Formas visuales de la memoria

TEXTO Y FOTOGRAFÍAS PABLO RUSSO

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Un esténcil, una baldosa, un afiche, una instalación, una exposición fotográfica y una muestra de arte. Todas y cada una de esas expresiones permiten un recorrido por los signos predominantemente visuales que ocupan el espacio público, y que combinan lo instituyente y lo instituido. Es decir, formas discursivas anónimas que se dejan ver sin pedir permiso, y otras oficiales que implican sus correspondientes circuitos y protocolos. Particularmente en marzo, la piel de la ciudad revela señales —algunas más duraderas que otras— que pueden ser leídas en clave de memoria en relación a las ausencias y a la lucha por verdad y justicia.

El edificio de calle Buenos Aires de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de Entre Ríos (UNER), por ejemplo, dispone un destacable muestreo de esténciles: el perfil de Rodolfo Walsh, la gorra militar con la leyenda «juicio y castigo», o el pañuelo de las Madres de Plaza de Mayo. Pero hay más, por toda la zona céntrica están los rostros de Héctor Gómez y de Martín Basualdo, desaparecidos en 1994; el de Santiago Maldonado, quien murió en un contexto represivo en 2017; o el del preso político Facundo Jones Huala. Los pañuelos de las Madres se multiplicaron por estos días: en una ronda en el cemento de la costanera o en la esquina del Monumento a la Memoria —obra de Amanda Mayor— en la plaza Sáenz Peña. «Nos bajamos el instructivo de internet», le comentó a 170 Escalones una de las mujeres que encaraban la pintada a dos colores (blanco y negro) en la previa de la marcha del 24 de marzo. Pensar a la memoria como experiencia, transmitida a través del lenguaje (visual, en este caso) en el que hablan una multiplicidad de voces, implica comprender que en esa construcción se da un debate ideológico y estético sobre qué se recuerda y cómo se lo recuerda. La memoria, polifónica y arbitraria (como el signo, según Mijaíl Bajtín), ocupa la calle desde el uso de las paredes y veredas resignificando el espacio como medio para la transmisión de un mensaje.

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La política se entrecruza con el arte en su indagación expresiva. Es decir, la intencionalidad política de construir una memoria popular encuentra un canal de expresión artística, y la instrumentalización de la idea asume su dimensión estética, a la vez que constituye, en el mismo acto, bienes simbólicos de circulación pública. Hoy, quien camine por Alameda de la Federación y Buenos Aires puede encontrarse a su paso con las huellas de la ausencia: una baldosa que recuerda a cuatro mujeres que transitaron por la universidad pública. «Aquí estudiaron Raquel Elsa Díaz, Alicia Beatriz Ramírez, Mabel Lucía Fontana y Ana María Carolina Araujo», se indica en letras de molde, acompañado con las fechas de desaparición o asesinato por parte del Estado. Se trata de la primera baldosa con la identidad de víctimas directas de la última dictadura cívico militar colocada en la provincia de Entre Ríos, cuya elaboración fue impulsada institucionalmente por el Registro Único de la Verdad junto con la Facultad de Ciencias de la Educación de la UNER. Este tipo de prácticas surgió hace más de una década en los barrios porteños, señalizando sitios en los que vivían, trabajaban, militaban o estudiaban los desaparecidos. La colocación en sí misma es un acto político al que se convoca a compañeros, familiares, vecinos y amigos, que en la actividad comparten fragmentos de las historias de vida de las víctimas del terrorismo de Estado. Este 24 de marzo, medio centenar de artistas realizó recorridos performáticos uniendo estas baldosas en varios barrios de Buenos Aires, en una topografía de la memoria que se denominó Relato situado.

 

 

Otra baldosa de Paraná cumplió su primer aniversario. Está situada en la puerta del Museo Provincial de Bellas Artes Dr. Pedro E. Martínez, tiene inscrita la frase «Es imposible desaparecer», y es obra de Guillermo Hennekens. Precisamente, esa institución del gobierno provincial inauguró en la noche de la vigilia de este último 23 de marzo la muestra «Libertad. Esa extraña palabra», un conjunto de premios del Salón Anual de Artistas Plásticos de Entre Ríos entre 1973 y 1983. «Este acercamiento encuentra su fundamento en la necesidad de reconstruir Memoria también a partir de las expresiones artísticas reflejadas en los Salones y el rol de las instituciones públicas de cultura durante “los años de plomo”», afirman los curadores en la presentación del catálogo. La selección (pinturas, esculturas, grabados, dibujos y cerámicas) permanecerá expuesta hasta abril y pretende brindar alguna pista sobre «cómo era y qué representaba producir arte en un contexto de aniquilación de derechos, censura y represión; y bajo qué formas narrativas aparecía este contexto en las piezas presentadas».

En su ensayo «La memoria visual del genocidio», el investigador Gustavo Aprea sigue la línea de Paul Ricouer cuando sostiene que dentro de las distintas formas de contribuir a la conformación de una memoria colectiva las imágenes se constituyen como uno de los recursos fundamentales en las sociedades contemporáneas. La imagen tiene la capacidad de traer al presente algo que no está, por lo cual se la homologa con la memoria, ya que desarrollan la misma operatoria: estar en el lugar de lo representado. Por eso son tan potentes los carteles con las fotografías en blanco y negro que sostienen los manifestantes durante la marcha. Interpelan de manera imprevisible, hacen presente lo fantasmático, como si la lógica de la visitación que Jacques Derrida le asigna a los espectros se extendiera por las veredas de la ciudad. En la plaza Mansilla, frente a la Casa de Gobierno, una muestra de fotos recupera los instantes previos al golpe de Estado, repasando la dictadura y terminando con los logros en materia de derechos humanos en Entre Ríos. La mayoría de esas imágenes, que incluyen legajos y prontuarios policiales, forman parte del Archivo de la Memoria del Registro Único de la Verdad.

 

 

Grupo Humano Paraná (Lorena Ledesma, Hernán Guerrero y Liliana Pedrotti), también colgó fotografías en su reciente acción «Cartografías de Memoria», en el hall de la Facultad de Ciencias de la Educación. «Esta acción artística examina la forma en la que ciertos sitios de memoria son construidos. En este proyecto nos enfocaremos en una cartografía de los caminos que recorrieron las estudiantes asesinadas, detenidas y desaparecidas», anuncia el grupo. «Las huellas fotográficas y los recorridos posteriores de esas imágenes conforman hoy un “álbum” desconocido y heterogéneo de “fotos de la desaparición”. Esta intervención artística analiza algunas de esas imágenes, el acto fotográfico que las generó y algunos de sus recorridos públicos para indagar acerca de la relación entre fotografía, memoria y desaparición forzada», agregan. La instalación incluye la reproducción de las huellas dactilares que formaban parte de los legajos universitarios y dos máquinas de escribir en las que se pueden dejar mensajes que pasarán a formar parte de un libro que recopile la experiencia.

Una novísima señal que queda por estos días en las paredes de la ciudad tiene que ver con Artistas Para el Pueblo (Ledesma-Guerrero), quienes en su modalidad de acción gráfica comparten afiches de estética popular con frases que se relacionan, a su vez, con el paisaje entrerriano. APP reconoce como influencia directa al artista plástico Juan Carlos Romero, quien entre las décadas del setenta y del noventa desarrolló una gráfica de lucha y de denuncia; y al Tano Verón, artista bonaerense que trabaja la palabra y el sentido en espacios callejeros con la misma ornamentación colorida de fondo. «Suspiros de río que clama presencias. Memoria – Verdad – Justicia. 42 años sin olvido», se lee en los carteles que fueron pegados durante el recorrido de la marcha de la Multisectorial por los Derechos Humanos de Entre Ríos.

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Cada una de estas intervenciones se relacionan con lo que Paola Di Cori llama memoria plural, descentralizada, no manipulada; donde se pone en juego la subjetividad de cada uno: la propia memoria y también la manera en que se desearía transmitirla y compartirla. La calle sigue siendo un territorio de experimentación para el arte y la política. Allí se despliega un discurso no lineal, que en su hacer establece un vínculo entre historia y presente.

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