21 de noviembre de 2024

Una cuna revolucionaria

TEXTO Y FOTOGRAFÍAS PABLO RUSSO

 

 

Pocos lugares deben ser tan caros a la historia de la emancipación latinoamericana. La Casa de la Libertad es un museo de puertas abiertas, ubicado en uno de los claustros de la manzana de la universidad de los jesuitas en la que fuera Charcas, más tarde ciudad de La Plata, luego Chuquisaca, hoy denominada Sucre.

 

 

La Casa de la Libertad es cuna de revoluciones y de revolucionarios. Traspasar sus antiquísimos muros y la gran puerta de madera de cedro nativo claveteada con tachones y dos grandes aldabas de bronce frente a la plaza central de la capital constitucional de Bolivia, es una invitación al descubrimiento de varios tesoros que se fueron conformando con el tiempo y las acciones de los hombres y mujeres de ese territorio. Atrás queda la arbolada y animada Plaza 25 de Mayo, Plaza Mayor o Plaza de Armas, que alberga los monumentos a los libertadores Simón Bolívar, Antonio José de Sucre y Bernardo de Monteagudo. En la casa, alrededor del patio central decorado por una fuente, se disponen diferentes habitaciones con muebles históricos y los retratos de todos los presidentes del Estado Plurinacional de Bolivia, desde Simón Bolivar hasta Lucho Arce. Construida durante el siglo XVII por mestizos e indígenas bajo el mando de los jesuitas, presenta una arquitectura barroco mestiza con arquerías de una sola planta, apoyadas en columnas de piedra. Su nave mayor es, sin dudas, su espacio más significativo: el Salón Independencia.

 

 

Allí funcionó, desde 1624, la Universidad Real y Pontificia de San Francisco Xavier de Chuquisaca. La manejaban los jesuitas hasta que fueron expulsados por Carlos III en 1767. Y, aunque ellos debieron irse, algo de su legado antiautoritario perduró. La capilla doméstica de los jesuitas, con su coro barroco en donde se recubre con láminas de oro un labrado de cedro, pasó entonces a ser aula magna donde defendían sus exámenes y se graduaban de doctores aquellos estudiantes, con los docentes en un púlpito y el jurado en ese balcón dorado superior. Entre estos universitarios figuran Mariano Moreno, Juan José Castelli y Bernardo de Monteagudo, iniciadores de la llama revolucionaria en el Río de la Plata; pero también aquellos hombres que un año antes, el 25 de mayo de 1809, comenzaron el proceso independentista boliviano, que duró 16 años hasta el grito de victoria final sobre los realistas españoles.

 

 

Antes de 1809 ya corrían por esos bancos dispuestos en tribuna anhelos libertarios. Entre sus paredes se preparó la gran revolución y en esa aula magna se reunió también la Asamblea Deliberante del 6 de agosto de 1825 que redactó y firmó el Acta de la Independencia, dando nacimiento a la República de Bolivia, posesionando también al primer presidente y a varios que le sucedieron (hasta el traslado de la capital a La Paz, a fines del siglo XIX). Un facsímil de esa acta se encuentra expuesto en el lugar, cerca de los cuadros de próceres, héroes y heroínas. Las opciones para esa asamblea convocada por el Mariscal Sucre eran las siguientes: que el territorio se uniera a la Argentina; al Perú; o que se erigiese como Estado soberano e independiente de todas las naciones. «Las provincias del Alto Perú firmes y unánimes en tan justa y magnánima resolución, protestan ante la faz de la tierra entera que su voluntad irrevocable es gobernarse por sí mismas y ser regidas por la Constitución, leyes y autoridades que ellas propias se diesen y creyesen más conducentes a su futura felicidad», firmaron los 48 representantes de las provincias que componían la Audiencia de Charcas.

 

 

La casa guarda varias reliquias más. La guía que acompaña en el recorrido dota de sentido cada uno de los objetos al ponerlos en contexto. Luego de narrar sintéticamente la vida y obra de Juana Azurduy y su compañero Manuel Ascencio Padilla quienes, durante años, organizaron piquetes y destacamentos de pueblos originarios, mestizos y criollos que enfrentaron a los realistas mermando sus fuerzas, se descubre que en un rincón de la sala contigua a la central (denominada Sala de los Guerrilleros) se encuentran las urnas con los restos de estos dos caudillos. En la pared frente a ellos, dos sables de la guerrillera entregados posmortem en 2011: uno ofrendado por el Ejército de Bolivia y el otro por la República Argentina (réplica del de José de San Martín) con motivo de su ascenso a Generala de la Nación.

 

 

Finalmente, otra curiosidad. Dentro del templete dedicado a la «Bandera de Belgrano», en la misma habitación, bajo una vitrina se expone una bandera de 2.65 por 1.60 metros que se atribuye a Manuel Belgrano y al Ejército del Norte que comandó. Para algunos historiadores podría tratarse de la primera bandera patria. Sus franjas son blanca, celeste y blanca (a la inversa que la actual). Se la conoce como «Bandera de Macha», porque fue encontrada en 1885 en una capilla de esa localidad de la actual Bolivia, junto a otra que era celeste, blanca y celeste. El relato de la guía recuerda, por otra parte, que algunos de los Ejércitos Auxiliares que Argentina enviaba para apoyar la guerra de independencia y evitar que la Audiencia de Charcas quede bajo dominio del Virreinato del Perú, no dejaron un buen recuerdo entre los locales, por los saqueos y violaciones que cometían a su paso.

 

 

Sucre, denominada así desde 1839, Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO desde 1991, es una ciudad colonial cuyos edificios más antiguos están siempre pintados de blanco. Como la historia la siguen escribiendo los pueblos, a pocos metros de la Casa de la Libertad una ruidosa y multitudinaria manifestación de organizaciones sociales y campesinas marcha con destino a la sede del Poder Judicial de ese país para exigir treinta años de cárcel efectiva -el máximo posible- para Luis Camacho, gobernador de Santa Cruz que tuvo participación activa en el último golpe de Estado. Una cuadra más allá de la plaza principal, en el primer piso del mercado, se completan las largas mesas en las que se sirven suculentos almuerzos que constan de un plato de sopa y un segundo con arroz o fideos, algún tipo de carne, papa y ensalada. Entre la multitud que comparte banco frente a los tablones con saleros y picantes, se abre paso un cadete de Pedidos Ya para retirar algún encargo por aplicación, construyendo en esa escena un sincretismo entre tradición y tecnología, impensado por aquellos asambleístas de la libertad de hace casi doscientos años.

 

 

 

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Comentarios (1)
  1. Carmen V. García dice:

    Gracias x compartir este relato histórico.

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