La frase en un muro de calle Hipólito Yrigoyen (también conocido como Irigoyen, según la señalética urbana), barrio del Ferrocarril y de la plaza Sáenz Peña, en color verde, sintetiza largas argumentaciones filosóficas sobre el sentido de la existencia y la importancia de vivir el momento olvidando, más no sea momentáneamente, las preocupaciones y elucubraciones sobre el devenir.