Defilippis Novoa, apuntador de Arlt

TEXTO MARCELO MANGIANTE

.

.

En una de las últimas escenas de Despertate Cipriano, el sainete criollo de Francisco Defilippis Novoa, Esperanza, la mujer del personaje que da nombre a la obra, que ha comprendido que su marido ya no va a sentar cabeza, lo abandona. Lo deja solo para que Cipriano pueda soltar por completo sus fantasías, sin el lastre de ella, que siempre procuró bajarlo a la realidad de la pobreza desesperante en la que viven. No sabe ni le importa adónde irá. Esperanza, en ese sentido, salta al vacío. ¿Hay manera más tierna, leal, trágica y amorosa de cortar una relación?

Estamos en 1928 ó 29 en Buenos Aires y en un teatro repleto, a oscuras. El público se seca las lágrimas. Aplaude el instante conmovedor en que una pareja se desgarra. Roberto Arlt, entre los asistentes, se mantiene en silencio. Sin hacer una mueca, mira las reacciones a su alrededor y toma nota in mente. En Los siete locos, la novela que publica a fines de 1929, Elsa abandona a Remo, flamante desempleado. Lo deja entre lágrimas y bellas frases de lealtad… aunque se marcha con un capitán del ejército, quien para duplicar la dosis de humillación abofetea al antihéroe arltiano. ¿Hay manera más retorcida de trasladar un pasaje de una obra ajena a la obra propia?

 

Roberto Arlt

 

Roberto Arlt mata literariamente a Defilippis y al sainete criollo cuando transfigura y pervierte esa escena cumbre de una obra notable, la cual de golpe parece ingenua, inconsciente de los resortes económicos implacables que determinarían las conductas humanas más allá de los sentimentalismos reglamentarios. Francisco Defilippis Novoa había nacido en Paraná en 1890, y aunque no había cumplido aún los 40 años, ya era un autor admirado y taquillero, con una treintena de obras de teatro escritas. No llegó a los 40. Murió el 27 de diciembre de ese 1929. Arlt siguió aprovechándose de esta y de otras creaciones de Defilippis. Pero nos vamos a centrar exclusivamente en sus usos de Despertate Cipriano.

En 1933 el porteño publicó el libro de cuentos El jorobadito. Uno de los relatos más conocidos del volumen es Las fieras: allí el protagonista narra sus fechorías como delincuente y asocia a la capital entrerriana, en primer término, a su raid como malhechor: «Estuve en Paraná, Corrientes, Misiones. Pasé a Santa Ana do Livramento, Río Grande do Sul, San Pablo». Mas ahora está sentado a la mesa de un bar: «Aquí es donde nos reunimos Cipriano, Guillermito el Ladrón, Uña de Oro, el Relojero y Pibe Repoyo». Cada uno de estos tiene su especialidad y todos tienen en común haber arruinado la vida de una mujer, pero Cipriano, no en vano nombrado en primer lugar, tiene una mirada dulce, infantil, bondadosa, es un ferviente católico… y es el peor del grupo: posee un largo historial como violador de niños y amansador de prostitutas a latigazos, pasado que añora con orgullo. 

En Despertate Cipriano hay un personaje que está siempre a la sombra, como un apuntador, o consejero, la voz de ese sentido común que a Cipriano le falta, un bochinchero ángel guardián que fracasará en su intento de hacer que el personaje principal deje de alucinar. Está claro que Bitter Angostura −tal su nombre− es una proyección del propio Cipriano; sin embargo, mientras Cipriano imagina que tiene amigos influyentes que en verdad ni lo registran, Bitter tiene materialidad, pasa hambre e interactúa con los demás personajes. Este recurso, desdoblamiento con inversión, donde el ser real y su realidad se convierten en alucinación y la fantasía y el ser imaginario se vuelven reales (y realistas), va a ser no simplemente inspirador sino vertebrador, fundamental para toda la poética teatral de Arlt desde 1932 hasta el final de su vida y su escritura: por antonomasia en Trescientos millones, donde una muchacha se debate, ríe, llora rodeada de una grotesca galería de seres que son personificaciones de sueños y sucesos de su vida. Y como en realidad Bitter es el lado B escindido de Cipriano, Cipriano vuelve a aparecer en la obra de Arlt, ya no en una novela ni en un cuento sino en un texto del género donde Arlt halló a Defilippis, en el teatro.

 

Francisco Defilippis Novoa

 

Tatuajes

En Despertate… Cipriano es un desocupado que falsamente cree que trabaja «como negro». En Las fieras, Cipriano, que tiene una «sonrisa achocolatada» y ha surcado los siete mares con sus tropelías, es alguien que no sabemos de qué vive, dado que, se nos informa, ya no realiza aquellos «trabajos». En La isla desierta, de 1937, el último Cipriano de Arlt es definitivamente negro y labora como ordenanza de la Aduana de Buenos Aires: es decir, como bisagra que articula el sótano real de los explotados de esa oficina porteña con el mundo exterior de sus proyecciones. Y no es él quien debe despertar: él, al revés, incita a esos empleados a despabilarse y abandonar la absurda rutina en la que se empeñan «como negros»; les anuncia un mundo naif de aventuras y placeres allende los mares, fuera del sótano donde se apelmazan como lombrices en un intestino de cemento. En Las fieras el narrador de Arlt, refiriéndose al ex-proxeneta, advertía:

“…sonríe con la ingenuidad de un monstruo jovial. Nadie, viéndolo, pensaría que él, el cocinero de los prostíbulos, era además el encargado de tatuarle con un látigo rayas moradas en las nalgas a las prostitutas desobedientes”.

El Cipriano de La isla desierta, que ostenta sus tatuajes rayando el exhibicionismo, es probablemente el personaje más simpático no ya de esta breve comedia, sino del total de catorce obras teatrales pergeñadas por Roberto Arlt. ¿Quién podría ver en él lo que, en efecto, no perfila en ningún momento en escena? La isla desierta es una obra −un jovial canto a la liberación de los yugos embrutecedores del capital− si la leemos desconectada de Las fieras y otra muy distinta si la esposamos a Las fieras: si colocamos drama y cuento juntos vemos emerger el costado feroz de Cipriano, que engaña a mecanógrafas y contadores, vemos con nitidez cómo caen en la trampa de quien no vacilará en «negrearlos». La isla desierta, después de todo, es a la vez un título enigmático y la solución misma del enigma: ¿por qué «desierta» si está poblada de hombres robustos, mujeres sinuosas y exuberante vegetación? «Desierta» porque en verdad no existe, es una alucinación, como las del primer Cipriano, el que creara el dramaturgo entrerriano; «desierta» porque es fantasía pero no gratuita, porque es salto al vacío que se paga en ingenuidad, con miseria y esclavitud.

La isla desierta, entonces, cierra el ciclo de los maltratos literarios a Defilippis Novoa y a quien fuera su criatura, Cipriano, que en el balance es un personaje que tiene dos autores que lo disputan; y tanto para Defilippis como para Arlt tiene dos caras contrapuestas. Esta doble duplicidad es origen de otras dos duplicidades. La obra que es destino final de su periplo de viajero también tiene dos caras: La isla…, a la que Arlt clasificó como «burlería», es una comedia sin final feliz según su texto, una farsa según su contexto. La duplicidad, por último, afecta al público mismo, lectores y espectadores (por no hablar de directores e intérpretes): quienes en el Cipriano bonachón no ven más que un alegre muchacho que inyecta la ilusión de felicidad en el puñado de burócratas tristes y quienes son capaces de entrever, tras una fachada de comedia al farsante que prepara una tragedia. Si se quiere: hay un público que ve al actor en el rol de personaje y hay otro público que, además, ve el movimiento inverso: el personaje haciendo de actor.    

Los críticos literarios y teatrales a menudo nos recuerdan que Arlt propiciaba una literatura que encerrara la violencia de un cross a la mandíbula, pero se vuelven extraordinariamente remolones (¡despiértense, ciprianos!) a la hora de especificar contra qué adversarios y en qué formas repartió sus textos-trompadas. Arlt podría haber llamado Eustaquio o Rómulo a «su» Cipriano, pero sostuvo el apelativo elegido por Defilippis Novoa para que alguien alguna vez pudiera rearmar las secuencias de este combate donde Defilippis arrancó como campeón defensor y perdió el título −su personaje−, en tres rounds, debiendo retirarse como lo que nunca fue: una sombra ingenua, un realista soso, el ridículo ángel de la guarda de un depravado consumado, el apuntador desobedecido de un actor soberbio. Son muchas todavía las peleas literarias de Arlt que no han sido narradas. Pero, podemos anticipar, pocas han calado con tanta fecundidad en su obra como la que entabló con ese prolífico y notable dramaturgo paranaense que fue Francisco Defilippis Novoa.

.

Comparte:

te puede interesar

Scroll al inicio