TEXTO ALEJO MAYOR
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«Para ser croto no se necesita tener nombre»
Ángel Borda
Borda: linyera, anarco, obrero, entrerriano
Personaje extraordinario que supo dejar huella por estas tierras entrerrianas fue este tal Ángel Borda. Anarco, linyera, organizador de sindicatos, poeta, narrador, militante tout court por un mundo mejor. Tipo que supo retratar como pocos el contexto humano y geográfico del escenario de sus acciones. Gran parte de la vida y obra de este formidable espécimen de la lucha de clases pudo conocerse en un volumen publicado post mortem a fines de los ’80 del siglo pasado que lleva por título Perfil de un libertario. Allí se condensa buena parte del carácter multifacético de Borda. Las citas que figuren entre comillas sin ninguna aclaración, provienen de su palabra impresa en dicho volumen.
Su lugar fue la huella (dícese de «lugares y clima en que se desarrolla la vida peculiar del croto», de acuerdo con la definición del propio Borda), aunque en su decurso vital se lo encontró en una infancia, que pinta idílicamente en una evocación, en la Rinconada de Burgos, una zona rural de la provincia de Entre Ríos, donde nació en el amanecer del nuevo siglo, en el verano de 1901. Pero su vida «adulta» comenzó precozmente a la edad de 14 años, cuándo se dirigió a los pagos de Bovril, localidad del noroeste provincial (Departamento La Paz) donde trabajó de ladrillero junto a un amigo mayor que él, quien le enseñó el oficio y junto al cual arrendaron un potrero e instalaron un horno ladrillero. A través de la práctica del oficio se vinculó con sus compañeros de clase (social), otros trabajadores, y también con crotos, vagos y atorrantes que acampaban cerca, personajes singulares, con más historias que pertenencias, que se constituían en elementos trashumantes cuyo sentido es el andar. A raíz de un enfrentamiento con un misterioso personaje, que culminó con la muerte de este, Borda visitó la ciudad Paraná a los 15 años. No fue la bucólica perspectiva de las barrancas del Parque Urquiza vistas desde el río, como la que embelesó a Roberto Arlt, su impresión primera sino el lúgubre y modesto paisaje que ofrecía el calabozo de la comisaría local, adonde fue trasladado y donde permaneció varios meses a la sombra. No sería la última vez.
Ya convertido a las ideas libertarias, las cuáles había abrazado en el enfervorizado clima de agitación social que se respiraba en la primera posguerra del siglo al calor de la Revolución Rusa y el hondear de la bandera roja que prometía un mundo sin explotados, volvió a la provincia arribando al puerto de Diamante. Antes de eso, se había vinculado a la acción organizativa de la Federación Obrera Marítima (F.O.M.) y había partido al monte del chaco santafecino, con apenas veinte años, convencido que allí había estallado la revolución social que daría muerte al inhumano capitalismo, en los pagos de «ese vasto feudo imperialista» de La Forestal, dónde también pasó su estadía carcelaria, en la localidad de Las Flores. Allí y a todos los lugares, Borda llegaría croteando. No constituyó esto una rareza, sino más bien una práctica habitual de la Federación Obrera Marítima (FOM) y la Federación Obrera de la Región Argentina (FORA), que para llegar a los lugares más inhóspitos se valía también de estos individuos: era cuestión que «algún misterioso caminante» llegara a focos de lucha y mantuviera entrevistas secretas con los obreros, dejara periódicos, cancioneros, hojitas e instara a la organización de sindicatos de oficios varios allí donde no los hubiese. De esa manera se trazaba el vínculo entre individuo y organización. Pero como señaló oportunamente Hugo Nario, «mientras la mayoría vagabundeaba sobre el lomo de los trenes cargueros, él y sus compañeros lo hacían sobre el lomo del río Paraná». Un croto fluvial.
Excursus: crotos, linyeras y atorrantes
Crotos, linyeras y atorrantes fueron formas de designar a diversos personajes de la huella. Los tres vocablos que se han confundido, por momentos, en el habla popular designan cosas diferentes que es menester distinguir. Al decir del estudioso del asunto, Osvaldo Baigorria, «el vagabundeo fue un comportamiento social generalizado entre los jóvenes extranjeros y nativos de las clases sociales más bajas de aquellos años» (Anarquismo trashumante). Vagos, entonces, de vagar. Lo que no es lo mismo que no trabajar.
En primer lugar, se hablará de los atorrantes, sujeto que no aparece en la prédica escrita de Borda. Entre fines del siglo XIX y principios del XX, empezó a utilizarse la expresión atorrante para referirse a los residentes de los grandes caños depositados a orillas de la ribera porteña. La compañía que fabricaba dichos caños se llamaba A. Torrant. Otra posible etimología proviene de la utilización del término lunfardo “torrar” (“dormir”), que se utilizaba por lo menos desde la década del ’70 del siglo XIX. El atorrante no tenía trabajo, pero no recurría ni a la mendicidad ni al robo.
De acuerdo con Gonzalo Zaragoza Rovira, el atorrantismo, con el cuál se identificaban los anarquistas individualistas, puede considerarse como una «expresión de desdeñosa rebeldía frente a una sociedad entregada con frenesí al acopio de bienes materiales (…) el atorrante era un nihilista» (Anarquismo argentino 1876-1902).
La expresión linyera, por su parte, se utilizaba para designar a aquella persona que llevaba al hombro un atado con su ropa, que los italianos llamaban lingeria (lencería o ropa interior en italiano). Es decir, linyera es el atado de ropa y por extensión el hombre portador.
Para Osvaldo Bayer, el linyera fue un personaje fundamental para difundir las ideas revolucionarias en el campo argentino, a la vera de las líneas de ferrocarril. Ideas de emancipación individual, de desprecio por los bienes materiales, que operó como una suerte de mensajero por los pueblos dispersos que unían las vías ferroviarias. Kurt Wilckens, el vengador de los trabajadores de la Patagonia, antes de convertirse en portada de un disco de Fun People, vivió como un linyera en Argentina. Anarcopacifista en un primer momento, bajo el influjo de las ideas de Tolstoi, se transformó posteriormente a la violencia individualista, que en el territorio que habitamos tuvo su exponente más célebre en la magnética figura de Severino Di Giovanni.
Borda, quien lejos de escaparle al trabajo, se empleó en los más diversos oficios como primer paso para la organización «desde abajo y desde adentro» de los trabajadores, fue un intelectual orgánico (para utilizar una expresión del comunista italiano contemporáneo suyo, Antonio Gramsci) del crotaje y entre sus labores como tal recopiló modismos y lunfardías en el habla de los crotos.
Ahora sí: el arribo al puerto de Diamante
A Borda, como a Juanele, también lo atravesaba un río. Y fue por esta vía entonces, montado sobre el serpenteo del Paraná, que volvió Entre Ríos, luego de su experiencia en La Forestal y de haber recorrido buena parte del país organizando sindicatos de estibadores y participando activamente donde ya existían, al puerto de Diamante en el año 1926 (en el medio de su periplo había tenido una breve estadía trabajando en dicho puerto en 1924). Allí prontamente inició una febril actividad militante que inició en el plano cultural con la fundación de la Agrupación Cultural de Diamante Brazo y Cerebro e inició tareas en la Biblioteca Pública. Conoció de primera mano la rica tradición cooperativista judía de la provincia de la mano del Dr. Lázaro Leibobich, conociendo experiencias cooperativas en Crespo, María Grande, Seguí, entre otros parajes de esta costa de la provincia. Y ahí nomás emprendió la tarea de re organización gremial luego del reflujo y diáspora sindical que prosiguió a las represiones del ’21, comenzando con los carreros, claves para transportar las mercancías por los caminos interiores provinciales, y luego continuando por un peregrinar crotesco por cuanta localidad donde hubiese algún estibador conocido (y parece que Borda, que era un tipo de mucho andar, tenía muchos conocidos), donde incitaba a la formación de pequeños grupos para crear sindicatos o reorganizarlos donde hubiese vestigios de alguna organización pre existente (en Seguí, María grande, Viale).
En Diamante, prosiguió con sus actividades organizativas: el primer sindicato ladrillero de esa localidad, los portuarios, los camioneros, el primer sindicato de la vecina Strobel. Esta labor coronó con la creación de la Federación Obrera Comarcal (FOC) de Diamante, que llegó a controlar la costa del Paraná hasta Curuzú Cuatiá. En asamblea con la Unión Obrera Departamental (UOD) de Concepción del Uruguay, de orientación sindicalista, con quiénes mantenían importantes divergencias en lo que hace a lo político e ideológico, pero en un clima de camaradería, se acordó sindicalizar la rama que iba desde Villa Crespo a Basavilbaso, tarea que se encomendó a Borda que cumplió creando la friolera de cerca de 70 sindicatos y organizaciones, cubriendo la totalidad de los oficios.
Actividades solidarias y de agitación en apoyo a la revolución española y por la libertad de los presos de Bragado, la creación de un órgano de prensa (Avance), la biblioteca Nuevos Rumbos (que fuera destruida por el primer gobierno peronista y sus bienes fueran a parar a un colegio de curas), una cooperativa de fabricación de pan (La Sindical), un cuadro filodramático (Esfuerzo) y hasta un club de fútbol (Ribera Portuaria), coronaron una inmensa y febril actividad organizativa política y cultural. Pavada de laburo en un momento (promediando la década infame) en que, según los manuales de historia del movimiento obrero argentino, el anarquismo prácticamente había desaparecido (se habrán fijado en el puerto equivocado). La organización en él no era un ente, sino una praxis. En Borda, el hecho de pertenecer a una organización no era un hecho previo ni condición de una determinada acción (aunque trabajara codo a codo o coincidiera con organizaciones), él organizaba con su acción. Por eso, la asimilación del croto a una forma de anarco-individualismo, opuesto al anarco-organizador, parece aquí desacertada. Como sabía de ríos y arroyos, Borda también conocía de puentes (que los construyó, con su acción y su palabra).
Con el inicio de la década del ’40, don Ángel se trasladó a Buenos Aires, donde permaneció (sin abandonar la actividad militante ni el fervor por sus ideas libertarias) los últimos cuarenta años de su paso por este mundo.
Borda, escritor entrerriano
Así como vivió, trajinó y luchó, Borda también escribió. Dedicó sus palabras «a las cosas nuestras», a su experiencia vital que fue la experiencia de cientos seres anónimos que poblaron este territorio (y muchos de los cuales, en generoso gesto de reconocimiento, mencionó con nombre y apellido haciendo gala de una memoria envidiable). El Entre Ríos que descubrió entre caminos, por agua y tierra, es el que se expresa en sus relatos. La literatura telúrica de Borda es una puerta de acceso a los usos y costumbres de la Entre Ríos de su época. El paisaje como protagonista: las cuchillas, lomadas y arroyos que lo surcan. La flora, como el ambiente presto a modificar y a ser modificado por el hombre y su obrar, omnipresente como contexto: espinillos, palmas, ñandubay, chañares, talas, algarrobos, caranday, guanatí reverdecen en sus narraciones. La fauna tampoco podría estar ausente: vizcachas, lechuzas, armadillos, cuises, calandrias, ranas coloradas, perdices, martinetas, algunos de los animales que se hacen presentes. La caña, el vino, los mates, acompañando a crotos al amparo de un tinglado, en un vagón, o amontonando seres de los más diversos parajes en alguna pulpería campera perdida en algún punto de la selva montielera.
Y en ese naturalismo que lo emparentó con un Horacio Quiroga, también están el hombre y sus luchas, el hombre y sus luchas como parte en la naturaleza, el hombre y sus luchas en el terreno, situados en una geografía específica. En su escritura, Borda demuestra su conocimiento profundo del pago y de su gente. Sus costumbres. Los procesos de trabajo que construían el ambiente. Los más diversos oficios desfilan por sus relatos: peones de una cuadrilla terraplanera en La Paz, hacheros en Viale, portuarios en Diamante, estibadores, cosecheros, horquilleros, changarines; diseminados por el territorio entrerriano (Nogoyá, Seguí, Bovril, Villaguay, Viale, La Paz, Victoria, Crespo, Diamante, Tabossi, algunas de las localidades donde transcurren acciones y anécdotas).
Todos los relatos de Borda están teñidos por el viaje y la circunstancia personal, vale decir, son autobiográficos. Desde La greda, que relata su retorno a la provincia tras los horrores carcelarios de la cacería en la Forestal, a La Rinconada de Burgos que es un canto romántico a la infancia rural. Las sequías veraniegas que tornan nulo y barroso el caudal de los arroyos, reseca pastizales, expulsa animales y hace estragos en las cosechas. Los devenires poéticos de los pescadores de las islas. Y, por supuesto, los crotos, esos hombres para los cuáles las vías tenían «una atracción misteriosa. Eran como guion que señala el camino que conduce a una lejana parte donde se une el cielo y la tierra, y él era un omnipotente viajero de remotos caminos» (cómo se evoca en La Búsqueda). El vagón, por caso, constituye una suerte de himno del «crotencio».
Junto a la narrativa también están sus coplas y sus poesías, donde se subliman las penas y glorias del trabajador, coplas a su Diamante, a su puerto, a las chacras, a Hernandarias. Entre sus poesías destacan aquellas escritas en la cárcel de Las Flores (norte de Santa Fe), evocaciones a la revolución, a la violencia de los de abajo, al rojo y a la bronca a los patrones y a «sus dioses cogotudos». El no perder el amor al prójimo a pesar de los garrotes de los verdugos. La figura inmensa y perenne de Simón Radowitzky.
También trazó puentes con la música, a través de su pluma. La chamarrita, ese ritmo de 2×4 que arribó a estos pagos procedente de Portugal (sus islas) vía el Brasil, tan característico de la identidad cultural entrerriana, así mismo formó parte de su actividad artística. En tiempos en que el chamamé que bajaba de Corrientes ganaba popularidad y adeptos en la provincia, Borda no fue ajeno al movimiento de rescate y recuperación de la chamarrita (en los años ’30 estaba prácticamente desapareciendo ante la arremetida del chamamé y, en parte también, del rasguido doble) del que Linares Cardozo fue el más célebre exponente, y ni más ni menos que desde Diamante, uno de los centros chamarriteros de la provincia. Así fue como escribió la letra de la Chamarrita de la huerta, para acompañar la música de Roberto Guilera, basándose en una leyenda entrerriana, la de la Solapa que atemoriza a esos gurises cuatreros que invaden el espacio prohibido de la siesta. También recopiló textos de chamarritas que había escuchado en su niñez a su padre, Leoncio Borda (paisano de Hasenkamp) y de don Tomás Bustamante (músico y cantor de músicas brasileras y entrerrianas). Recopiló, a su vez, canciones y juegos infantiles de madres campesinas entrerrianas.
En su afán de aprehender la realidad cultural entrerriana en su profundidad, también compiló refranes, dichos y modismos del litoral: modos de referir a los patrones, a los borrachos, bravatas y desafíos, incluso un arte tan entrerriano como tomar mate aparece referido en una serie de refranes que Borda, luego de apuntar, se encarga de explicar en su significado y contexto de aplicación.
El Borda de los últimos años declaraba leer mucho y escribir poco. Decía haber bajado doce kilos, cuestión que pensaba «combatirlo con churrasco y jugo de viñas». Borda tomando mate, haciendo la ensalada, pelando verdura para el puchero, entusiasmándose en una sobremesa con un antiguo camarada derrochando antiguas anécdotas, tallando en madero como un autodidacta. Usaba boina (negra, según dicen). Los clásicos del anarquismo, como Proudhon (acaso un precursor) y Kropotkin, aparecen en sus cartas, un dialogo permanente con aquellos clásicos que «nos iluminaron las mentes, mejorando nuestro rudo barro y dejaron un permanente deseo de vivir superándonos». La humildad y la modestia como virtud, imperecederas en su obrar, desprendido de todo atisbo de caudillaje. La amistad, el compañerismo, la solidaridad y el amor como cualidades que la dura represión a los luchadores por la emancipación social no pudo arrebatarle. El anarquista consecuente donde la universalidad del mundo sin patrias y la particularidad del pago y los rasgos característicos de sus habitantes se conjugaban sin contradicción, en la armonía de su honda humanidad.
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* Las fotografías que componen esta nota fueron corresponden al libro Angel Borda. Perfil de un libertario publicado en 1987 por la Editorial Reconstruir
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