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TEXTO FRANCO GIORDA
FOTOGRAFÍAS CINTIA HERNANDEZ
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Dar una definición de Marcelo Estebecorena no es sencillo. Su permanente búsqueda artística lo constituye en una obra en sí misma que muta al ritmo de los llamados que le dictan su cuerpo y su alma. Su capacidad de transformación es asombrosa. Ha transitado el teatro infantil, el arte callejero, la poesía, la gestión de espacios culturales y, en la actualidad, es un performer. Desde hace algunos años vive en Buenos Aires donde fue, podría arriesgarse, en búsqueda de sí mismo. Este domingo a las 22 presenta en La Hendija (Gualeguaychú 171) Purgatorio, una práctica escénica en la que se expone al extremo.
En medio del imperio de los teléfonos celulares, Marcelo no los usa pero igual buscó el modo de responder a las preguntas de esta entrevista. En la conversación, se refirió a las razones que lo llevan a actuar, a la potencia de subirse a unos tacos y pintarse, al entrenamiento, a la actualidad política y al vínculo con Paraná, entre otras cuestiones.
¿Por qué sos actor?
Es una pregunta que se ha repetido bastante y siempre tiene respuestas diferentes. Desde principios de este año, un poco por el laboratorio que estuve haciendo con Silvio Lang en el Cervantes, fue tomando otro rumbo la respuesta de porqué soy actor o porqué cualquier persona se piensa como artista, activista o como quiera llamarse. Un poco sentí que el teatro o ciertas actividades artísticas tienen que ver con una militancia de la vida y de lo que pienso. Entonces, soy actor porque encontré ahí la forma de militar en las cosas que creo. Es muy fácil postear injusticias y hablar con amigos pero después la cuestión es cómo lo llevamos a una práctica escénica.
¿Cuándo empezaste a actuar?
Empecé cuando tenía 17 años con el Papi Bastía en una obra que se llamaba Hormigas y no he dejado de hacer teatro o de estar en prácticas, talleres o seminarios. No tengo ninguna formación académica y esa ha sido la forma en que pude construir yo mismo el conocimiento sobre el arte. Es algo que salió un poco sin querer y de la forma que pude.
¿Cuándo y por qué decidiste radicarte en Buenos Aires?
Me vine a vivir a Buenos Aires hace cinco años, si no me equivoco. Necesitaba probarme no solamente desde lo artístico sino también en lo personal. Necesitaba desfamiliarizarme. Así como es complejo sacarse el celular de la vida, es complejo sacarse la familia o los amigos. Quería saber cómo es ser solo en otro lugar donde no conocemos prácticamente a nadie. Buenos Aires es tal vez una de las ciudades más culturales del mundo. Es increíble lo que sucede. Aparte de ser, por momentos, violenta vos podés hacer absolutamente lo que quieras. Así que si me iba de Paraná tenía que ser al monstruito argentino y no me ha ido nada mal.
¿Qué características tienen los proyectos en los que has participado en los últimos años?
En los últimos años aprendí a subirme a los tacos, a ponerme vestidos y a pintarme la jeta. Si bien lo había hecho en otras oportunidades en Paraná, en estos últimos años una especie de teatro queer o teatro marica me viene convocando desde lo externo y desde lo interno; es decir, a mí me dan ganas de hacerlo y también me invitan directores a participar de esa movida. Me parece que desde los 80 para acá hay un recambio y una concepción de un teatro queer. El vacío que dejó Batato Barea no lo ha llenado nadie. Creo que ahora, en los últimos dos o tres años en Buenos Aires, se está retomando esa posta y esa lucha por distintos activistas y actores queers. Estamos en un momento de transición en nuestro país en lo que tiene que ver con la lucha de género, la liberación de nuestros cuerpos, los pensamientos sobre nuestros cuerpos y las elecciones de nuestros cuerpos. Para mí, un trava en una esquina sigue siendo una patada en los huevos para el machismo y la careteada porteña. Me encanta la idea de subirme a un cartel vestido de mina con el culo afuera o salir a caminar con mis amigas dragas por la calle a ver qué le sucede a la ciudad. Son prácticas en las que ni siquiera había pensado que las podía hacer y que las estamos haciendo. Es muy liberador de mis prejuicios y de los demás. Es ver en qué puedo transformarme y, al mismo tiempo, transformar la práctica escénica.
¿Se podría decir que hacés teatro queer?
No sé si me podría definir como un actor queer. Soy actor. Puedo hacer lo que quiera (risas). El arte tiene muchos devenires. Yo siento que ha pasado un poco eso. Hubo un tiempo en que me dediqué mucho al teatro infantil, al teatro callejero, anduve en la búsqueda del entrenamiento sobre la antropología teatral. Siempre ha ido como mutando eso. Ahora estoy en una de la que no tengo ganas de moverme que puede tener que ver con el teatro queer cuya potencia es la de los cuerpos atrevidos. Creo que eso a mí también me caracteriza. Es algo en lo que ahora estoy metido de cabeza. Hasta dónde soy capaz de exponerme ideológicamente, activamente y físicamente. Hasta dónde soy capaz de ir.
¿Cómo son tus rutinas para crear?
No tengo una rutina puntual para crear. En algún momento la tuve; fue cuando incursioné en un área que tiene que ver con la repetición y con el entrenamiento físico y me había estructurado un campo de ensayo. Ahora me pasa a mí y a otros actores disidentes o putos disidentes que queremos hacer un camino de regreso y desestructurarnos. Por ejemplo, Purgatorio no tiene ensayo; hacemos funciones. Tenemos una especie de ensayos en los que hablamos mucho de política, de ciertas fisicalidades, de humor travesti o de la concepción de la homosexualidad callejera. Por supuesto que atravesado por los factores que en este momento nos agitan más o nos enfurecen más que tiene que ver con la violencia de género, con los abusos sexuales, con los juanes darthes. A la obra nos gusta llamarla más performance que obra. Un poco porque no tiene un campo de ensayo definido y sí es una práctica escénica que también surge del colaboratorio que hacíamos con Silvio Lang, el director Mateo De Urquiza y yo.
¿Cómo es tu entrenamiento?
Desde que vine a Buenos Aires le estoy dedicando mucho tiempo a mi entrenamiento físico y vocal. Para mí son las dos grandes potencias del actor. Corro 20 kilómetros tres veces por semana o cuatro, depende de cómo ande de rayado. Bailo todos los días. Tomo clases de canto. Ya las tomaba en Paraná y sigo tomándolas acá. Trato de seguir el lineamiento de entrenamiento y concepción artística de Silvio Lang. Es un poco el norte para mí y para un montón de actores de acá de Buenos Aires. Él está muy enroscado en pensar cómo deconstruimos el teatro. Hay una forma de pensar que el teatro no solamente tiene que ver con una creación sino también con el camino inverso.
¿Con qué te encontrás cuándo venís a presentar obras a Paraná?
Me encuentro con un montón de amigos (risas). A mí me da mucha alegría ir. De hecho, voy bastante seguido. Tengo un grupo de actrices con el que ensayo y entreno. Tratamos de reunirnos una vez al mes pero nos cuesta mucho esfuerzo. Por momentos, se vuelve un poco cuesta arriba pero intentamos sostenerlo. Paraná siempre va a ser el lugar donde me formé desde todos los lugares. Un amigo me decía hace unos días, ‘es como que vas a Paraná a mostrar en lo que te has transformado’ y yo no me he transformado en nada. Siento que soy exactamente la misma persona y que en realidad voy a mi casa. Eso es real. No voy a caretear a Paraná. Me voy a encontrar con mis amigos más queridos y con ese mundo que pude construir en Paraná que no solamente tiene que ver con lo teatral sino también con los espacios culturales, la poesía, los artistas plásticos. Allá tengo mucho contacto humano. Me es muy fácil ir a Paraná a sacarme los calzones y eso me llena de amor (risas).
¿Qué podés decir de Purgatorio que vas a presentar el domingo en La Hendija?
Es una práctica escénica que no tiene campo de ensayo físico pero sí tiene campo de ensayo ideológico y activista. Es una manera de pensar cierta fisicalidad uniéndola con un mundo travesti o con los cuerpos en transición. Purgatorio es un acto político y poético. Estamos en un momento muy de mierda que ha despertado las miserias humanas más horribles. Parecía que estaban sepultadas y se levantaron para tratarnos de negros de mierda. Ahí siento que me empodero y me levanto y digo: Soy un negro de la villa, del interior, como nos dicen ellos, ¿del interior de qué mi amor? Me muero — dice Marcelo impostando una voz casanesca–. Entonces puedo ser tan negro de mierda como esto y tan resentido como esto y para colmo de males te lo hago un objeto de arte. Yo trato de pensarme como un objeto de arte. No me interesa que sea solo la obra. Me siento un mediocre en eso. Necesito que mi cuerpo sea la potencia y que mi cuerpo sea la obra de arte. Además tengo un contexto político para desarrollar. Me meto el dedo en el culo y lo nombro a Macri. De eso se trata Purgatorio.
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