TEXTO PABLO RUSSO
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Somos contemporáneos y vecinos de uno de los seres más extraordinario que ha surgido en la política latinoamericana: José «Pepe» Mujica, guerrillero del Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros y ex presidente uruguayo, que vive y trabaja en su campo, cultivando algunas flores entre Brasil y Argentina. Este personaje con una vida de película resultó un atractivo natural para que el premiado realizador Emir Kusturica construyera un retrato con visos de emotivo homenaje.
Ahí están ambos, en pantalla: Pepe Mujica cebando y escupiendo el primer mate y el director serbio encendiendo un habano, en el patio de la chacra del ex mandatario. Al principio son solo gestos, no se dicen nada. Parece un reconocimiento, una entrada en confianza a partir de pequeños actos cotidianos registrados con una cámara un tanto desprolija. Se miran, se miden, se sonríen. En El Pepe, una vida suprema (2018) -estreno reciente de la plataforma Netflix- Kusturica entrevista a Mujica y capta sus últimos días como presidente. El relato se apoya, además, en material de archivo fotográfico y fílmico, así como en fragmentos de noticieros televisivos y de la película Estado de Sitio (Costa Gavras, 1972), para ilustrar pasajes históricos.
A diferencia de otras realizaciones que tienen como personajes centrales a mandatarios sudamericanos de la nueva izquierda, como Entreactos (2004) de João Moreira Salles sobre la campaña de Lula Da Silva o Cocalero (2007) de Alejandro Landes sobre la de Evo Morales, Kusturica ofrece la trastienda de Mujica en su momento de retirada del poder. A poco de comenzar queda claro que la postura del director es de asombro y estupefacción por su protagonista. A medida que narra fragmentos de su vida en primera persona (su pasado guerrillero, sus años en cautiverio, su relación con su mujer Lucía Topolansky), Mujica transmite la esencia de su pensamiento actual respecto al capitalismo, su admiración por la naturaleza, el amor como refugio, o la cultura como sistema de valores.
Mujica, que en una de las escenas recorre el penal de Punta Carretas transformado en shopping, destaca la influencia de los años de prisión en la conformación de su pensamiento crítico: «Para mantenernos vivos tuvimos que pensar y repensar mucho. Le debemos muchos a esos años que pasamos en soledad. Te diría más, no seríamos lo que somos si no hubiéramos tenido una coyuntura tan dramática y adversa. Para mí, esto que te digo puede resultar cruel, pero creo que el hombre aprende mucho más del dolor y la adversidad que del triunfo y las cosas fáciles», dice en un pasaje de su conversación. «No sería quien soy. Sería más frívolo, más exitista, más de corto plazo, probablemente más con pose de estatua; más todo eso que no soy hoy, si no hubiera vivido esos diez y pico de años en profunda soledad. Por eso, es curioso lo que te voy a decir y no se puede agarrar con espíritu de almacenero: a veces lo malo es bueno, y a veces lo bueno es malo», explica Pepe con sencilla filosofía.
La fascinación del realizador por Mujica parece llegar a su punto culmine cuando éste relata la acción de expropiación a un banco en Pando, a mano armada durante la lucha guerrillera, con un cortejo fúnebre como coartada. Mujica ya no asalta bancos, pero su pensamiento sobre ese sistema financiero no transige: «El sistema bancario es el escalón más alto de delincuencia humana, no sangrienta en primera instancia, a la cual se puede apetecer. Es la gloria del capitalismo: hacer plata con el dinero de otro; no ya con el trabajo, con el dinero. Es la quinta esencia, es el destilado del capitalismo».
El realizador de grandes ficciones que marcaron los últimos años de la cinematografía del siglo XX -como Tiempo de Gitanos (1988) y Underground (1995)-, tiene una presencia física en la imagen de este trabajo documental. Evidentemente, con una construcción mucho más sencilla de lo que le resultó su biografía sobre Diego Armando, Maradona (2008), el artista europeo se muestra en cuerpo y voz, en primeros planos expresivos de su rostro y en las preguntas en inglés que Mujica contesta en castellano. A pesar de esto, Kusturica no tiene un rol protagónico en el registro, que oscila entre tomas de cámara en mano con cierta improvisación y otras con una planificada puesta en escena. Asiste a algunas acciones como testigo (la siembra de flores, la inauguración de un ciclo lectivo en su fundación, la entrega de la banda presidencial a Tabaré Vázquez el 1 de marzo de 2015) y, a su vez, genera otras, dándole un giro performático al audiovisual. Por ejemplo, cuando Mujica actúa de sí mismo: despierta en su cama, se levanta y se viste ante la cámara; al manejar su fusca celeste por la ruta; al ir de compras a la carnicería y cocinarle a su perro; o al entrar, junto a su mujer, a un bar a tomar un wisky mientras escuchan y cantan En esta tarde gris. A propósito, la música que marca el recorrido de esta historia se basa principalmente en la repetición de este tango compuesto por Mariano Mores con letra de José María Contursi, así como en la versión de Los Olimareños de A don José, clásico autoría de Rubén Lena en homenaje a José Artigas. «El tango es pura nostalgia. De lo que se tuvo, de lo que no se tuvo. Es una cosa pa´ gente que haya aprendido a perder en la vida. Hay que haber tenido alguna derrota para que a uno le entre a gustar el tango», susurra Mujica, que sabe entonar a capela. Como parte de la imagen tradicional uruguaya de la que Kusturica no podía escapar, un camión con una murga recorre las calles de Montevideo, marcando la presencia del carnaval y de lo popular.
La narración se completa también con entrevistas a su compañera de vida y militancia Lucía Topolansky, a sus compañeros de lucha y encierro Mauricio Rosencof y Eleuterio Fernández Huidobro, así como a beneficiarios de la construcción de viviendas para los sectores más postergados de la población. Entre las escenas curiosas que forman parte de los 73 minutos de película, y que también pintan al personaje, se ven un par de discusiones de Mujica con gente que lo interpela y critica, en la calle o en un bar, a quienes el ex presidente hace frente del modo más campechano.
Para quienes habitan estas latitudes y están más o menos familiarizados con los vaivenes de la política contemporánea, El Pepe… aporta principalmente algunas imágenes inéditas de la cotidianeidad y del tiempo final de la presidencia de Mujica, además de un repaso por su vida ya conocida. Tal vez, en su atracción por estos hechos y por el personaje mismo -que posiblemente le darían un tinte surrealista a cualquier guion de ficción- Kusturica deja de lado, en gran medida, la explicación de las condiciones materiales e históricas que forman parte del surgimiento y liderazgo de este militante uruguayo de corazón grande y bolsillo chico. Mujica lo resalta contantemente: la lucha es un proceso colectivo; sus causas y resultados no responden a la gesta de un solo hombre. En el documental, la relación del político con el resto del Frente Amplio y con sus sectores de apoyo queda resumido a su presencia y discursos en actos masivos. «No me fui, estoy llegando», exclama en su mensaje de despedida de la presidencia, dando cuenta del regreso a su puesto de lucha en el llano.
Como síntesis de los años en los que el Frente Amplio estuvo en el gobierno (nueve al momento de la filmación, que ahora llegan a quince y que ante los últimos resultados electorales presidenciales que le dieron la victoria a la derecha en la República Oriental cobran aún más vigencia), Mujica expresa, a modo de autocrítica, que el problema de fondo es cultural. Hubo mejoras que fueron materiales y económicas, pero no morales, afirma. «El papel de la cultura es inconmensurable. La batalla cultural es la que no dimos, y no habrá humanidad mejor si no hay una transformación cultural. La cultura no son los cuadritos que se cuelgan o esto que hacen ustedes (películas); la cultura es la cotidianidad de los valores con la que nos movemos en la vida. Eso es parte de la construcción de una sociedad mejor», considera este pequeño gran hombre, retratado por Kusturica.
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