TEXTO Y FOTOGRAFÍAS PABLO RUSSO
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Los libros y el cine, trabajo de Antonio Gustavo Labriola publicado por Editorial Dunken en mayo de 2021, compila una serie de evocaciones en relación a las películas y obras literarias a las que el autor ha tenido acceso desde niño. Además del repaso por directores y autores que influyeron en su formación en términos generales, Labriola comparte una serie de semblanzas de los cines de Concordia -ciudad donde nació en 1962- durante el siglo pasado, así como de las emisiones del Canal 8 de Salto, Uruguay, y sus maratones de VHS o DVD, dando cuenta de los canales de acceso a gran parte de ese caudal audiovisual.
El tono personal e intimista con el que Gustavo Labriola repasa libros y películas deriva de sus propias lecturas: Los libros y la calle, de Edgardo Cozarinky; y La imposible melancolía, de Mario Sábato, en los que ambos autores exponen recuerdos personales de otras obras que los han influido. «Siempre me vi atraído por escritores y directores de cine. En en el transcurso de mi vida he tenido algunas necesidades de recordar o particularizar algunos de esos autores. A partir de ahí empecé a escribir con cierto orden, de forma sistemática, lo que a mí me había pasado con esos autores o directores», le cuenta Labriola a 170 Escalones. Ese proceso comenzó en octubre de 2019 y terminó en diciembre de 2020, luego de las correcciones pertinentes. «Los libros y el cine ocuparon siempre un lugar fundamental en mi vida. Me permitieron crecer, en todo sentido. Posibilitaron que cuente con un criterio de análisis crítico y una mirada abarcadora respecto a la condición humana y, entre otras cosas, intentar desentrañar los grandes misterios de la vida: el nacer y el morir y las dudas que, además, complejizan la vida cotidiana y moderna», introduce en el prólogo. Por otra parte, también aclara que no pretende otra cosa que reavivar recuerdos: «Lejos de mi intención se encuentra cualquier pretendida erudición o análisis profesional de los libros o los films». A pesar de la indicación, su trabajo da cuenta de una relación con la cultura que es la de espectador y lector activo, y no un simple consumidor.
Labriola es contador público de profesión. Actualmente se desempeña como secretario de Hacienda de la Provincia de Entre Ríos, presidente de Fogaer (sociedad anónima con participación estatal mayoritaria que tiene como propósito respaldar el acceso al crédito de PyMEs) y vicepresidente de Sidecreer. Más allá de su actividad profesional, comparte que ha sido feliz leyendo y viendo cine. Respecto a sus posibles interlocutores, indica que «todo este proceso de ir acordándome cosas puede motivar al que lo lea a hacer ese mismo ejercicio. Uno descubre en eso muchos olvidos que en la vida tienen importancia. Y al analizarlo en conjunto se percibe que todo eso se ha ido incorporando a la forma de pensar o de vivir».
Desde Mark Twain hasta Albert Camus y desde Charle Chaplin a Jim Jarmusch discurren las memorias del autor en estas 367 páginas en las que también aparecen las descripciones de los viejos templos cinematográficos. En «Cine: por lo menos, una visita semanal», Labriola cuenta que, a principio de los ochenta, cuando transitaba la adolescencia, su madre le daba unos pesos para sus pasiones. Entonces existían tres cines en Concordia: El Gran Odeón, majestuoso y tradicional con una conformación original de teatro que había sido modificada en los años cincuenta; el San Martin, que luego devino en boliche bailable «con sus leyendas de pulgas en las butacas»; y el Auditorium, al lado de la Catedral. En el Odeón imperaba el cine norteamericano, mientras que el San Martín proyectaba cine europeo e incluso películas eróticas y el Auditorium, más pequeño, era para toda la familia.
En «Matinés», Labriola se remonta a principios de los setenta para recuperar las funciones que comenzaban a las 13 e, incluso, a la mañana en el Auditorium los domingos, cuando se exhibían cortos o avances de películas gratis a los chicos concurrentes a la misa de las nueve, para obligar a que primero cumplan el precepto y luego disfruten del cine. En esa década también comenzó su relación con la televisión: «El canal de aire que se podía ver en esos tiempos, era el Canal 8 de Salto, Uruguay, y lo fue hasta 1977, más o menos, cuando advino una estación repetidora del histórico canal 7 de Buenos Aires», señala. La equilibrada programación de la televisión oriental le permitió acceder a la obra de Alfred Hitchcock, a la programación de la Alianza Francesa de Uruguay o a las maratones de sábado de cine clásico. Una tarde de verano se encontró en esa sintonía con El romance del Aniceto y la Francesca, de Leonardo Favio. Así mismo, Labriola reconstruye el acontecimiento que fue comprar el reproductor de VHS y sus fines de semana de encierro en los que veía hasta once obras de todo tipo.
En «La política y la facultad», el autor recupera la primavera democrática cuando se realizaron las elecciones para Centro de Estudiante en la facultad de Ciencias de la Administración de la UNER de Concorida. Entonces su agrupación, MUNIP, obtuvo el segundo lugar (con la candidatura a presidente de Gustavo Bordet), por lo que Labriola ocupó, en la distribución de cargos, la Secretaría de Cultura. Desde allí impulsaron la creación de una biblioteca, la publicación de una revista y la proyección de clásicos del cine como Federico Fellini o Pier Paolo Passolini, en el Paraninfo de la Universidad. Además de libros y películas, sus recuerdos también transitan por algunos pasajes radiofónicos, destacando a Héctor Larrea y Antoni Carrizo; puestas teatrales del dramaturgo Mauricio Kartun; y un homenaje al cantautor Luis Eduardo Aute, quien falleció durante el proceso de producción del libro.
Los libros y el cine está la venta a 1400 pesos en librerías de Concordia (Aserrían Aserrán, Babel, Troya Libros, Casa Fornés), Paraná (Vaporeso, Códice y el Ateneo) y Santa Fe (Del Otro Lado Libros, Ferrovías, Mauro Yardín, Alicia Libros); así como en otras librerías del país y en la página de la editorial.
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