6 de diciembre de 2024

Gustavo Lambruschini murió tal como vivió: como un sujeto libre

TEXTO PATRICIA LAMBRUSCHINI

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El saber morir (ars moriendi) es una parte sustantiva del saber vivir (ética). Pues, como tan bien nos enseñara Sócrates, no se trata de vivir, sino de vivir bien, de luchar por la vida buena, bella y virtuosa. No se trata de vivir incondicionalmente o de forma más o menos humillante, sino sólo de vivir bella y virtuosamente. De otra forma, es preferible morir, dar la vida. Igualmente y por el contrario, no se trata de morir vencido por la pura fatalidad material del mecanismo del cuerpo, sino de morir bien y bellamente, de darse una bella muerte, una muerte virtuosa y voluntaria. Así como es posible vivir bien y bellamente, y más aún, que esto sea un deber por el que haya que luchar, también es posible y un deber moral morir virtuosa y bellamente. Pues si no es posible vivir bien y bellamente, si no es posible vivir enérgica e intensamente, si no es posible vivir virtuosamente, entonces más vale morir, morir bellamente, más vale morir bien.

Gustavo Lambruschini, “Saber morir (filosofía de la muerte)”

 

Gustavo Lambruschini fue un firme defensor de lo que los filósofos griegos denominaban vida buena, tanto en el plano de las ideas como en el terreno práctico. Combatió sistemáticamente los discursos que confunden -ingenua o ideológicamente- dos concepciones bien distintas de la vida, reduciendo la existencia del hombre a la vida física y biológica que este comparte con otros seres vivientes (zoé), en detrimento de la vida ética de la que sólo es capaz el ser humano en tanto sujeto de lenguaje, de acción y de razón (bíos). Cuestionó enfáticamente que la vida humana fuera entendida como un objeto pasivo bajo la tutela del Estado, de los médicos y sobre todo de la Iglesia y la religión, reivindicando en cambio el ideal de una vida ética gobernada activamente por un sujeto autónomo y autoconsciente, ideal enriquecido asimismo en la tradición existencialista que sostiene que cada uno es lo que hace y lo que ha hecho de su vida.

Papá procuró vivir conforme a este ideal desde su juventud hasta su muerte. Lo hizo cuando se abrazó a su gran pasión, la filosofía, destinándole largas horas de estudio y de trabajo día tras día. Cuando intervino enérgica y regularmente en el debate público como un intelectual comprometido con la Ilustración y el cambio social, haciendo uso de la crítica como un arma poderosa para desarrollar la autoconsciencia, para combatir el orden constituido y para luchar por la emancipación. También cuando se dedicó intensamente a la actividad docente, defendiendo la educación pública y la socialización del conocimiento, tarea que disfrutaba como pocas y donde intentó acompañar a sus estudiantes y colegas en el camino de su formación (Bildung), con una generosidad y predisposición que hoy casi no existen en el ámbito académico cortado al talle del capital, cada vez más individualista, competitivo y burocratizado. Lo hizo cuando cultivó su gusto estético por la literatura, por las artes plásticas y por la música clásica. En fin, cuando desplegó su peculiar capacidad para construir relaciones de amistad y camaradería abonadas por innumerables encuentros, por reuniones de intercambio y discusión, y también por comidas distendidas regadas dionisíacamente.

Papá honró la vida buena a lo largo de su existencia, pero también supo hacerlo en el momento de su muerte. Es sabido que padeció la desgraciada enfermedad del cáncer durante más de tres años. Hay que decir, no obstante, que aunque su tratamiento implicó una serie de restricciones forzosas, no impidió completamente que continuara vinculado y cultivando en cierta forma las actividades que siempre había amado. Sólo sobre el final, cuando la enfermedad se propagó y se complicó convirtiéndose en una verdadera amenaza para su vida, es decir, no solamente para su existencia física, sino sobre todo para la vida ética que él había forjado libremente mediante sus acciones y elecciones; sólo bajo esas circunstancias papá prefirió su muerte digna. Una muerte digna no sólo en el sentido limitado de la legislación que hoy reconoce ese derecho, sino en un sentido más amplio que concibe la propia muerte como un acto moral y voluntario, que pone término y culmina una viva vivida como una actividad moral y no meramente natural.

Quienes tuvimos la suerte de compartir toda una vida con él pero también sus últimos días, pudimos saber por sus propias palabras que quiso morir y, más precisamente, que quiso morir  bien. Quiso morir a tiempo como enseñaba Nietzsche, y no continuar sobreviviendo un tiempo más al precio de la humillación de su dignidad moral, del maltrato de su cuerpo y de la mortificación de su espíritu. Quiso morir siendo fiel a su vida autónoma y auténtica que había transitado en gran medida conforme a sus pensamientos y sentimientos, o como le gustaba decir, siguiendo los mandatos de su cabeza y de su corazón. Quiso morir su muerte propia como sostenía Rilke, una muerte congruente con su propia vida y entendida como la culminación genuina y singular de la misma.

Hasta tal punto esto es así, que nos encomendó la edición póstuma de un ensayo titulado “Saber morir” (epígrafe de este texto) que había escrito hace varios años, en el que realiza una fundamentación y una justificación filosóficas de la muerte voluntaria. Aunque no nos lo dijo de manera explícita, seguramente quería que su muerte fuese interpretada a la luz de este ensayo y en un sentido determinado: como una muerte libre y deliberada, como una muerte buena consecuente con su vida buena y, por lo tanto, como una prolongación y un triunfo de su vida moral por sobre la pura muerte natural.

Al encomendarnos la publicación de ese trabajo (que realizaremos junto con otros textos tal como se lo prometimos), papá buscó extender su actividad y su espíritu vitales más allá de su propia muerte. Buscó, a pesar de su ausencia física, continuar motivando el pensamiento, la auto-reflexión y la libertad, que son los valores y las pasiones que lo guiaron permanentemente. En este caso, impulsándonos a reflexionar y afrontar la propia muerte, tan negada y temida bajo la cultura moderna occidental.

La huella imborrable que papá dejó en las personas que lo conocieron se vio con fuerza en estos días en las innumerables manifestaciones de afecto; en los recuerdos, anécdotas, elogios y retratos de su persona plasmados en diversos escritos, mensajes de texto y posteos de Facebook. Cada uno hará su duelo y procesará esta pérdida desde su lugar y su experiencia. En lo que a mí respecta, simplemente no tengo palabras para expresar lo que papá significa para mí. Pero siento que no podía dejar de referirme y que sería injusto para él no decir nada en este momento sobre cómo meditó y afrontó su propia muerte, a pesar del desgarramiento y el dolor inevitables que ella provoca. Vaya pues aquí mi humilde homenaje y una pequeña demostración de mi amor inconmensurable hacia vos pa.

 

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Comentarios (4)
  1. StellaMaris dice:

    Excelente artìculo. Merecido homenaje a una excelente persona y profesor.

  2. Patricia Miotto dice:

    Entiendo dentro del vivir que nada es casualidad todo es causalidad de situaciones, actos, sentimientos. Detenerme a leer esto hoy, este día donde actos, situaciones, sentimientos me atormentan fué todo un bálsamo, bellas palabras que al ser leídas me habitaron, Gracias por este sentido homenaje a quien dejo algo tan valioso.

  3. Maximiliano Schulday dice:

    Entre tanta letra muerta, que se consume el tiempo de la vida, que debe ser vivida como tu papá hizo, tus palabras y las de el son una una idea, una poesía, que vale la pena leer, vivir, como se debe vivir el tiempo. Por la vida.

  4. Kitty Ochoa y Gomez dice:

    Su amigo Pita lo llevo a mi casa cuando iniciabamos los estudios filosóficos…personalidad potente, apasionada, sus ideas quedaban grabadas, traduciamos Rilke, compartimos momentos fecundos e inolvidables…después nos encontrabamos con intermitencia en Jornadas o Congresos…quedará para siempre en mi memoria…y seguramente ahora cabalgará en palabras del poeta: cabalgará dimensiones infinitas con su indómita fortaleza alegría, y determinada libertad….agradezco a su hija por este recuerdo.

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