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Para un lado, el cielo lograba mantenerse más o menos despejado; para el otro, las nubes se cargaban lentamente pero sin pausa. En esa transición del domingo previo al fin de año, varias personas se recreaban alargando la sobremesa de un asado, tomando mate, comiendo torta, fumando o jugando al vóley en el complejo de La Toma Vieja. Cada uno hacía lo que le gustaba en convivencia con los demás en el marco de ese espacio público de características excepcionales cuando un humo negro apareció desde el río y se elevó por sobre la barranca. La mayoría dejó lo que estaba haciendo y se reunió sobre el balcón natural para ver de qué se trataba.
Abajo, sobre la correntada brava, un remolcador maniobraba para enderezar la carga que llevaba río arriba. La poca profundidad que registra actualmente la vía fluvial y el tránsito de otras embarcaciones de grandes dimensiones sobre el angosto canal hicieron que el timonel debiera dar marchas y contramarchas para conducir en un espacio reducido la plataforma de voluminoso tamaño y peso.
La humareda respondía a la fuerza que debía hacer el motor para gobernar la superficie flotante sujeta también a la energía del agua. El espectáculo era admirable: inteligencia, experiencia y técnica humana combinados para cumplimentar un objetivo que no se veía fácil.
Cuando el rumbo de la carga estuvo nuevamente encaminado la gente volvió a lo que estaba haciendo. Varios se llevaron en sus celulares grabaciones y fotos del momento. Seguramente, el acontecimiento será parte de los comentarios (junto con el hecho de que no se habilitarán dos de las piletas del lugar) que dejó el día de descanso veraniego.
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