. «Sí, esta semana ha venido más gente. Están cansados, pero a la vez pareciera que no saben que falta lo peor», dice Beto. «Lo peor» es el pico de contagios, que se anuncia para junio.
El reciente pero arraigado ritual, llega a su fin. El Himno culmina y los vecinos salen a sus puertas, ventanas o balcones. Asoman la cabeza, se saludan desde lejos, alguno que otro esboza una sonrisa moderada y aplauden el final de la canción. Uno de ellos es Juan Carlos, que se dedica a vender autos usados, ¿quién en su remota vida pensaría comprar un auto en esta coyuntura? Juan Carlos se encarga de confirmar las especulaciones. «En mi negocio, mi actividad está en decadencia total. Ya he hablado con varios colegas que no saben si van a seguir cuando se abra la cuarentena. Y estoy en la misma situación. Entre marzo y abril no vendí ni un solo auto», dice angustiado.
Son las nueve con algunos minutos, en esta noche y en cada noche. En sus casas, los vecinos se sumergen en sus pensamientos. Nada será igual a lo que fue, nadie será la misma persona: es el vértigo de lo desconocido.
De pronto, una canción de Charly García viene desde afuera, como otro tipo de himno del aislamiento. Es Yendo de la cama al living, un clásico que en Argentina escuchan hasta los bebés que aún no nacieron. Sin embargo, en esta ocasión y por primera vez, no importan las estrofas que hablan del encierro. Quizás el problema no sea ir constantemente de la cama al living. Tal vez lo verdaderamente malo sea que, cuando todo esto termine, la gente no tenga «un poquito de amor para dar».
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muy real, emocionante y a la vez triste, saber que estamos pasando por todo esto, te felicito nene…
Aquiles muy vivido tu relato,expresa a cada momento el transcurrir de esta nueva forma de vida en este caso de la cuadra de la “Santa Fe”.Tambien nos traes frases de autores muy queridos para los lectores de siempre.
Me encanto leerte y aunque cada dia se parezca al anterior estoy segura que el cariño por lo nuestro y por los nuestros nos ayudara a superar esto diferente que esta pasando.