Las saludadoras de la calle Washington

TEXTO LAURA ERPEN

 

 

Esta crónica de María Laura Ceretti de Erpen, escritora y profesora de Castellano, Literatura y Latín de Concepción del Uruguay, obtuvo el segundo premio en la convocatoria «Entre Ríos en Crónicas», de la Editorial Municipal de Paraná en 2023.

 

 

La calle Washington estaba en el barrio sur, bien al sur de la ciudad que fundara Rocamora, y allí vivieron dos saludadoras(1) entrañables, a solo una cuadra y media de distancia (2).

Era un barrio esencial: en tiempos lejanos, fue la principal entrada. Los barquitos precarios sorteaban el Riacho Itapé, hacían cabriolas por la playa, los carros esperaban para acercar hasta la orilla viajeros y enseres, y los recién llegados marchaban a dar cuenta de quiénes eran, qué traían y qué hacían por estos lares. La aduana vigilaba que las cuentas fueran claras, don Justo José era prolijo en ese tema.

En ese sur pleno de verdes y con trechos de matas ariscas, dos muchachas –una descendiente de escoceses e irlandeses y otra descendiente de italianos–  soñaban con un destino mejor, sin conocerse, sin saludarse, sin haberse encontrado jamás en esa calle por la que iban y venían, cada una en su rutina. Y a des-tiempo…

La de sangre escocesa llegaba de la Colonia Genacito (3), en donde trabajaba de maestra rural, alfabetizando a los lugareños que después construirían sus destinos. En síntesis: dando salud, porque acceder a la educación también es dar salud… Su padre (4) había llegado a Buenos Aires en los tiempos de Rivadavia, se había cansado del trabajo arduo en la Colonia de Monte Grande, había probado suerte en la vecina tierra oriental y finalmente, se había asentado en la estancia Los Ombúes (5), aceptando el final inevitable.

Envió a su hija mayor, Cecilia, a estudiar en colegios ingleses, pero la niña debió volver a provincia cuando ocurrió su muerte. Fue hacia 1872. La mayor de seis hermanos, con solo trece años, se asoció a su madre, Jane Duffin, y en la escuela rural, alfabetizaron a los lugareños. Como era menor, no podía cobrar su sueldo y Jane era la depositaria de su magra retribución.

Más tarde, volvería a Buenos Aires y se dedicaría a cuidar niños ingleses, mientras proseguía con su carrera de maestra en la Escuela Normal que dirigía Ema Caprile. En tanto estudiaba en Barracas, vio morir a una de sus amigas, la pena la inspiró y decidió que su destino sería la medicina.

En esa casa de calle Washington, alquilada a la familia Lerchundi, los Grierson vivieron poco tiempo, y no hay muchos datos que lo precisen. La lúcida custodia de los tesoros de Teresa Ratto (6), su sobrina Betty, lo aseguraba. Las cartas de Cecilia a su abuela, los recuerdos de familia que repetía con orgullo, eran su fuente. Teresa Sabina Ratto (7), curadora de los tesoros familiares, así lo afirmaba: Cecilia Grierson vivió en el Barrio sur, bien al sur, y volvió con motivo de la muerte de Teresa. Viniendo de sus prolijos archivos, no nos cabe la duda.

La otra saludadora, de pura cepa italiana (8), la segunda de la friolera de quince hijos, transitaba la calle rumbo a sus estudios: primero en la Normal y después, en el Colegio del Uruguay. Teresa Ratto era una jovencita decidida: se recibió de maestra, pero quiso ampliar su horizonte y la Medicina la tentó.

Descubrió su vocación como muchas chicas de su tiempo: leyendo, escuchando, imaginando. Los Ratto no solo habían traído sueños a la tierra de promisión, también trajeron su vasta cultura, su amor por la ópera, su afición a la lectura, su vocación de pedagogos. En la Normal, Agustina Comte de Alió había teñido de un tono afrancesado el ambiente, era especialista en la didáctica de la lengua francesa y las novedades mundiales se extendían por la ciudad calma. Miss Elizabeth King y Sara Eccleston, aportaban lo suyo…

Llegado el momento de atender a su vocación, las dos jovencitas se toparon con un muro: su condición de mujeres no las dejaba acceder a la Universidad. Les daba un permiso acotado conforme a las tradiciones y las tendencias activas de la sociedad, que las vinculaban al universo de la filantropía y la caridad como sello de la imagen femenina: podían ser farmacéuticas o parteras, por ejemplo. Con eso, bastaba, con lo que denominaban carreras menores, pero a nuestras niñas no les alcanzaba…

Cecilia no se dejó amedrentar, aprovechó el hueco administrativo que había abierto Elida Pazos (9), ingresó a la Facultad y poco a poco, venciendo escollos, se recibió de médica. Pagó caro su atrevimiento: nunca lograría la titularidad de una cátedra universitaria.

Teresa encontró a un vasco (10) atrevido y audaz e inteligente, que le franqueó la entrada al Colegio del Uruguay. También pagó cara su osadía, debió afrontar episodios de lo que hoy denominaríamos bulliyng, pero le hizo frente a la adversidad y logró el título de Bachiller. Alguna tarde tomó el vapor de la carrera rumbo a Buenos Aires, se instaló en una pensión, teniendo como compañera de cuarto nada menos que a Julieta Lanteri, ingresó a la Facultad y se recibió. Llama la atención ver la foto del grupo de su promoción: es la única mujer.

José Sebastián Zubiaur fue el vasco paranaense que le encomendó a Cecilia ser tutora y mentora de Teresa, y el Rector que, convencido y audaz, logró para el Colegio otra de sus glorias: en Concepción del Uruguay, en Entre Ríos, se instituyó en el Sistema Educativo Argentino, nada menos que la equidad de género que permitió el libre acceso a la educación universitaria.

Le escribía frecuentes cartas a su distinguida alumna y el encabezado era el mismo: «Mi querida Bachiller». Pensándolo seriamente, creemos que algo quiso sugerir…

Fueron universos paralelos que nunca se cruzaron, nunca se saludaron en la calle Washington de Concepción del Uruguay, la cronología lo certifica.

Finalmente, las dos niñas se encontraron en Buenos Aires y fueron amigas y compartieron estudios y proyectos. Estaban lejos, construyendo sus destinos, pero en el ADN de sus sueños, hubo genes del barrio sur…

 

 

Dejaron de ser saludadoras, mujeres signadas por la filantropía, y se formaron como profesionales de la salud. La historia lo reconoce y las honra.

Cecilia creó la Escuela de Enfermería, viajó por el mundo, trajo los adelantos de la medicina, luchó por los derechos de la mujer y, llegada su jubilación, se retiró a Los Cocos, Córdoba. Teresa la acompañó en esas luchas iniciales, regresó a la calle Washington para establecer en la casa paterna el primer Vacunatorio Municipal y ejerció su profesión en el consultorio vecino a la panadería que la vio nacer. Cuando llegó la enfermedad que sería decisiva, se retiró a la chacra de su abuelo y allí la esperó y aceptó, estoicamente. Ocurrió a los 29 años…

La estampa de Cecilia luce en el Salón de las Mujeres de la Casa Rosada, es reconocida a nivel nacional e internacional. El nombre de Teresa distingue a un Hospital imponente en Paraná, en la Casa Gris colgaron su retrato, la calle en la que vivió lleva su nombre (11), su casa se considera Patrimonio Histórico.

En la ciudad, ahora florecen plazas blandas para los niños, se proyecta poner en valor antiguos edificios, se anuncian museos, en la antigua aduana –actual sede de  la UTN- ya no se verifican impuestos, sino que se forman ingenieros, por la calle Perón, desfilan incesantes caravanas de autos camino a un puente que cruza el Riacho y conecta con el Río Uruguay, pero frente a la casa de Cecilia Grierson no hay ni siquiera una placa que diga que allí vivió esta gloria argentina. Quizás alguna vez, alguien decida hacer justicia y deje constancia oficial de que, en ese pedacito sureño y concepcionero, en el Puerto Viejo, vivió una grande.

Quizás alguna vez, se reconozca a Teresa Ratto como el ícono de la igualdad de género (12) en la Educación Pública Argentina y alguien registre oficialmente este legado y ratifique otra de las glorias del Heredero de don Justo José .

A Teresa Sabina Ratto, a Betty, que conservó con pasión y divulgó incansablemente los tesoros familiares que ahora custodia el Museo del Colegio, la comunidad la valora: como maestra inolvidable, como animadora en distintos eventos evocativos, como guía incansable de innumerables delegaciones y visitantes y la recuerda hasta conduciendo su impecable Renoleta color lacre… La suya, fue una entrega apasionada, que nos permitió conocer las figuras ejemplares de Cecilia, Zubiaur y de su tía.

Solía decir: «Vivo sola, pero sin soledad». En medio de sus recuerdos, fue feliz. A su manera, con su estilo y por su dedicación, ofició también de saludadora, y vivió en la calle Washington.

Falleció (13) a los 93 años, víctima de la pandemia de Covid, justamente ella, que durante sus primeros años, vivió en la casa de al lado y luego en la tradicional esquina, a la que cuidó como si fuera un templo y en la que se instaló el Primer Vacunatorio Municipal.

Esta historia de sueños y entereza, reivindicación de los derechos de las mujeres, universos paralelos, utopías y paradojas, comenzó a gestarse en el corto trecho de una cuadra y media, y en una calle del Barrio sur de Concepción del Uruguay, de cuyo nombre se acuerdan solo algunos memoriosos…

Actualizarla y enriquecerla con nuevos aportes y señalamientos, nos ha parecido necesario y, por sobre todo, más que saludable.

 

 

[1]  Por su naturaleza, por su paciencia, por su constancia, las mujeres, desde la antigüedad, han sido custodias de ese delicado equilibrio, porque «salud es la condición de todo ser vivo que goza de un absoluto bienestar tanto a nivel físico como a nivel mental y social» (Organización Mundial de la Salud).

[2] Actual calle Doctora Ratto, entre Artigas y Moreno.

[3] Departamento Uruguay, próximo a Villa Mantero.

[4] Cecilia era hija de la irlandesa Jane Duffy y de John Parish Robertson Grierson, que se estableció en Argentina en 1825, para asentarse en la colonia Santa Catalina, Monte Grande en la primera y única colonia escocesa en Argentina.

[5] La estancia pasó a manos de sucesivos dueños, entre otros, la familia Pereyra Márquez. Existe una tradición: uno de los dos ombúes fue cortado porque se creía que atraía la luz mala, creencia muy tan común en el espacio mítico entrerriano.

[6] https://noticias.entrerios.gov.ar/notas/stratta-pone-en-valor-el-rol-de-las-mujeres-en-la-historia-de-la-provincia.htm

[7] Sobrina de Teresa, hija de su hermano Octavino. Fue la custodia de todo lo que perteneció a su tía, hizo donación de lo más significativo al Centro Cultural Urquiza, que se encargó de organizar la Sala Teresa Ratto, en el Museo del Colegio del Uruguay.

[8] Don Ángel Ratto y Sabina Rebosio, eran genoveses y se instalaron en Concepción del Uruguay  hacia 1870, donde formaron una familia con 15 hijos.

[9] Elida Pazos, que ingresada a la Universidad luego de recibir el titulo de farmacéutica consiguió cursar hasta el quinto año de medicina. Luego de recurrir a la justicia para lograr su ingreso a la casa de estudios en Ciencias Médicas y llegar casi al final de su carrera, la tuberculosis –por paradoja una enfermedad contra la cual quizá habría luchado–termina prematuramente con su vida. https://www.magicasruinas.com.ar/revistero/argentina/pioneras-feminismo-argentino.htm

[10] José Benjamín Zubiaur. Nació en Paraná, Entre Ríos y realizó sus estudios secundarios en el Colegio de Concepción del Uruguay. Fue promotor y primer presidente de la Asociación Educacionista «La Fraternidad». Se recibió de abogado en la Universidad de Buenos Aires. En 1892 fue nombrado rector del Colegio de Concepción del Uruguay, desempeñándose en esa función hasta 1899. https://www.agendaescolar.com.ar/2021/09/educadores-argentinos-jose-benjamin-zubiaur/

[11] Durante la intendencia del Sr J. C. Scelzi, se cambió el nombre por el de Doctora Teresa Ratto, por presentación de la concejal María Lena de Flores, recordada docente y vecina de Concepción del Uruguay. Ordenanza N° 2676, promulgada el 26 de diciembre de 1975.

[12] Ré Latorre, Aracely. Presencia femenina en el Histórico: sus primeras alumnas – 1985-99. En página web del Colegio Nacional Justo José de Urquiza. La autora rescata el nombre de otras mujeres alumnas: Concepción Campi, Estela Parodié, Ana Piaggio, María Cassoni, Zulma V. Ferreira, Martina Adela Pelleti y María Taborelli estudian en el Histórico, tienen apellidos italianos. En 1899 se inscribe la primera alumna rusa: María Pattin, que llega desde Colonia Clara.

[13] El 24 de noviembre de 2020. Sufrió quebradura de cadera, fue intervenida, se repuso, pero se contagió del virus de Covid y murió por neumonía. Un mes antes de que comenzara el operativo de vacunación.

 

 

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