TEXTO Y FOTOGRAFÍAS FRANCO GIORDA.
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Luego de un revelador viaje al sur, Joaquín Díaz volvió con el brío de emprender una librería a la que denominó Vaporeso. Al principio, en modo ambulante, iba con su paño donde disponía, para la venta, ejemplares de la biblioteca de su casa. Eso fue hace 10 años. La participación en la Feria del Libro de Paraná significó, por el caudal de venta que alcanzó, un salto de calidad que lo llevó a pensar en otra escala. Así llegó la idea de un local. La primera sede fue un garaje en Feliciano 484, donde fundamentalmente ofrecía libros usados. Luego de un par de temporadas allí surgió la posibilidad de mudarse a Nogoyá 310 donde funciona actualmente con catálogo de varias editoriales. Incluso, el rubro fue ampliado a disquería de vinilos. Como el proyecto continúa en crecimiento, pronto encarará otra mudanza que implica una expansión tanto espacial como de la propuesta en sí misma. Para el mentor de la iniciativa, la conversación con lectores y lectoras es la esencia de este espacio que se afianza con el correr del tiempo.
¿En qué ámbitos transitabas antes de tener un local?
Los de la poesía. Me encantaban. La primera instancia de Vaporeso nace en 2011 luego de pasar por San Martín de los Andes donde me encontré con unos viejitos que eran divinos. Tenían 80 años. Eran unos porteños que se habían enloquecido de Buenos Aires, vendieron todo y se quedaron con los libros. Se fueron en tren y se pusieron a venderlos. Entonces, no sé con qué me habré encontrado que volví y me puse a vender libritos que había en mi casa. Eran de una tía. Con eso empecé. Después teníamos un pariente propietario de una librería en Palermo Soho que estaba espectacular y nos vendió unos 300 muy buenos. Con eso encaré la venta en la plaza Alvear donde estuve un año entero. Antes recorrí varios otros lugares, pasé por la costanera y por la placita Sáenz Peña.
¿Ibas por tu cuenta o era en el marco de alguna feria?
Por mi cuenta. Iba los sábados de mañana y, a veces, los viernes de tarde. Corrían a todos los vendedores ambulantes menos a mí porque, quizás, no entendían qué es lo que pasaba ahí. Primero iba con un mantel y los perros me lo pisaban. Tenía que salir a espantarlos y era un despelote. Después, con mi viejo hicimos una mesa plegable que todavía tengo y, por ahí, la uso en alguna feria. Un día apareció Fernando Koziak – actual director de la Editorial de Entre Ríos – que estaba trabajando en la gestión de Blanca Osuna – intendenta entre 2011 y 2015 – y me invitó a sumarme a la Feria del Libro que organizaban desde el Municipio. Acepté, llevé 300 libros y vendí 240. Me fui con toda la guita a Buenos Aires y me traje bolsos y bolsos con libros. Ahí empezó a crecer. Cada Feria del Libro fue un salto exponencial. Para la segunda, le compramos a los alemanes del Volga, que tenían un club de lectura, 600 libros. Vendí la mitad. Las ferias fueron muy alentadoras en ese sentido. Ese fue el año que mi hermano me ofreció el garaje de su casa. Ahí me instalé. Debe haber sido 2013 o 2014.
¿Cuál creés que es la característica saliente de Vaporeso?
Creo que es un lugar donde no se pierde la charla. Es a instancias del libro que se da ese diálogo. Toda mi formación está nutrida en torno a eso. O sea, no hay una formación más intensa en mi vida que en el diálogo. Armamos catálogos dialogando con los clientes. Aprendemos del mundo y de lugares que no conocemos a partir de ese mismo diálogo. Sobre todo, un diálogo amoroso.
Ha habido varios carteles con diferentes descripciones de Vaporeso ¿Cuál es la razón?
Sí. Siempre jugamos con eso que surge, justamente, de los diálogos. El que está ahora dice: «Almacén estrambótico». Pensamos bastante cómo ponerle a la librería para que genere cierta curiosidad y chicanear a la gente cuando pasa frente al local. Algunos abren la puerta para preguntar si hay salame. El almacén es un lugar donde se acumula algo en particular y estrambótico es algo único en su especie. Creo que cumple con las dos condiciones. Acá se acumulan libros, pero también diálogos y una muy buena intención. Lo que trato es de cumplir con esa búsqueda de quien se aproxima. Creo que es el acto más generoso que puedo otorgar. También tuvimos otro que decía «Librería de pueblo». Este surgió de un hombre que se ve que estaba descontento con el lugar por no encontrar lo que buscaba, se ve que era un porteño o eso prefiero pensar, y dijo que Vaporeso era una librería de pueblo. A mí me pareció súper generoso que me haya señalado con ese epíteto y lo usamos como dos años. Al principio, le habíamos puesto «librería de poetas». No dejábamos entrar a los que escribían narrativa (Risas). No lo encartelamos, pero era el espíritu de poetas malditos. La poesía es un continuo. Siempre nos acompaña. Me encanta recomendar poesía.
¿Cómo fue la mutación de ser una librería de usados a trabajar directamente con las editoriales?
La primera editorial que sumamos fue Iván Rosado dedicada mayormente a la poesía. Son de Rosario. Tenían una colección muy linda que financiaba el gobierno de esa ciudad que se llamaba Brillo joven. De ahí salió Julia Enríquez, Agustín González, Daiana Henderson, María Negri, Diego Vdovichenko. Con eso arranqué. Era la única editorial de nuevos. A partir de ahí empecé a sumar otros catálogos. Igual, el oficio de la búsqueda del usado es precioso.
¿Cómo definirías al público que viene a la librería?
Ahí hay una buena pregunta. Creo que es un público con mucha curiosidad. Nosotros no tenemos un catálogo on line y la gestión de redes es medio pelo para abajo. Realmente, hay que trabajar mucho la curiosidad para ganarle al posmodernismo y la influencia que hay en redes para terminar viniendo. Es un público joven también. Muchos están encaminados en la vida universitaria y a pesar de lo que significa encuadrar la lógica del pensamiento en los programas educativos pueden derivar por otros lugares. Tratamos de acompañar esa curiosidad. No desestimar lecturas. Nunca. Es un gesto mal educado y mal intencionado. Si uno lee Paulo Cohello o Isabel Allende, que son caminos a los que nosotros no recurrimos ni transitamos, está perfecto. Bienvenido. Hay una sugerencia a partir del afecto y el cariño que nosotros tenemos por otros caminos de la literatura. Suelo tener miedo de perder el público joven con mi vejez y mi madurez.
¿Por qué entraron los discos a la librería?
Nunca tenemos un plan muy organizado. La fortuna nos acompaña. Se trata del fondo que un día nos trajo Ariel Charras que tenía El misterioso almacén de música para hacer una administración conjunta. Esto lo llevamos adelante un tiempo y después le preguntamos si le servía que le compremos la colección. Así que hicimos un negocio muy amigable. Ahí surgió la primera base de vinilos. Es un mundo encantador. Nos compramos una bandeja. Empezamos en la búsqueda y terminamos comprando un montón de lotes grandes.
¿Esto renovó el público?
Eso vino con otro público que es el vinilero. Es distante al libreril. Por ahí, alguna cosa compran. Tienen alguna instancia de lectura. Me sorprende la meticulosidad y la rigurosidad que tienen en su registro enciclopédico. Esto no lo he visto en el lector. Si le pregunto a cualquier lector sobre el año de edición de tal libro o quién lo editó trastabilla. Si le pregunto a un melómano de qué año es tal vinilo, qué compañía lo editó y cuáles eran los integrantes del grupo en ese momento histórico no le van a errar.
Las paredes del local están intervenidas
Es un proyecto de amigos que agarraban el fibrón; sobre todo pintaban las paredes en algunos eventos que organizábamos. Hay de Lisandro Estherren, de Imanol Sánchez.
¿Qué hay para el futuro?
Nos mudamos a la casa de al lado. Es un inmueble que viene de años de deterioro, pero lo vamos a restaurar. Además de la librería queremos armar un espacio para talleres, un jardín con flores y un café. Creo que, de este modo, se consagran los 10 años. La fortuna siempre acompañó a la librería.
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