TEXTO ANA LAURA ALONSO
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«¿Quién construyó Tebas de las siete puertas?»
pregunta el lector obrero de Brecht.
Las fuentes nada nos dicen de aquellos albañiles anónimos,
pero la pregunta conserva toda su carga.»
Carlo Ginzburg
Entre fines del siglo XIX y comienzos del XX, la sociedad de Paraná comenzó a mostrarse más dinámica; se fueron conformando nuevos modos de vida y cobraron visibilidad nuevos actores urbanos. Junto a la exhibición del progreso, en la ciudad también se intensificaron los conflictos ligados al mundo del trabajo; se renovaron tanto las formas de asociación obrera como sus reivindicaciones y repertorios de confrontación. ¿Qué rol jugaron allí las mujeres trabajadoras?
Se entiende que «la escasez de testimonios sobre los comportamientos y actitudes de las clases subalternas del pasado es fundamentalmente el primer obstáculo» para poder romper el anonimato y reconstruir al menos un fragmento de la «cultura popular» o «cultura de las clases subalternas» más cercanas a la oralidad que a la escritura, sostiene Carlo Ginzburg en El Queso y los Gusanos (1999). Pero, como señala el propio historiador italiano, esta regla tiene sus excepciones.
Podría considerarse como una de esas anomalías una carta abierta firmada por «La Comisión. Sociedad de mejoramiento entre los obreros de la Cía. General de Fósforos, sección Paraná» publicada en el diario El Entre-Ríos, el 26 de junio de 1906, donde aparecen las voces y los reclamos de los «obreros en huelga», que son «en su mayoría de sexo femenino».
Se trata de obreras y obreros que trabajaban en «condiciones inhumanas», cumpliendo «largas jornadas» a cambio de «exiguos jornales» en la mencionada fábrica de fósforos Victoria, instalada en Paraná en 1905, «[que] constituyó el establecimiento fabril más importante de la ciudad», según lo refiere la historiadora Ofelia Sors, en su libro Paraná, dos siglos y cuarto de su evolución urbana. 1730-1955.
La referida carta abierta no es el único documento que testimonia la existencia de este paro. El acontecimiento también encontró eco en las páginas de La Lucha, dirigido por Miguel M. Laurencena, El Tribuno de Ramón Leguizamón y en otra noticia del diario El Entre-Ríos, dirigido, en ese momento, por el periodista José Sors Cicera. En estos «fragmentos», cobran visibilidad las subjetividades de los obreros que, en su mayoría, son mujeres obreras, «las fosforeras». Mujeres que tuvieron un rol central en la construcción de la Paraná Moderna, pero han permanecido invisibilizadas.
Detrás de la postal
Existen minuciosos estudios sobre la historia de la Compañía General de Fósforos, a la cual pertenecía la fábrica Victoria de Paraná, pero ¿qué se sabe sobre lo que sucedía al interior de ese edificio emblemático de la arquitectura industrial moderna, monumental y funcional?
El edificio fue construido por más de trescientos obreros y la prensa local celebró el advenimiento de este signo de progreso. En cierto sentido, no puede negarse que lo era: la Compañía General de Fósforos (CGF), fundada en Buenos Aires en 1889, fue una de las primeras sociedades anónimas industriales de la Argentina, constituida «por un grupo de industriales italianos que, dedicados a la fabricación de cerillas desde tiempo antes, habían decidido fusionar sus establecimientos con el objetivo de reducir la competencia en el mercado» señala Belini en su investigación La Compañía General de Fósforos y los orígenes de la industria hilandera de algodón en argentina, 1920-1935.
En 1905, cuando la CGF fundó la fábrica de cerillas en Paraná, estaba iniciando un ciclo de crecimiento económico y tenía en marcha otras unidades fabriles dedicadas no sólo a la fabricación de fósforos, sino también a la impresión de cajas de fósforos, a la industria papelera y, más tarde, a la industria algodonera. En este sentido, se trató de una empresa pionera en la integración vertical y en la diversificación productiva, indican Badoza y Belini en La Compañía General de Fósforos 1889-1929: expansion y limites de una gran empresa en una economía agro-exportadora.
En este momento, el edificio de la fábrica de fósforos está siendo refuncionalizado. Pronto se convertirá en un shopping, con áreas comerciales, salas de cine, 400 estacionamientos y una torre habitacional. Ante este presente, el recuerdo de los colectivos subalternizados tal vez habilite ciertas iluminaciones recíprocas entre lo que ha sido y lo que está siendo.
Doña Miseria
«Si damos un paseo por las moradas
de la gente del pueblo,
por los albergues del jornalero, del peón,
de toda esa masa heterogénea –á jornal modesto–
tenemos que alarmarnos ante esas aventureras chozas,
ranchos de barro, cuevas casi, en desorden,
sin el más insignificante detalle de higiene…»
La Libertad, Paraná, 13-01-1903
«Doña Miseria Anual (…) tiene domicilio en todos los rincones de nuestros hogares», expresaron obreras y obreros a través de la carta abierta publicada en El Entre-Rios.
Esta huelga de las fosforeras de Paraná, es previa a la emblemática y conocida Huelga de las Escobas (o de Inquilinos) desarrollada en Buenos Aires en 1907, donde las mujeres tuvieron un papel protagónico en la lucha contra la suba de los alquileres en las casas de inquilinato.
La carta abierta permite visibilizar a las obreras fosforeras como artífices de las acciones de protesta que –tensionando el imaginario de la «Paraná Moderna»– reclamaron por la mejora de sus «exiguos salarios» y la reducción de las «largas jornadas de 12 horas».
Para desmentir lo que otros periódicos locales habían publicado respecto a sus «soberbios salarios» y «lógicas jornadas», citaron casos concretos, con nombres propios, que fisuran el «anonimato» de la historia cuantitativa y serial: «La menor Catalina Rigotti trabajó en la fábrica 3 días y le abonaron m/n 0.62 cts por las tres jornadas (…). Mariano Ovega, por cuatro días de trabajo le entregaron (¡nada menos!) que ochenta y nueve centavos. Las muchachas grandes y las mayores ganamos entre pesos 0.72 y pesos 0.81 por día».
Si se repara en el uso de la primera persona del plural, «Las muchachas (…) ganamos», se puede conjeturar que quiénes escribieron la carta, o prestaron testimonio, fueron obreras mujeres.
En el mismo periódico, el día anterior, el 25 de junio, apareció la nota A propósito de una huelga. ¡Amparo, señores del Gobierno!, firmada por Celestino R. Gómez, donde explicó que no era un caso aislado, sino «la repetición de las huelgas de estibadores, peones caleros y operarios del puerto nuevo por la retribución equitativa y reconocimiento de que el hombre (…) necesita alimento y reposo». Y cuando se refirió a la huelga de la fábrica de fósforos, alude a «un núcleo de obreros, de pobres, en su mayoría de sexo femenino, gente en su casi totalidad de los barrios extramuros del norte».
Otro periódico local, La Lucha, informó el 21 de junio de aquel año, en la nota La huelga en la fábrica de fósforos, que el director de la Fábrica, Peyrot, rechazó al delegado nombrado por los obreros huelguistas, alegando que no pertenecía al gremio. Ante esta situación, se armó una comisión compuesta, en su totalidad, por obreros de la misma fábrica, que también fue rechazada. Al mismo tiempo, se conoció que, por órdenes provenientes de Buenos Aires, se les informó que de no reintegrarse a su trabajo, serían despedidos.
Como la huelga no fue suspendida, la policía ingresó al establecimiento bajo «una participación indebida, haciendo desalojar a obreros, que como se sabe son en su mayoría mujeres». En la mencionada nota de La Lucha, se enfatiza que, al tratarse de obreros que en su mayoría son mujeres, «los modales y procedimientos de la policía salen de lo regular y correcto».
En la carta abierta también se observa otro indicio sobre el protagonismo de estas obreras y obreros que sostuvieron la huelga pese a la amenaza de ser despedidos y la parcialidad de cierta prensa local presta a defender los intereses empresariales. En el párrafo final, obreras y obreros explicaron: «Manifestamos finalmente que nosotros no subvencionamos a nadie para que nos ayude y defienda y no reparamos en hacerlo público que nuestros colegas de Buenos Aires nos remiten fondos para ayudar á los que se encuentran en más precarias necesidades mientras dure la huelga á quienes estamos dispuestos a sostener hasta que se nos haga justicia en la modesta reclamación presentada».
Difamación
La carta abierta, así como la nota del periodista Celestino R. Gómez, venían a «desmentir» la información publicada días antes por el periódico El Tribuno que opta por enfatizar el perjuicio que produce al público del Paraná la escasez de fósforos ocasionada por la huelga. En primera plana publica dos notas.
Una, firmada por el gerente de la Compañía General de Fósforos. P. Vacari, enviada desde Buenos Aires, el 23 de junio de 1906, titulada: Campo neutral. La Compañía General de Fósforos. Al público. La empresa pretendía expresar «un juicio imparcial» respecto al acontecimiento relacionado con el «movimiento obrero», insistiendo –sintomáticamente– en «ventilar el asunto en un ambiente más amplio que no sean las sociedades gremiales». El ejecutivo menciona huelgas previas, desarrolladas en las otras fábricas de fósforos de la empresa, para subrayar la «inseguridad» que estas situaciones ocasionan a la misma. Enumera los beneficios y mejoras proporcionadas a las y los obreros y termina subrayando: «Desgraciadamente estamos en una época en que los obreros hablan solo de derechos y nadie se atreve a recordarles sus deberes». Como respuesta a esta situación, asegura que la «empresa velará para que en sus fábricas vuelva a reinar el orden y la disciplina, aplicando con firmeza y conciencia los reglamentos internos».
La otra nota, publicada ese mismo día en El Tribuno, se titula Cómo se mistifica y atemoriza al obrero. La huelga en la fábrica de fósforos. Su objetivo central pareciera ser distinguir y oponer a las y los obreros, por un lado, y a los llamados «profesionales huelguistas», por otro. La noticia comienza argumentado: «El mal no está en el obrero, está en la prensa que falta á su misión social, y á su elevada tribuna protegiendo a los que encuentran un modus vivendi en las huelgas, halagando las pasiones obreras y aterrorizando á los más; lucrando de ese fácil modo, por no encontrar energías para la lucha por la vida en el trabajo honesto».
A su vez, esta dicotomía entre obreras y profesionales huelguistas, es afirmada por El Tribuno mediante la institución de una jerarquía aparentemente indiscutible: «para la prensa seria debe valer más una industria que honra á la localidad y que crea nuevas fuentes de recursos para el obrero, que la mistificación y la violencia que hacen unos cuantos, sobre esos mismos obreros». El periódico se esfuerza por presentar a las y los protagonistas de la huelga como «fácilmente manipulables», «asustadizos», «ingenuos».
La noticia enumera las condiciones «inmejorables” de higiene de la fábrica, niega la manipulación de sustancias venenosas en la fabricación del fósforo –contra la que también reclamaban las y los obreros– y termina con una valoración acorde: «la retribución de los obreros no puede ser más equitativa».
Entre «exiguos salarios» y «largas jornadas»
El Tribuno explica que «las mujeres que trabajan a jornal (…) ganan entre 15 y 16 pesos m/n quincenales, siendo muchachas de 15 y 16 años» y «los hombres que se inician ganan entre 1,80 pesos m/n y 2,07 pesos m/n por jornal»; es decir, entre 27 y 31 pesos quincenales. Las cifras no coinciden con lo que dicen cobrar quienes están en huelga, pero lo significativo es que nada tienen de «equitativas» en tanto muestran una desigualdad salarial entre hombres y mujeres.
Según los montos salariales citados en la carta abierta, las mujeres apenas superan los 10 pesos quincenales. Y si son «menores», como la «niña obrera», Catalina Rigotti, apenas superan los tres pesos quincenales. Es decir, la supuesta «equidad salarial» se revela como desigualdad de clase, de sexo y, también, etaria.
Celestino Gómez se pregunta: «¿Qué dirán los empleómanos oficiales que ganan 150 o 200 pesos mensuales, que trabajan cuatro o cinco horas en oficinas confortables, bebiendo buen café, después de haber almorzado fuerte; mientras los obreros y las obreras, y los pequeños de 10 a 14 años, entran a trabajar a las 6 de la mañana con tres o cuatro grados bajo cero (…), mal abrigados y peor desayunados?».
Para dimensionar cuán «exiguos» eran los salarios de obreras y obreros, el periodista explicó qué cosas podían comprarse con ese dinero: «la carne de desperdicio, la que se compra para el perro, para el gato, cuesta hoy 25 cts». Dos kilos de esta carne cuestan más de la mitad del jornal de las obreras. Además, «si deben comprar la leña para poder cocinar, esta cuesta 20 cts. y hasta aquí nomás llega el jornal». El obrero varón tiene algunos centavos más y se puede «dar el lujo de echar á su puchero algún fideo, alguna legumbre». Por lo tanto, las necesidades básicas no llegan a cubrirse: «¿Qué visten, qué calzan, bajo qué techo se resguardan (…) esos obreros?». Al mismo tiempo aclara «téngase en cuenta que me estoy refiriendo al obrero sin familia ¿Qué decir respecto al que la tiene?».
Las mismas posiciones encontradas se dan en torno a la duración de la jornada laboral. El Gerente expresa que desde 1896 la empresa, espontáneamente, concedió la jornada de ocho horas. El Tribuno ratifica que las jornadas no superan dicha duración. Sin embargo, reconoce que pueden extenderse a nueve horas, por el tiempo que insume la llegada y la salida de la fábrica, ordenar los útiles, etc. Pareciera ser que esta “demora” no forma parte del tiempo de trabajo y corre a costa de las y los obreros. Por su parte, en la carta abierta, quienes sostuvieron la huelga, explican que en realidad no trabajan 8 sino 12 horas si se tiene en cuenta que van y vienen caminando de la fábrica a la casa, dado que «el encarecimiento de los alquileres los obliga a vivir en Puerto Viejo o en otros arrabales de la ciudad».
Cepillar la historia a contrapelo
«Nunca hay un documento de cultura
que no lo sea igualmente de barbarie
y, al igual que él mismo no está libre de barbarie,
tampoco lo está el proceso de transmisión
por el que ha ido pasando de uno a otro.
El materialista histórico (…) se aparta de ello en la medida de lo posible.
Considera misión suya cepillar la historia a contrapelo.»
Walter Benjamin
Celestino Gómez, pidió el amparo del gobierno, «la intervención conciliatoria de quienes tienen el deber de velar por el interés de la clase proletaria». Alude a las desigualdades e injusticias sociales: «su modesta condición no implica que sean desechos de tugurio, para que no merezcan ser considerados en su actitud por ese público llamado clase superior». Quienes están en huelga son «factores anónimos de nuestro desenvolvimiento industrial», que, paradójicamente, «trabajan en una provincia en pleno tren de prosperidad y en presencia de un gobierno que blasona de justiciero, protector y progresista».
Sin embargo, las contradicciones de este periodista también abren otros pliegues cuando distingue entre «los reclamos obreros», por un lado, y «las publicaciones de carácter sectario ó libertario» y el pronunciamiento de «discursos de corte anarquista», por otro. En esta línea, enfatiza que «el espíritu revolucionario no mueve el ánimo de esta pobre gente, que solo pide el razonable estipendio por su labor».
Diferencia los acontecimientos locales de los que se venían sucediendo en Buenos Aires y Rosario, con la intención –similar a la del periódico El Tribuno– de desvincular la huelga de la militancia política: «en ciudades como la nuestra, no entrañan ese carácter levantisco y revolucionario que distingue a las huelgas de las ciudades populosas (…),aquí no existe ni el socialismo ni el anarquismo (…) es puramente una acción reclamatoria y pacífica en defensa del (…) mejoramiento de la precaria situación de aquellas humildes gentes (…) un acto colectivo y solidario».
Así, en un movimiento a contrapelo, en lo que se reconoce como la «primera fábrica moderna» de Paraná, además de labrarse el progreso, emerge un repertorio de confrontación obrera, donde las mujeres asumen un rol protagónico. En los pliegues, afloran contradicciones varias que aportan sobrados indicios sobre el carácter conflictivo de los procesos de modernización, así como de la potencia reveladora de sus «restos», sus «fragmentos marginales», sus «ruinas».
Epílogo
Según la información brindada por Teresita Re al programa televisivo Proyectar, dedicado a La historia del edificio de la ex Fábrica de Fósforos, el establecimiento llegó a emplear a 500 obreras dedicadas, en gran medida, al armado de las cajitas. Funcionó desde 1905 hasta la gran depresión del 30. Se reabre en 1932 con inversión de capitales suecos. Como fábrica de fósforos funcionó hasta 1986 y luego, desde esta fecha y hasta 1989 se armaron allí los encendedores Cricket. Las piezas eran traídas desde Francia y se armaban en Paraná. La competencia de otra fábrica de encendedores, la Bic, ubicada en Gualeguaychú, terminó por decidir el cierre de la planta de la capital entrerriana.
*El material a partir del cual se realizó esta nota fueron facilitados y digitalizados por el Archivo General de la Provincia y la Hemeroteca del Museo Histórico Martiniano Leguizamón.
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Muy buena reseña, muy bien documentada, un buen archivo!!!
Excelente investigación
[…] del siglo XX implicaba enfrentar desigualdades salariales. Ana Laura Alonso, en su nota titulada La huelga de las fosforeras, señala que “junto a la exhibición del progreso, en la ciudad también se intensificaron los […]