TEXTO FRANCO GIORDA
¤ Especial FICER ¤
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El público que asistió al Festival Internacional de Cine de Entre Ríos (FICER) eligió a El último verano de la Boyita como la mejor película de la sección de cine entrerriano. Su directora, Julia Solomonoff, nació en Paraná, pasó los veranos de su infancia en Villa Urquiza y creció en Rosario. En la actualidad, reside en Estados Unidos donde imparte clases de dirección y está desarrollando Off peack, su próxima producción. En su obra de ficción, la realizadora transita cuestiones vinculadas a la identidad y el género. Como documentalista, es autora de la serie Paraná, biografía de un río en la que el Pariente del mar es abordado desde diferentes perspectivas a partir de remontar la corriente con un barco tripulado por artistas y científicos. Desde el país del norte, dialogó con 170 Escalones sobre algunos de estos temas, opinó sobre el proyecto de ley de cine en debate en la provincia y se refirió a la necesidad de hacer un cine auténtico y con sentido crítico.
Pasaron casi 10 años desde El último verano de la Boyita que es una película que se anticipó a los debates contemporáneos sobre la construcción de los géneros, ¿cómo la ves a la distancia?
Me alegra mucho que la película siga creciendo con el tiempo y, de alguna manera, ganando nueva vigencia. Para mí, cuando la hice era muy importante poder ayudar a un diálogo, no de una situación de excepcionalidad sino, todo lo contrario, desde la comprensión, la empatía y el cuestionamiento sobre cómo vemos, traducimos y comunicamos las cuestiones de género. Para mí, la Argentina ha hecho un crecimiento en el tema. Estoy muy orgullosa de cómo las nuevas generaciones han abierto el diálogo sobre cosas que antes eran vistas como tabú o más difíciles de hablar.
Entre El último verano… y Nadie nos mira, tu última realización, pasó mucho tiempo, ¿qué hiciste en el medio?
Desde que terminé La Boyita en 2009 hasta que terminé Nadie nos mira en 2017 pasaron 8 años. En ese tiempo, dirigí unos documentales para canal Encuentro sobre el río Paraná. Se trató de una serie de 13 capítulos llamada Paraná, biografía de un río. Por supuesto, pasé por la ciudad de Paraná y por toda la costa entrerriana con el barco desde el que filmamos. También por Corrientes, Chaco, Formosa, Paraguay. Fue muy interesante. Después de eso fui directora creativa del canal Encuentro. Desarrollé algunos proyectos y me vine a Estados Unidos como profesora de dirección. Primero, en la Universidad de Columbia, que es donde había hecho un master, y después en la New York Univeristy, que es donde estoy ahora. En este momento, estoy desarrollando una nueva película que se llama Off peak que quiere decir «fuera de la hora pico». También estuve implicada en producciones de distintas películas como Pendular e Historias que solo existen al ser recordadas de Julia Murat, una directora brasilera muy talentosa. Antes de La Boyita participé en Cocalero de Alejandro Landes. Además, ayudé en Zama de Lucrecia Martel, en La tercera orilla de Celina Murga y Todos tenemos un plan de Ana Katz.
Tus películas giran en torno a la identidad, ¿tenés identificada la razón que te lleva a trabajar sobre esa cuestión?
Es verdad. Una manera de ver las tres películas Hermanas, La Boyita y Nadie nos mira es a través de la identidad. No es algo que me propongo, seguramente es algo que por mis propios desplazamientos y mis propios cuestionamientos sigue volviendo. Creo que para la próxima película me estoy haciendo la misma pregunta de otra manera. No me la formulo como temática pero obviamente la llevo conmigo. Tiene que ver que como argentinos el tema de la identidad nos atraviesa bastante pero más cuando nos movemos de un lugar a otro y seguimos haciéndonos algunas preguntas existenciales.
¿Cómo fue la experiencia de filmar la serie Paraná, biografía de un río?
Fue increíble. Yo nací en la ciudad de Paraná y crecí en Rosario. O sea, dos márgenes distintas del río. Toda la infancia viví frente al río y me bañé en el Paraná todos los veranos. Es un río que amo, me inspira y que tiene una historia y una geografía que, hasta hacer la serie, desconocía. Solo sabía las cosas más cercanas como los poetas del río, a Juan Ele (Ortíz) o el trabajo de (Juan José) Saer. También algunas de las músicas del río. Poder adentrarme en la historia de los guaraníes, en la historia de la Triple Alianza, conocer la riqueza geológica, la riqueza ictícola y también la poesía y la música fue una experiencia increíble. Ir a bordo con gente de distintas disciplinas artísticas y científicas y mirar el río desde tantos ángulos diferentes fue muy enriquecedor. También fue un despertar de temas ecológicos que los venía viendo de una manera micro pero lo que está pasando con la hidrovía, la soja, las plantaciones, las fumigaciones, el agua, los containers (y darme cuenta de lo que significan todos esos barcos para el sistema de humedales), el desplazamiento del ganado a las islas, me han dado otra mirada sobre el río que es menos romántica, menos nostálgica, más urgente y más política. Es muy importante cuidarlo mucho. El río Paraná viene con una historia muy rica. Como dice Blaise Pascal, los ríos son los caminos. Eran los caminos del siglo XIX y siguen siendo los caminos que llevan un montón de cosas.
¿Qué vínculo mantenés con el litoral?
Cada vez que voy a Argentina, obviamente voy a Rosario, voy a Paraná, veo a mi familia. Voy al río, voy a la isla. Veo las transformaciones. Algunas me parecen muy positivas. Por ejemplo, cuando crecí en Rosario era una ciudad que le daba la espalda al río y hoy es una ciudad con un montón de paseos públicos volcados a la costa que permiten un disfrute enorme. Yo de chica siempre comparaba Paraná con Rosario porque sentía que Paraná tenía mucho más vida de río. Bueno, también lo que hemos visto en estos últimos 40 años es el tema de las inundaciones y las crecidas y la necesidad de acciones importantes para prevenir verdaderas y serias consecuencias con costos de vidas y grandes pérdidas. Las cosas se han puesto muy difíciles con respecto al calentamiento global y en el Paraná también lo sentimos.
En el marco del FICER, se impulsó el debate de una ley de cine para Entre Ríos, ¿qué te parece un proyecto de este tipo?
Por supuesto que me parece importante. Es un incentivo para la producción local y para el desarrollo del cine como actividad no solamente creativa y cultural sino también industrial. Ayuda a generar más puestos de trabajo, más posibilidades, más incentivos y también a generar un cine propio. Así que, por supuesto, estoy a favor.
Desde tu rol como docente, ¿qué es lo que más te importa decirle a los estudiantes de cine?
Como docente tengo la suerte de trabajar con un grupo muy heterogéneo, muy cosmopolita, muy diverso en cuanto a nacionalidades, idiomas, acentos, historia, géneros, etnicidades. Eso para mí es muy rico. Son talleres de 12 estudiantes. Entonces, nos conocemos mucho y podemos trabajar profundamente. Creo que lo más importante es leer literatura, leer guiones, ver mucho cine y, a la hora de ponerse a escribir, tenerse mucha paciencia. El mundo está lleno de fórmulas de guiones y de películas que las repiten. Personalmente, pienso que eso es una pena. Siento que el cine todavía tiene mucho para aprender, para crecer, para cambiar. Es muy importante encontrar la manera de contar las historias propias sin tratar de complacer a un formato, una audiencia o una idea de lo que es comercial. En la medida en que la historia esté bien contada, que sea auténtica, que sea compleja, que trate de tener un diálogo con la audiencia, tiene la potencialidad de ser entretenida, conmovedora y de llegar a la gente. Toda película que empieza como una especulación de mercado demuestra muy rápidamente su intención. Creo que se puede hacer cine que llegue a la gente de una manera que sea genuina, entretenida, conmovedora pero que también sea cuestionadora.
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