TEXTO Y FOTOGRAFÍAS PABLO RUSSO
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Hay olor a cordero asado en el ambiente. Así es el cambio de año en el Mallín Ahogado, esa zona rural en permanente mutación quince kilómetros al norte de El Bolsón. Se cruzan los festejos de los «hippies», el 31 a la noche, con los del primero de enero al mediodía que prefieren los «paisanos». Hippies y paisanos son las dos grandes denominaciones que definen a los habitantes de esas tierras con fondo de montañas, bosques, ríos y arroyos, aunque una paleta variopinta matiza a ambos grupos.
El lugar comprende una pampa que bordea la cordillera fronteriza con Chile, de un lado, y la Ruta Nacional 40 del otro, con declive hacia El Bolsón. Desde la ruta hay tres entradas al Mallín, aunque la más conocida y popular es la que están asfaltando en este momento, a la que se accede a los seis kilómetros del pueblo y que cuenta con transporte público hacia la chacra de Wharton. Allí hay un camping y base para los trayectos hasta los refugios de montaña del río Azul. La confluencia entre los ríos Blanco y Azul con su doble pasarela aérea es uno de los sitios más visitados. Otros atractivos turísticos son una cascada y una catarata. Más allá del paisaje, se trata de una zona de productores de lúpulo y frutas finas, con cabañas lecheras y ganaderas. El turismo rural receptivo va ganando adeptos y se convierte en una alternativa de vida para los lugareños.
Paisano se le dice a quien trabaja la tierra o la posee desde hace décadas. Aunque no hay un momento fundacional, se calcula que a mediados del siglo pasado aparecieron los primeros pobladores fijos en esa zona de Río Negro. «Se iban asentando en tierras que veían convenientes porque no había otros, nadie las reclamaba y eran buenas para el pastoreo», explica Leonardo, un vecino de la comarca andina establecido en los últimos años. «Siempre tratando de pegarse un poco a la cordillera para poder tirar ahí a los animales y que puedan alimentarse sin comprarles forraje», agrega el entendido de acento porteño que construyó su cabaña entre álamos plateados. En aquellos primeros momentos y hasta no hace tanto las tierras no tenían delimitaciones muy precisas y su posesión o derecho de ocupación solía canjearse por algún animal, vehículo e incluso herramientas como una motosierra. La continua migración de nuevos mallineros valorizó el territorio que comenzó a venderse a 50 mil dólares la hectárea, o más. De pronto, lugareños humildes que habían trabajado toda su vida se encontraban con sus billeteras forradas por vender un pedazo de lo suyo. Hay paisanos que no se consideran tales, aunque los de afuera sí los ven de esa manera. Pueden ser ricos o pobres, e incluso habrá quienes se reivindican mapuches si bien por allí no existen conflictos de tierras con comunidades. Asimismo, los hippies son diversos y los hay para todos los gustos: artesanos, budistas, espiritualistas, vegetarianos, extranjeros, anarquistas. Algunos pueden quedarse días enteros en ayuna sentados al lado de un árbol para entablar comunicación con el vegetal. También están los que no se consideran hippies pero para los paisanos sí lo son, aunque se dediquen a tareas rurales y anden a caballo. En general, llegaron escapando de la vida en las grandes ciudades. Como Sebastián, por ejemplo, que en los años noventa vivía en Ciudadela y hoy se ocupa de clavar personalmente las herraduras en los cascos de su caballo cada dos meses. Entre hippies y paisanos pueden haber puntos de contacto, aunque suelen pertenecer a grupos sociales diferenciados e incluso generarse casos de bullying en las escuelas en las que predominan los hijos de unos u otros.
Al norte se encuentra el cerro Perito Moreno, que cuenta con un centro de esquí invernal. La Pampa de Luden próxima es motivo de disputa. Mallín significa «humedal» y, precisamente, esas tierras más altas cuyas vertientes alimentan los sembrados son en parte fiscales y en parte de los Soria -una familia de las más antiguas con muchas hectáreas- quienes las habrían vendido a un tal Nicolás Van Ditmar, apuntado por varios locales como testaferro del internacionalmente famoso vecino de la zona: Joe Lewis. «Es imposible conocer todos los negociados que se hacen. Lewis le compra el derecho pos mortem a muchos paisanos, para ir ganando confianza y sumando territorio sin llamar tanto la atención», explica un mallinero de los que se oponen al loteo del espacio que contiene las nacientes de agua en donde Lewis pretende construir una pista de aterrizaje, cancha de golf, centros comerciales y lagos artificiales. La Asamblea en Defensa del Agua y la Tierra del Mallín Ahogado tenía su lugar de reunión en una construcción en medio del campo que se prendió fuego misteriosamente tiempo atrás. Las manifestaciones de miles de personas en El Bolsón lograron que la justicia frene, por el momento, ese avance inmobiliario denominado Laderas, a pesar de que el actual intendente, Bruno Pogliaro (Juntos Somos Río Negro), fue contador de Lewis en una de sus empresas. La reserva Cumbreras de Mallín Ahogado es la que garantiza la provisión de agua a todo el paraje a través de una red de canales que nacen allí. Mientras, los ataques de desconocidos a enclaves comunitarios siguen siendo moneda corriente en la región: en lo que va del año se prendió fuego un salón de usos múltiples de una comunidad mapuche del otro lado de la ruta y apareció violentada –una vez más- la radio comunitaria Alas.
Si bien para unos -que recuerdan las luchas de Santiago Maldonado y Rafael Nahuel- el peligro es Lewis, otros le temen más a la presencia de «el león», como denominan al puma de la cordillera que ataca a sus ovejas. «Este año anda el león», comentan sobre la amenaza. La vida diaria se hace dura en el invierno y se sobrelleva en la temporada, entre primavera y otoño cuando circulan los visitantes. En el Mallín hay lugar para todos, desde movimientos religiosos de los más diversos, adoradores de elfos y duendes, creyentes en los ovnis, sectas, o retiros como la Misión Virgen de las Flores con su alto alambrado y enigmáticos ejercitantes que no saludan ni miran a los que pasan por afuera. En la pampa del Mallín se construyó también la mezquita sufí más austral del mundo: la fundó el «huesero» Raúl Abdul Felpete hace algunas décadas y al parecer logró convertir a varios paisanos que se ven pasar en sus autos con la cabeza cubierta por la típica boina vasca que se usa en el campo, mientras que sus mujeres portan una hiyab (pañuelo en la cabeza).
Dos sitios no turísticos pero que forman parte de la identidad mallinera son el «Barrio inglés» y «La toma». El primero es un asentamiento de los años sesenta de hippies de esa nacionalidad. Dicen por ahí que con ellos llegaron los primeros ácidos lisérgicos a la argentina. El segundo se compone de tierras que eran fiscales y que fueron tomadas a principios de siglo por un grupo de gente. Cada quien construyó su casa en la frondosidad y entre ellos no hay alambrados. Las viviendas no se pueden vender, comprar ni heredar y la decisión de ingreso de nuevos vecinos se resuelve en asamblea. En el bosque de La Toma, donde el artesano Robi tiene su taller, bajo un manto de estrellas como solo puede verse en el sur, un grupo de amigos se reúne cada jueves. Al igual que en cualquier peña del país, juegan al pin pon y cocinan algo entre todos. Mientras, conversan de cuestiones cotidianas: las ventas en el inicio de la temporada en la feria de El Bolsón, las noticias sobre el hantavirus, la cantidad de mochileros listos para subir a los refugios de La tronconada y del Cajón del Azúl, o las fotos en las redes sociales de sus conocidos asando los corderos de año nuevo con un arco iris de fondo como adorno natural de esa acuarela cordillerana.
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