TEXTO Y FOTOGRAFÍAS NATALIA MATURANA
Los rayos de sol ingresaban por la ventana de la librería Vaporeso a media mañana del viernes 15 de agosto, en calle Nogoyá 324, donde varias personas esperaban expectantes. De un momento a otro, apareció la escritora Ariana Harwicz, tomó asiento frente a la gente y dio inicio a la charla titulada Escribir es inventar una lengua. Esta actividad, organizada por la Editorial Municipal de Paraná, se dio en el marco de la XIII Feria del Libro «Paraná lee», que tuvo lugar entre el 14 y el 17 de agosto, y formó parte de una serie de encuentros íntimos con autores y autoras bajo la denominación de Citas mágicas.
Mientras recibía un mate de la moderadora, Harwicz tomó la palabra. Aclaró que esperaba la participación de las personas allí presentes para generar un diálogo, un ida y vuelta. Una de las preguntas que hizo fue si los asistentes escribían, algo que fue respondido con un sí casi silencioso y varios movimientos de cabezas con ademán afirmativo. A partir de eso, ella habló de su proceso creativo e hizo un breve recorrido por algunas de sus novelas: Matate, amor; La débil mental; Precoz. Ejemplares de estas obras estaban dispuestos en una mesa contigua. Ella, por momentos, los ojeaba en busca de algún fragmento que luego leía en voz alta. Así fue remarcando los recursos de escritura que utilizó en sus producciones.
También hizo alusión a su formación profesional en cine, dramaturgia y literatura como condimentos clave a la hora de escribir sus novelas. «Escribir es llegar a una lengua, inventar una lengua propia», dijo, y para lograrlo debe haber una cierta musicalidad y un cierto extrañamiento. «El arte como el amor empieza por observar», afirmó y añadió: «hay que saber observar y saber robarle a la vida. Robar sí, pero que no se note». Aclaró que no hablaba de plagio sino robar en el sentido de recurrir o recuperar palabras de otros para (re)construir un texto.
«Yo escribo a modo relámpago, veo, no veo, veo, no veo…», comentó. «Escribir es una operación temporal, ¿qué hago con el tiempo en una novela?, ¿cómo fabrico silencios?», preguntó de forma retórica. De vez en cuando, aparecía alguna mano levantada en el público. Le preguntaron sobre su fuente de inspiración, su vida en el campo francés y su reacción ante la adaptación cinematográfica de su novela Matate, amor (“Lie, my love” dirigida por Lynne Ramsay) que se estrenó en la 78ª edición del Festival de Cine de Cannes, pero que aún no llegó a los cines comerciales. En relación a esto último, Harwicz contó que presenció el estreno en el festival y que quedó en «shock» después de verla, porque le resultó bastante fiel al relato escrito y eso mismo la sorprendió.
Un fuerte aplauso dio por finalizada la charla. La escritora agradeció y se dispuso a firmar libros. Como cortesía de la casa, los dueños de Vaporeso convidaron unos bocaditos y café a los participantes.
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En la Casa de la Costa, en calle Martín Miguel de Güemes, frente a la Sala Mayo, sede central de la Feria del Libro, se llevó adelante del taller ¿Oís lo que escribo? de Selva Almada. Comenzó a las 16:30 del sábado 16 de agosto, mientras el sol se reflejaba en el río. El público se instaló alrededor de una mesa larga blanca con sus anotadores y sus mates listos. Apenas ingresó la escritora, saludó a la gente presente y se sentó en la punta de la mesa. Presentó a quien tenía a su izquierda, Natalia Rodríguez Simón, una escritora entrerriana, que la acompañó en el encuentro.
Antes de dar inicio al taller, se sorprendió al notar entre los participantes a su colega escritor, Mariano Quirós. «¿Por qué se anotaron a este taller?», preguntó Selva. Un silencio invadió la sala y las miradas escurridizas se chocaban unas con otras, como avergonzadas. Hasta que alguien rompió el hielo y, poco a poco, aparecieron las respuestas. En ese ida y vuelta, Almada fue recuperando palabras claves que iban surgiendo en torno la escritura.
La autora recurrió a tres novelas que tenía delante, marcadas con pegatinas de colores, para compartir en voz alta: La piel de caballo de Ricardo Zelarayán, Cola de lagartija de Luisa Valenzuela y Barro de Natalia Rodríguez Simón. Almada leyó fragmentos que fue alternando con preguntas, comentarios sobre los distintos tipos de escritura (con sus respectivos recursos, como onomatopeyas, repetición de palabras, preguntas, puntuación, silencios) o las sensaciones de quienes la oían.
Por último, repartieron un poema impreso titulado La señora Kessler, perteneciente al libro Antología de Spoon River de Edgar Lee Masters; a partir del cual propuso escribir una escena, en aproximadamente 15 minutos, teniendo en cuenta lo conversado anteriormente en torno a la escritura. En ese lapso de tiempo, ella salió de la sala. Librados a la imaginación, las personas asumieron el desafío sin dudarlo, abrieron sus libretas, agarraron sus lapiceras y comenzaron a escribir. Palabra tras palabra, aquellos textos fueron tomando forma.
Pasado el tiempo, Almada preguntó quién se animaba a compartir en voz alta lo escrito y, luego de unos segundos de silencio y risas tímidas, varios leyeron sus textos de lo más variados. Cada quién tomó lo que quiso del poema, jugó con alguna palabra u oración o tan sólo lo usó de inspiración. La puesta en común dejó varias sonrisas y aplausos. La autora agradeció a todos por haberse animado a participar de la actividad y se dispuso a firmar libros.
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Así se sucedieron sendos encuentros íntimos con dos autoras en el marco de la Feria «Paraná lee» que permitieron un intercambio enriquecedor e inspirador. La escritura convoca a conectar, escuchar, leer en voz alta, intercambiar palabras, tomar prestado, rimar, fallar y acertar. Porque la escritura como la lectura abre puertas a otros mundos, posibilita disfrazarse de personajes, camuflarse o escaparse de situaciones, vivir otras vidas y es precisamente ahí donde está el encanto.
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