TEXTO FRANCO GIORDA
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En el marco de la colección La música en que flotamos que coeditan la Editorial Municipal de Paraná y Azogue libros, fue publicada La huerta azul de Reynaldo Ros (1907 – 1954). Se trata de la tercera obra recuperada del pasado por este proyecto en vistas a renovar la lectura de poetas paranaenses que tuvieron su esplendor en diferentes momentos del siglo XX. En este caso, es una producción literaria aparecida originalmente en 1949 que consta de piezas en prosa que recuerdan episodios de la infancia del autor que tuvo lugar en la Paraná de la década de 1910.
El estilo del escritor denota una delicada sensibilidad hacia la niñez y la naturaleza. En las referidas piezas recuerda a sus ascendientes y al mundo propio desplegado en el huerto de la vivienda familiar. Allí aprende de cultivos, plantas, árboles y aves en diálogo amoroso y formativo con sus abuelos y su madre. Del mismo modo, describe con notable precisión juegos, divertimentos, aficiones y fantasías que distinguieron aquellos días de niñez. Incluso, está presente su fascinación por las historias que llegaban desde ultramar y de los primeros aviones que exploraron el cielo.
Esta pasión tanto por la infancia como por la naturaleza nunca se apagará y será una de las virtudes que caracterizó toda la vida de Reynaldo Ros. Cabe mencionar al respecto, como un testimonio de este entusiasmo sin límites, la conferencia dictada por Juan L Ortíz a fines de los 40 del siglo pasado titulada Reinaldo Rosillo, poeta de los niños y el delta (Eduner, 2014).
Ante el citado título es ineludible aclarar, antes de continuar, que Reynaldo Ros fue el seudónimo de Reinaldo Rosillo. El cambio de nombre lo explica José María Díaz en entrevista con Teresita Re que fuera publicada en El Diario de Paraná, el 1 de diciembre de 1987, y que constituye parte de los anexos de la actual publicación de La huerta azul. Allí el entrevistado afirma que el motivo de la adopción del alias fue un tío militar que consideró un insulto el hecho que un sobrino con su apellido fuera poeta. «Reynaldo, que era muy modesto y de una dignidad para todo lo que afectaba su vida espiritual, decidió mandar al diablo a ese tío y sacar la terminación de su apellido (…) pero fíjese que de ese oficial nadie sabe nada y jamás nadie va a saber nada y Reynaldo Ros es un orgullo para las letras de Entre Ríos y del país», concluyó Díaz.
Saldada la cuestión patronímica, cabe destacar la apertura La huerta azul, titulada «Pórtico del Recuerdo», donde el autor dice «De un día para otro, a veces en un rato, suelo olvidar la fisonomía de alguien que me sea presentado en estos tiempos. En cambio, no se borran del recuerdo, ni un rasgo, ni una voz, ni un color, de las personas y las cosas que rodearon mi infancia». Ese inicio introduce a una evocación melancólica y, a la vez, alegre en la que el tiempo lejano permanece actual en el alma y la expresividad del poeta y, de este modo, se hace extensiva a quien lo lee.
Con la curiosidad como impulso y con el propósito de ahondar tanto en la obra como en el trabajo editorial, 170 escalones propuso un diálogo a Lautaro Maidana, prologuista y corrector de la nueva edición de La huerta azul.
¿Bajo qué instancias fue publicada originalmente La huerta azul y cómo ha sido la recepción de la obra a lo largo del tiempo?
La huerta azul apareció en 1949. Tengo entendido que la publicó la vieja librería Fénix que se encontraba en calle Buenos Aires, frente de la Biblioteca Popular. Según informa José María Díaz, fue una edición de autor, es decir, que el propio Reynaldo fue el que puso dinero de su bolsillo para una tirada de 300 ejemplares. Luego no fue vuelta a publicar. La obra tiene sus problemas, sus conflictos. Ros es un autor que murió muy joven, a los 47 años. Había publicado poemas en diversas antologías y revistas, pero, al parecer, toda su obra literaria quedó perdida o guardada en algún lugar y luego se hicieron algunos intentos de reeditarla, pero eso no se logró por diferentes motivos. Reynaldo fue un autor conocido en cierto ambiente cultural de lo que se configuró, en su momento, como una suerte de bohemia, de círculo o circuito de escritores y de artistas, pero su obra no se materializó en un libro concreto. A esto hay que añadirle que la Editorial de la Universidad Nacional de Entre Ríos, en la década de los 90, prometió publicar la obra completa de Reynaldo Ros y nunca lo hizo, solo logró publicar una antología de poemas. Nadie sabe dónde está la obra completa.
¿Cuál dirías que es la característica saliente de la presente edición de La huerta azul?
La característica que tienen todos los libros de la colección La música en que flotamos es que, podríamos decir, están enriquecidos. La idea es que al texto principal se le añada un prólogo que lo traiga al presente, una revisión general del texto, un comentario en relación a la fuente de dónde viene la edición y los anexos. El trabajo de archivo lo hace Matías Armándola. Se reúnen fotos, recortes periodísticos, manuscritos inéditos, críticas. Estos materiales dan cuenta de una época en la ciudad de Paraná donde había una conexión, una filiación, una suerte de comunidad de escritores. La idea justamente es tratar de organizar, ordenar y proponer una relectura en nuestro presente.
¿Cómo llegaste vos a la obra y al autor?
Llegué por pura casualidad. En 2014 empecé a frecuentar la biblioteca del Complejo Escuela Hogar Eva Perón. Para mí eso era una mina de oro. Así que me ofrecí para ordenar el material. Entonces revisando y revisando encontré la primera edición de La huerta azul. Yo ni sabía quién era Reynaldo Ros, no sabía que era de Paraná, pero cuando empecé a ver el libro me di cuenta que había sido hecho acá hacía 70 años. Un poco me llamó la atención el título que me llevó a pensar en una vegetación de color azul. En ese momento, también había descubierto a Juan Manuel Alfaro que tiene un poema que se llama La piedra azul, y otro poeta paranaense, Carlos Alberto Álvarez, que tiene un poema que se llama Mi casa azul. Si uno presta atención, el azul es un color que está muy presente en poetas y escritores de la zona. Cuando lo empecé a leer me re gustó esa característica, que nombro en el prólogo, que funciona como un estudio antropológico. De pronto, estas memorias o cuentos de su infancia en Paraná me mostraban cómo era ser niño en 1910. Eso, a mí me pareció muy atractivo. En su momento, digitalicé el texto y lo trabajé en talleres con niños.
¿Qué fuentes consultaste para hacer el trabajo de edición, escritura del prólogo y reunión de notas y documentos?
El trabajo de las notas y de las fuentes fue un trabajo en conjunto con Matías Armándola. Él ha recopilado un montón de datos y de información con respecto a estos escritores. Su trabajo está recogido en la página de Facebook y de Instagram Lectores del Paraná, literatura entrerriana. En mi caso, lo que consulté fue la primera edición de 1949. Después la Editorial de la Universidad Nacional de Entre Ríos editó en 2014 la conferencia que dio Juan L Ortíz titulada Reinaldo Rosillo, poetas de los niños y del delta. Lo que a mí me pareció muy importante es el trabajo de Claudia Rosa. Yo tuve la suerte y la desgracia de conocerla muy tarde a Claudia. En 2018 ella dio un curso de posgrado en la Facultad de Humanidades de la Uader en el que participé de oyente y me deslumbró. Lamentablemente, falleció a mediados de ese año. Ella tiene publicado un artículo que cito en el prólogo que está en el libro Entre Ríos. identidades y patrimonio donde hace un estudio sociológico del campo cultural paranaense de la década del 40. En ese texto liga un montón de cuestiones no solo del aspecto cultural sino también político y social tanto de Paraná como de Argentina. Muchas veces, cuando uno empieza a hablar de escritores entrerrianos, paranaenses, sale muy fácil el chovinismo y una adulación que se basa en que son de nuestro lugar y hay que amarlos, respetarlos y venerarlos por eso. Esa es una posición que a mí no me interesa. Claudia era una profesora de letras que podía ver lo que pasaba en el campo cultural y ver estas tensiones entre lo local y lo nacional y lo regional en términos de América Latina. Ella tenía una forma de pensar la literatura que no tiene que ver con el color local, sino que forma parte de un proceso cultural y literario más amplio. Entonces, eso me sirvió un montón para pensar cuál es el valor literario de La huerta azul.
¿Por qué considerás que, como decís en el prólogo, La huerta azul es capaz de generar múltiples lecturas?
Porque es un libro raro. Se llama La huerta azul, cuando lo abrís tiene esta advertencia titulada Pórtico del Recuerdo que dice que lo que se leerá son recuerdos de infancia. No se sabe si son viñetas sueltas, si son cuentos o si se puede leer siguiendo un hilo porque esta voz que narra y recuerda a su familia, sus juegos, sus fantasías, sus intereses, sus pasiones va construyendo como una novela, pero no es una novela. Al mismo tiempo, tiene esta mirada antropológica sobre cómo se vivía la infancia en Paraná en 1910 que no deja de sorprenderme. No dejo de preguntarme si en la infancia de Reynaldo Ros, en las calles que él transitaba, había luz eléctrica o había luz a gas. Él está muy maravillado por los barcos y los aviones. Al parecer estaban Jorge Newbery y no sé quiénes más haciendo piruetas en el aire y de golpe él ve esa actualidad de las tecnologías y queda loco: quiere andar en avión, quiere andar en barco, quiere aprender a cultivar porque le fascinan las tecnologías del mundo adulto que pueden cambiar la realidad. Entonces hay ahí una imaginación tecnológica, propia de principios del siglo XX que es muy interesante poder acceder ahora que estamos a principios del siglo XXI en medio de una pandemia y al borde de una catástrofe ambiental sin retorno. Los valores del libro nos permiten pensar la ciudad en su devenir histórico y sus valores literarios que tienen que ver con la palabra y la imaginación.
Como información de cierre, cabe agregar que el arte de tapa de la actual edición de La huerta azul estuvo a cargo de Lucas Mercado y está basado en un carbón de J. C. Méndez publicado en El Diario, el 6 de noviembre de 1944, y en el trazo de una silueta sobre el dibujo a carbón de Norma Frigerio para la antología de Luis Alberto Ruiz Entre Ríos cantada de 1955.
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