TEXTO Y FOTOGRAFÍAS FEDERICO PRIETO
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La entrada es sobre la ruta provincial 11, pasando el puente sobre el arroyo Salto. Desde el norte se llega a Aldea Brasilera por la salida sur de Paraná, atravesando Oro Verde, las hondonadas subsiguientes y la curva de Colonia Ensayo. Allí comienzan las aldeas alemanas, que se perciben sobre todo por las ofertas de productos típicos en puestos artesanales con las banderas alemana y argentina, en un paisaje en el que se multiplican los loteos. Desde el sur el recorrido es por Diamante, Aldea Protestante, Valle María, Aldea Spatzenkutter y, luego, Aldea Brasilera. El compendio forma parte del Circuito turístico de las Aldeas Alemanas que nunca logró instalarse entre parcelas de cultivos de trigo y soja, algunas viviendas de uso cotidiano y casas quinta, loteos y micro urbanizaciones que se van construyendo.
Aldea Brasilera fue fundada el 28 octubre de 1879 después del periplo de mudanzas y destierro de los migrantes alemanes que, dejando sus tierras originales, se habían radicados a orillas del río Volga, en Rusia, para luego dejar esa zona entre disputas y tensiones con el imperio zarista. Algunos de estos alemanes tuvieron un paso de prueba por el sur de Brasil, para terminar de instalarse donde ya existían asentamientos de coterráneos. Así llegan a estas tierras, a fines del siglo XIX, cuando se fundaban las pequeñas colonias agrícolas en las que los alemanes del Volga tuvieron sus parcelas.
Por el cartel de acceso se ingresa a la calle principal, Nicolás Avellaneda -en homenaje a quién fuera el Presidente durante la fundación-, con sus mil metros de asfalto gastado y lomos de burro, flanqueados de un arbolado prolijamente emplazado. En su recorrido, la calle hilvana los lugares icónicos: la farmacia, el cajero, el comedor Múnich, la plaza con la capilla San José y la casa y salón parroquial en frente. Al fondo, el cementerio. Paralela a esta arteria principal, con igual tránsito entre autos, camiones, tractores y bicicletas, otro camino de suelo duro y blanco, formado de broza y de la tierra característica de la costa alta occidental, conecta los diez kilómetros que separan la ruta 11 del río Paraná. Las otras dos vías paralelas, al sur, completan las cuatro calles más largas, atravesadas por otras diez, formando la planta urbana actual de manzanas rectangulares. Sus veredas, la mayoría de pasto o tierra, son testigo de las charlas y mates compartidos de lxs vecinxs que saludan a quienes pasan instalados en sus cómodas reposeras.
En su composición de rasgos predomina el «gringo»: pelo rubio, tez blanca a colorada, descendiente de quienes fundaron el lugar. También, y producto de los desplazamientos y la llegada de otras migraciones, se revela el mestizaje, aunque las prácticas que dan identidad cultural -las danzas, la gastronomía y la forma de llevar adelante el trabajo agrícola y rural- corresponden a la cosmovisión del mundo asociada a los alemanas del Volga.
«Brasilera», como la conocen quienes la frecuentan, está habitada por 2700 personas. Entre estas, hay un héroe de la Guerra de Malvinas que fue paseado en coche bomba el último 2 de abril. También se erige un monumento referido a ese conflicto bélico. Además, los habitantes relucen, comentan y muestran con orgullo los dos nuevos servicios que ofrece el pueblo: la farmacia y el cajero automático, ya que antes había que trasladarse once kilómetros para encontrar alguno de estos. En 2020, se estrenó la bandera local, estandarte elegido a partir de una convocatoria abierta. La seleccionada tiene como base la bandera de Entre Ríos, con tres franjas horizontales -la del medio blanca y las otras dos celestes- y una franja en diagonal con los colores de la bandera alemana. En el medio aparece el símbolo del rombo amarillo con la circunferencia azul de la insignia de Brasil, pero tapado por el sol de bandera Argentina, proyectando el rojo por la franja diagonal hasta la parte inferior.
Los caminos que van al río terminan en dos zonas pobladas a orillas del canal principal del Paraná. Una de ellas, hacia el norte, es el Camping San José, privado, con casas que impiden el acceso al borde costero de barranca, barro y agua. Por allí cruza el gasoducto que conecta con el noreste argentino y llega hasta el sur de Brasil. La otra, hacía el sur, es conocida como Paraje la Virgen, con su bajada para lanchas en el borde costero entre sauces, y con una lógica propia que propone un camino para bajar y otro para subir la pendiente. En este sitio, ex Monte de Las Palomas, además de la escuela homónima (La Paloma) y una reserva de monte nativo, hay una construcción en terrazas que tiene un gruta con la virgen que mira al río y que le da nombre a ese rincón, obra de un devoto que le encomendó la sanación de la enfermedad de su esposa e hijo a cambio de caminar hasta allí todos los primeros viernes de cada mes, lo cual hizo entre 1978 y 2006.
Ambos lugares están habitados por pocas personas en forma permanente, a pesar de la proliferación de casas cuyos propietarios, mayoritariamente foráneos, las usan para descanso o las ofrecen al turismo de fin de semana. Existe un imaginario de poder potenciar ese borde costero para el desarrollo turístico, si bien las casas instaladas no están mensuradas y sus dueños exigen agua potable, luz y cloacas. Esto vuelve problemática la relación con el municipio, ya que al no estar inscriptos no aportan a la recaudación de tasas impositivas que permiten, a su vez, atender ese tipo de demandas.
Paralelo a la ciudad, desde Este a Oeste, corre el arroyo Salto que sirve de frontera norte del ejido de Aldea Brasilera. A doscientos metros de la ruta se encuentra la olla, un lugar que sorprende por lo inesperado, con una caída de diez metros de agua entre paredes rocosas.
En la Plaza San Martín, cerca del monumento homenaje a la familia colona, está emplazada la Iglesia San José con su estilo de arquitectura gótica alemana, rodeada por pinos de gran altura y epifitas que los envuelven y caen generando una armonía particular en su paisaje. La iglesia, cuyo proyecto de construcción quedó trunco cuando se dejaron de lado las dos alas, reemplazó a la primera gruta de piedra edificada en la fundación del pueblo. La institución cumple la función religiosa para un alto porcentaje que participa de las misas y los sacramentos; pero, a su vez, desempeña otro rol social: sus campanas suenan dando aviso cuando un habitante de la Aldea, residente o no, ha fallecido, lo que despierta el interés entre los lugareños. La pregunta «¿quién murió?» resuena inmediatamente en los teléfonos de las oficinas parroquiales y las del municipio.
Por último, el mítico restaurant Múnich, gestionado por una familia tradicional del lugar: los Heim. Con su impronta alemana en cuanto a la organización y la decoración, se muestra como el lugar emblemático del pueblo, con su propuesta gastronómica de comida típica, donde asisten vecinos y visitantes de la zona, sobre todo de Paraná. Desde su planta alta se pueden ver las casas de Aldea Brasilera, sus fachadas y terminaciones, pocas de las cuales tienen planta alta, con los techos en espera a ser actualizados.
Entre los caminos de alrededor a las calles centrales aparece también una cantidad importante de loteos. Estos plantean el desafío de atender las nuevas demandas de servicios, un reto para la administración pública bajo el recientemente inaugurado título de municipio.