TEXTO FERNANDO SOLANAS
FOTOGRAFÍAS RAÚL PERRIERE
Rubén Osvaldo Medina –quién falleció el martes 24 de enero, a los 82 años- fue un amante de la música y comerciante de ropa que, tras giros de la vida, transformó su tienda en una disquería. Cual mercader persa, no solo vendía libros y discos, sino que también compraba, canjeaba y hasta brindaba la posibilidad económica de llevarse una copia en casete. En sus anaqueles abrumadoramente organizados se podían encontrar colecciones de revistas, CDs y fanzines, entre otros tantos artículos. Y si algo no tenía, decía: «Dame unos días y te lo grabo».
Medina fue proveedor cultural de toda una generación y un faro en la región. «El sultán», como fue conocido, sostuvo un lugar de culto para coleccionistas y melómanos. Al respecto, Román Mayorá, director de proyecto de investigación Escenas de la música urbana. Experiencias históricas y actuales del rock-pop en Paraná (FCEDU-UNER), dijo: «Sultanino era un lugar donde se conseguía música rara, fuera del circuito o que no llegaba. Ya sea porque era importada, de muy baja circulación o música muy cara de comprar, que se conseguía por medio de canje o en una copia en casete. Una especie de piratería “protoNapster”, de lo que fue el intercambio de archivos».
Sobre esta oferta alternativa y distintiva del local, Luciano Mete, músico, escritor y periodista, contó: «Cuando llegué a Paraná lo descubrí por sorpresa, había unas mesas afuera donde encontré libros de rock de editoriales españolas y unas ediciones baratas de Truman Capote, mi escritor favorito en ese momento. Entré y había parvas de libros y vinilos, los discos en ese momento eran baratos porque no estaban de moda, casi nadie los quería. Me compré varios como The Stone Roses, The B-52´s y Neil Young, entre otros».
Notas periodísticas aseguran que tenía tantos libros y discos que no podía guardarlos en su casa, por lo que optó por dejar gran parte en su tienda de ropa. Entonces, los clientes comenzaron a comprar ese material que se encontraba a la vista. Esto y la mala situación económica -durante la gestión de José Alfredo Martínez de Hoz, en la última dictadura- transformaron su local en la legendaria disquería y librería Sultanino. El nombre lo «tomó prestado» de un negocio italiano, de Nápoles, que por entonces le proveía indumentaria a Medina: «Con mi mujer decidimos ponerle ese nombre al negocio, total ellos ni se iban a enterar», afirmó alguna vez a un matutino local.
El acceso a estos bienes se daba por compra directa y presencial. En algunos casos por correo postal. Paraná era (y aún es) una ciudad de difícil acceso a la cultura. Recordar a Medina es pensar en la sorpresa que suponía el hallazgo inesperado de alguna obra, de algún clásico o, incluso, de los símbolos culturales y contraculturales que determinan la vida de una persona: aquellos rasgos identitarios que lo atan hasta el fin de sus días a una tribu, a una corriente, que modelan una cosmovisión única e intransferible, pero a la vez de comunión, de encuentro. Todo eso era Sultanino.
Auge de las disquerías
«El rubro disquería tuvo su auge en Paraná, sus buenos representantes, por ejemplo Breyer, Oscar, otra que estuvo en Barrio Paraná V. Hoy está declinando, entre otras cosas, a partir de la irrupción de las plataformas digitales que promueven otro tipo de vinculación que ya no está atado al soporte físico», destacó Mayorá, quien subrayó: «Por eso, la partida de Sultanino es una oportunidad para reivindicar una serie de aspectos de la historia cultural de Paraná. Así como existió en los noventas una preocupación por la falta de cines, las disquerías fueron despareciendo o metamorfoseándose. Existen librerías de cadenas importantes que venden discos, pero también está Vaporeso, que vende libros y discos usados. Existen cambios en curso en las formas de consumo y de comercialización de la música».
Darío Pitassi, músico de rock, lo recordó de la siguiente manera: «Era un hombre delgado de cabello negro y barba, y solía atenderte él mismo. Compraba y vendía discos viejos y tenía de todo. Durante los años setentas y ochentas fue un punto de referencia en materia de música envasada».
Maxi Sanguinetti, dibujante e historietista, indicó: «Para mí y mi generación, que teníamos inquietudes musicales y literarias, antes de internet, Sultanino era el reducto para encontrar cosas increíbles. En mi caso fue finales de los ochenta y principios de los noventa, mientras estuvo en calle España. Además, como teníamos un amigo que era medio pariente de Rubén, teníamos ciertas ventajas. Nos dejaba entrar al primer piso del local, donde tenía desplegado todas las colecciones de revistas, muchas nacionales. Nosotros íbamos a leer la Cerdos y Peces u otras colecciones como Fin de Siglo y Tía Vicenta. También tenía vinilos increíbles y casetes. Y también te facilitaba la copia a los que no podíamos comprar los originales».
El Sultán tuvo formación universitaria en artes. Sanguinetti comentó que «sabía muy bien el material que tenía, de hecho, gran parte de los libros que podías conseguir pertenecían a su biblioteca personal, muchos de los cuales tenían su nombre inscripto o su sello. Tenía una cultura general importante y sabía perfectamente recomendarte qué banda, qué música, qué libro, qué publicación. Era muy perceptivo de lo que ibas a buscar».
Producción local
Paraná es una ciudad que siempre tuvo producción cultural editorial. «El Masi» se refirió a Sultanino como un nodo de difusión: «Allí uno descubría lo que había sucedido antes en el mundo de la cultura y el arte local, de su propia voz. Ahí vimos el primer fanzine de Paraná que se llamó El Subte e infinidad de publicaciones, muchos de los ochenta, de la vuelta a la democracia. Uno también podía llevar sus fanzines y él generosamente los exhibía en vidriera y los vendía».
Muerte y resurrección del vinilo
El advenimiento del CD supuso la muerte del vinilo. Por aquellos días, muchos de los que tenían vinilos, como los Disc Jockeys, pusieron en venta sus álbumes para adquirir discos compactos. Al respecto, Akú Roldán, librero y melómano, relató: «En una época donde el vinilo perdió vigencia y la gente empezó a desprenderse de los discos por dos mangos, el viejo compró todo eso y lo guardó. Tenía vinilos de época, una locura. Le tocó lo que le tocó en el tiempo que vivió. Con el revival del vinilo, hoy sería millonario».
Buscadores de tesoro
«Tengo una anécdota graciosa», confesó Sanguinetti: «Él canjeaba material. Uno llevaba vinilos, casetes o CD y podías intercambiarlos por otros. Uno se calentaba con algo que había salido y quería tenerlo a toda costa. Yo era fanático de Fun People, que vinieron bastante seguido a tocar a la ciudad. No recuerdo qué disco era, la cuestión es que llevé varios vinilos que les había comprado a (Alejandro) Corujo (conocido Disc Jockey de la ciudad) algunos años antes, y lo canjeé por ese CD que tanto quería. Uno de esos vinilos era el primero de Blondie, Líneas Paralelas. Luego, Rubén mismo me contó que en una de las visitas de Fun People a Paraná pasaron por el local y Nekro (aka Boom Boom Kid) se llevó, entre otros vinilos, ese disco de Blondie que le había cambiado unos días antes a Rubén».
Sobre ese afán por revolver pilas y encontrar alguna perla, Mete contó: «Siempre fui fan de las librerías de usados que además venden vinilos, pero acá el plus era que Sultanino era un gran tipo, relajado, que te ayudaba a encontrar cosas y no te apuraba ni sospechaba que le ibas a robar. Después amigos ‘raros’ de acá me fueron contando que casi todo lo conseguían ahí. Música alternativa y libros fuera de los cánones. Creo que Sultanino hizo más que cualquier secretario de Cultura. Transformó un montón de vidas y les dio a varias generaciones de jóvenes algo en qué creer».
Retiro
«Hace unos años, comenzó a rematar el caudal de material que tenía. Ya estaba cansado del trabajo, de cargar tantos artículos y de mudarse» señaló Akú. Fue tan importante su lugar en la comunidad que, en 2014, cuando cerró su último local, se encontró una extraña nota que lo daba por muerto, lo que generó revuelo ante la falsa noticia.
Compartir el tesoro
Medina siempre favoreció la difusión y el intercambio de objetos, soportes y hasta contenidos culturales. Su propio negocio era en sí una pequeña obra de arte, una pequeña pieza cultural. En este sentido, Luciano Mete, músico y periodista opinó que Sultanino «tenía un tesoro y lo compartía. Era alguien muy atento y noble que creía de verdad en la difusión de la cultura, más allá del negocio, de vender y comprar cosas». Sultanino creía que los bienes culturales tenían que circular, por eso, además de vender barato, canjeaba, agregó Mete.
Border
Sultanino surfeaba las márgenes de una industria que le abría las puertas cada vez más a las baratijas, a las importaciones y al consumo pasatista. Hugo García, periodista y militante, contó: «Tenía copias de Hágalo Usted Mismo, libros para autodidactas. Fue un tipo muy informal, querido solo por los jóvenes curiosos y maduros nostálgicos. Los libreros de Paraná no lo querían porque les sacaba clientes. Vendía historias de vida propias, como Hijitus, Patoruzito y demás, hasta figuritas y bolitas, que llamaba a la atención de quienes querían expresar de alguna manera una niñez o infancia pobre, pero feliz con poco».
La figura de Rubén Medina parece encarnar los vestigios de un mundo inevitablemente perdido en el tiempo. Su pérdida duele por partida doble: no solo es una ausencia física sino la certeza de una época irremediablemente ida. Ese espíritu sigue vivo en las ferias de usados y librerías del ramo que aún se sostienen.
Recuerdo haber ido entre el 2013 y 2014, a un lugar por calle Montecaseros, un primer piso, lugar dónde atendía Sultanino (así le decía directamente). Lugar donde únicamente había libros, pila de libros, y me dijo que en un lugar de su casa tenía toneladas de discos de vinilo todavía. También me dijo que fue el primero en pasar música de los stones, Beatles, Clash en Paraná, por nombrar un par de bandas que me había mencionado.
Ahí fue cuando me compré Los Condenados de la Tierra de Frantz Fanon recomendado por Sultanino. Te podía hablar de todo, te escuchaba, te entendía, y te ofrecía lo que en ese preciso momento necesitabas. No era un vendedor, era un facilitador.
Esa fue la última vez que sentí la emoción por encontrarme con un montón de libros usados apilados y encontrar joyas en esas pilas.
Ahora la mayoría vende todo por mercado libre con precios ridículos por algunos libros usados.