Un abrazo a media luz
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TEXTO PABLO RUSSO
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Señores, vuelve el tango, muzzarella y sin barullo
A reclamar de nuevo lo que es suyo
En plena juventud de sus 100 años, vestido de bacán y en zapatillas
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Vuelve el tango, La Guardia Hereje
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«¿Acá es el sindicato?», pregunta la mujer que baja de un taxi. Ante la afirmativa, deja atrás el frío de la noche de invierno y entra al refugio del salón del Centro Industriales Panaderos y Afines de Paraná, en la calle Uruguay al 200. La penumbra la envuelve por un instante, hasta que sus ojos descubren a sus compañeros rodeando una de las mesas de manteles negros que bordean la improvisada pista de baile. Allí comparten el vino, la cerveza y las empanadas quienes esperan una señal para saltar de sus sillas como resortes y fundirse en un abrazo al compás de un tango. El lugar, apenas adornado con unas luces de navidad y unos pocos banderines, se va llenando antes de la medianoche. En el fondo está la cantina y una mesita en la que se ubica May Cabrera, la DJ rosarina encargada de la musicalización de ese encuentro de julio. «Paraná Milonga» surge en formato mensual, y en su segunda edición se afirma construyendo una propuesta alternativa en un mundillo que es, al menos, un poco extraño al paisaje litoraleño.
La gente es de todas las edades, y en la sonoridad tanguera a media luz los rostros parecen formar parte de una escena de película. A diferencia de otras milongas, acá no importa si se viste remera o saco y corbata; zapatos o zapatillas. El calor del baile afloja con el viento de un abanico que deja entrever un cruce de miradas. Se danza sin inquietudes por la soltura o el estilo, pero también se charla porque, en su mayoría, todos son conocidos de alguna de las clases que ofrece Nicolás Artin, un porteño hijo de santiagueños que se arrimó a esta orilla hace cinco meses. «Bienvenidos a los que vienen por primera vez a una milonga, ojalá se queden en el tango», saluda el organizador antes de presentar a la cantante chilena Ana Contreras acompañada de dos músicos colombianos. «Hace ocho años que vivo del tango», le cuenta Artin a 170 Escalones. «Organicé milongas en Buenos Aires, aunque el mercado es más difícil. Viajé por 15 países —Europa, Centroamérica y América Latina— trabajando de esto, mi llegada a Paraná fue una apuesta familiar y por una mejor calidad de vida», comparte el profesor que propone una mirada descontracturada del asunto. «Veo una oportunidad en una comunidad chica de cambiar algunas cosas, entre ellas que el tango llegue a todo tipo de gente, sobre todo a los jóvenes. En mis clases hago mucho hincapié en encontrarse en un abrazo con un desconocido. Esa apuesta tiene una necesidad, que es que haya cada vez más gente participando, que acá el asunto está un poco estancado por lo que vi. A veces, se adopta el tango desde un lugar muy sectario, y la idea es romper las estructuras en todo sentido: la sociedad está cada vez con menos contacto y el tango es un medio que, a mí al menos, me fue formando desde ese lugar», explica Artin. «En general, en todas las milongas hay muchos celos, por eso las luces tenues. Además, les pido a mis alumnos que recién están empezando que hablen mucho, quiero que haya como un quilombo que hace que sean menos observados. Quiero que la gente baile por bailar y no desde un lugar de competencia de egos. Que se pueda cumplir con una de las cosas más lindas que podemos hacer los seres humanos, que es danzar. El tango improvisado también genera un encuentro y una convivencia muy íntima de todas las emociones, no solamente eróticas o sexuales, que son los estereotipos que tiene este baile. Respecto a la vestimenta, yo me crié viendo a los redondos y escuchando rock, y romper con la cuestión estética del compadrito y la mina con el tajo en la pollera también acerca a nuevas personas. Cada vez que se habla de tango se hace referencia a los adoquines y farolitos; la idea es sacarlo un poco de ahí», señala.
En esta milonga plural, no solamente se escuchan las grabaciones con fondo de pasta de la década del cuarenta —que es cuando se gestó la gran composición tanguera—, sino que además suenan clásicos de rock para que los bailarines hagan pausas, vuelvan a sus mesas y se intercambien las compañías. Pero hay más: en su modo disruptivo con la milonga tradicional, por un rato queda de lado el ritmo asociado a los grandes puertos y se escuchan unos tanguitos montieleros. Uno de los participantes que conoce el género había iniciado a los presentes en la previa con una clase especial. El tanguito liso o rasgueadito montielero, típico folclore entrerriano, contagia a varias parejas como en los antiguos fogones de los montes y obrajes de Montiel. En definitiva, se siguen las consignas de los carteles fileteados que adornan la entrada, uno de los cuales apunta que «Después de bailar un tango, nadie recordará un movimiento pero sí un abrazo».
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* El próximo encuentro de «Paraná Milonga» es el sábado 19 de agosto, con un DJ de Concordia invitado. La entrada tiene un costo de 80 pesos.
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