TEXTO Y FOTOGRAFÍAS CÉSAR VITALI
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Omar fue al cine toda su vida hasta que la sala cerró en 1986. Cuando los años pasaron y la posibilidad de una reapertura se diluyó, sus ganas de ver filmes proyectados en pantalla grande le dieron impulso para tomar una decisión poco habitual: construir con sus propias manos un cine en su casa. No solo uno, sino dos. Sucedió que los trámites de herencia hicieron que deba dejar la casa familiar donde levantó la primera sala. Cuando se recuperó de la tragedia personal que significa la pérdida del techo propio construyó su nuevo hogar con un cine incluido.
La historia de Omar Borcard y el Cine Paradiso de Villa Elisa está relatada en la película Un cine en concreto (2017) de Luz Ruciello. El pasado 3 de junio se cumplieron 19 años de la primera función en esa sala.
Me encontré con él un sábado al mediodía en la vereda del cine, me presenté, le conté que lo había visto en el estreno del documental en Paraná. El hombre en ese momento estaba ocupado, pero me invitó a la función que había más tarde.
Esa noche entré a la sala por primera vez. El lugar tiene capacidad para unas 60 personas, butacas históricas cedidas a préstamo dispuestas en tándem, un pequeño escenario y otros detalles que hacen a un ambiente funcional y acogedor. El gesto y la sonrisa de bienvenida en el rostro de una docena de espectadores derribaron mi timidez. Teresa, compañera del dueño del cine, es la encargada de cobrar las entradas y Omar ejerce el rol de proyectorista. Vimos una película norteamericana de acción y suspenso que contiene panorámicas de las ciudades de Berlín, Roma, Paris, Nueva York, la ciudad de Goa (India) y Moscú.
Cuando terminó la proyección iniciamos una charla que corría el riesgo de ser interminable. En la conversación, Borcard habló sobre sobre cómo hace para llevar adelante el cine y de las visitas de actores y realizadores: «Hace unos días vino Ana Celentano (actriz platense de cine y teatro) con un director, pasaron una película del programa El cine va a la escuela», me contó como quién habla de su cotidianeidad.
Se vino la medianoche y el frío: «venite mañana como a las 10, después del mediodía no te puedo atender, pero como a las 10 sí. Tengo las credenciales de los festivales, los programas y las fotos», me dijo.
A la mañana siguiente dejó de lavar el auto para mostrarme sus cosas (artículos periodísticos, imágenes, credenciales y programas del Festival Internacional de Cine de Mar Del Plata y de Lima) y seguir con ese diálogo sin fin: recordamos películas, arreglamos el país un poco, hablamos de lo que nos gusta. Me animé a hacerle una pregunta:
Si no hubieras hecho todo esto ¿serías una persona triste?
«Sí», fue su respuesta inmediata, sin pensarlo. Unos segundos después mientras me alcanzaba una foto suya, junto al antiguo proyector que le obsequió el cura Orlando Bottegal, completó: «Los fines de semana sigo yendo al cine, vengo acá, pero sigo yendo al cine. Esa es la realidad».
Seguimos con la cinefilia. Los dos vimos La huella en la niebla, del paranaense Emiliano Grieco, Omar la vio en el FICER, yo en el Cine América de Santa Fe. «Es lenta», comentó. De Leonardo Favio le gusta Juan Moreyra. Me contó de las pelis argentinas que ha proyectado, de las que pudo ver en los festivales a los que asistió por haber sido el protagonista del documental de Luz Ruciello. Le conté de los muchachos de Crespo (Maximiliano Schoenfeld, Eduardo Crespo, Ivan Fund) que hacen películas bellísimas.
Era mediodía y con Teresa se tenían que ir. Me quedé con las ganas de contarle de la cinematografía que se hace en la ciudad de Santa Fe y que tanto me gustan (Comarca Beat de Alejandro David; Cauce, de Agustín Falco; Aunque parezca raro, de Ariel Gaspoz).
Si bien tiene un modo de hablar sereno y un trato agradable, da la impresión que Omar no está quieto nunca. Salvo esas dos horas que va al cine todas las semanas.
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