ENTREVISTA FRANCO GIORDA Y PABLO RUSSO
TEXTO FRANCO GIORDA
FOTOGRAFÍAS PABLO RUSSO
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Dominga Ayala de Almada es una mujer legendaria. Nació en Colón en 1932 y vivió en una isla del río Uruguay hasta los ocho años. A esa edad emprendió una travesía en una pequeña embarcación a remo junto a su familia para llegar a Paraná. Se afincó en Puerto Sánchez donde levantó su casa, plantó una alameda, cultivó un jardín, educó hijos biológicos y adoptivos, trabajó, escribió e hizo valiosos amigos. Su curiosidad y lucidez la llevaron a ser una profunda conocedora de la naturaleza y de la cultura costera. Músicos, poetas y pintores fueron cautivados por su sapiencia y sensibilidad y, así, se instituyó en motivo de composiciones que son parte ineludible del cancionero folklórico. Cultivó la hermandad con artistas como Linares Cardozo o Miguel Zurdo Martínez. Desde 2016 vive en Crespo junto a su hijo y su nuera. En las paredes de su actual morada cuelgan fotos, recuerdos y reconocimientos oficiales como testimonios de una vida virtuosa. A los 87 años ejercita una memoria formidable que le permite narrar con detalle episodios del pasado. Cuenta con un lenguaje refinado con el que otorga belleza a todo lo que dice. En su hablar, incluye giros reflexivos y recita poesía con espontaneidad. Su temple y buen ánimo dan lugar al diálogo fecundo.
¿Cuándo llegó a Puerto Sánchez?
En el año 40. Vivíamos en una isla frente a Paisandú que se llama Caridad. Papá decía que quedaba a dos leguas de la ciudad de Colón. Con los vientos venía la creciente del río porque la sudestada llega hasta allá y, entonces, teníamos que salir. Cargar la embarcación a cualquier hora de la noche y arribar. A veces, nos encontraba Prefectura y nos remolcaba para llevarnos a tierras más altas. Fue en una de esas circunstancias que decidieron venir a las costas del río Paraná. Yo tenía ocho años. Nos vinimos en una canoa grande a remo, pala, botador, sirga en las costas regulares, vela en el tiempo de viento; la vela es un poco incómoda por la sobrecarga. Éramos diez, ocho gurises, mi mamá y mi papá.
¿Cómo fue el recorrido?
Pasamos por Concepción del Uruguay, Gualeguaychú, unas costas inhóspitas, ganamos el delta que era precioso; con claroscuros, arroyos y árboles frutales en lugares inesperados. A veces no encontrábamos tierra para acampar porque eran solo anegadizos; mucha vegetación: totora, junco, espadaña. Así que teníamos que fondear en los carrizales y pasar la noche sentaditos a esperar un nuevo día. Aunque estábamos familiarizados con el río, dormitábamos apenas por el ruido que hacía el batir del agua contra la vegetación. Amanecíamos medio entumecidos. A veces, si el tiempo estaba bueno, navegábamos de noche. Pasamos las costas de Victoria, costas pantanosas, horrible; el barro te chupa el botador y no te deja avanzar. Había que buscarle la vuelta. Cuando encontrábamos un albardoncito ahí parábamos y mi mamá lavaba la ropa y juntábamos leña. Mi padre con mi hermano mayor, que tenía 14 años, juntaba miel de avispas y de abejas; también fijaban peces con una chuza; por ejemplo, el pacú porque se acercaba a la costa a chupar el barrito que se juntaba en la gramilla. En un lecho de gramilla, el agua no se pone turbia entonces es cristalina y se ve bien. Además, teníamos una trampa que se llama aripuca que consiste en una pirámide hecha de palitos con una puerta arriba. Era una forma de obtener un ave sin lastimarla, sin dañarla y conservarla viva hasta cuando quisiéramos matarla. Lo que más se cazaba era la gallineta. Una carne rica, linda. El biguá también, pero vive de pescado y tiene una carne bastante tufienta.
¿Cuánto tiempo estuvieron navegando?
Dos meses y siete días. Nosotros llevábamos una recomendación que había expedido Prefectura para exhibir en los puestos de control porque el Uruguay es río de frontera y controlaban quién pasaba. Buscábamos las costas de las islas porque era una forma de encontrar refugio en caso de tormenta. Aunque el tiempo estuviera lindo vivíamos mirando el cielo por si aparecía una nube negra. En todo el viaje, nos sorprendieron dos temporales. Uno en Concepción del Uruguay y otro en la isla El Francés, abajo de Rosario. Ahí perdimos la canoa. Durante la noche se desbarrancó un arenal y se la llevó. La encontramos lejos, aguas abajo, enredada en un linde viejo de alambre de púa. Perdimos algunas cosas.
¿En qué época del año realizaron ese viaje?
Llegamos en junio.
¿Por qué decidieron venir a Paraná?
Porque mi papá había conocido Paraná muchos años antes. Sabía que se podía pescar y que había costa donde vivir cerca de los espineles. Nosotros estábamos sin escuela. Yo recién fui a la primaria en el año 91, después que falleció mi marido, y soy nacida en el 32. Eso me permitió escribir mis vivencias y algunos versos. Al tiempo de vivir acá, mi papá, decidió irse.
¿Cómo se llamaba?
Francisco Celestino Ayala. Mi mamá Faustina Valdéz. Ella era de Villaguay. Él de Corrientes.
¿Usted se quedó?
Si. Nos habíamos hecho amigos de una familia de hacheros que trabajaban en las islas. Éramos compañeros de trabajar con ellos en el monte porque no solo vivíamos de la pesca, sino que había que hacer lo que viniera: cortar paja, sacar cucharas de las lagunas, es decir, las ostras de agua dulce, y venderlas para bijouterie y botonería. Yo me quedé con esa familia y mis padres con mis hermanos se fueron a Punta Lara, en el río de la Plata.
¿Cuántos años tenía en ese momento?
13 años. Después mi padre vino a visitarme. Trabajaba en el club de pesca La Plata. Allá le fue re bien. Vino en un barco de pasaje. Los rápidos que le llamaban como el Vapor de la Carrera. Había muchos en esa época. Algunos a paleta. Ahora se me confunden: no sé si los conocí en el río Paraná o en el río Uruguay. Me acuerdo de los nombres: Verna, Artigas, Bruselas, Ciudad de Asunción, Ciudad de Corrientes, Ciudad de La Plata. Antes maravillaba ver la navegación. Con la construcción del túnel, la falta de dragado, el deterioro de los muelles, desaparecieron los barcos de pasajeros y los galpones.
¿Siempre estuvo en Puerto Sánchez?
Si. Era otra cosa. Había pocos ranchos. Las paredes de barro se amasaban con yuyo o espartillo. Se hacían unos chorizos y con unas varitas se hacían trenzas. Después se embarraba parejito para que no se cuarteara. Se apagaba la cal viva y se le echaban hojas de penca. Entonces se genera como una goma que hacía de fijador al barro. Era como un revoque limpio.
¿Cómo lo conoció a Linares Cardoso?
Estaba sentada sobre una viga, debajo de la alameda, dándole de mamar a mi hijo Martín Domingo. Linares siempre pasaba porque era muy amigo del doctor Nanni que tenía un chalecito en la zona del Thompson. Ahí paraban siempre Ramón Ayala o Atahualpa. Entonces, él iba pasando y me preguntó si tenía ascendencia correntina. Le dije que sí porque mi padre era correntino. Me lo preguntó porque dijo que yo tenía facciones parecidas a las de su madre que era correntina. Me pidió hacer un boceto con mi perfil de madre criolla. Le pedí permiso a mi marido y así fue. Esos fueron los dos primeros encuentros. Después vinieron muchos más.
Linares iba a pintar…
Sí, sí. Eran maravillosas las tintas que realizaba. Usaba los palitos de biznaga como pincel. Tenía la virtud de ganar el alma de las personas. Ahí encontré un apretón de mano, la mirada limpia del verdadero amigo. Supo ser amigo en situaciones que estuvimos mal porque nos quisieron desalojar. Nos hizo presentar todos los papeles que teníamos en regla. El Polo Martínez también sacó escritos en el diario La Acción para defendernos. Nosotros siempre tuvimos gente de afuera: gurisitos que quedaban en la orfandad o que estaban enfermos. Yo me presentaba al juez y tenía la tenencia y guarda hasta que se casaban. Tengo tres biológicos y crié varios más. Linares veía eso y decía que era el prototipo del entrerriano.
¿Cómo nace Canción de cuna costera?
Nace de esa relación. Él veía cada gesto y anotaba en papelitos palabras sueltas, frases, cosas. Una mirada que acaricia, el sonido de un arrorró, una canción de cuna, las nanas que inventábamos nosotros…
¿Cómo era eso?
Por ejemplo, «duérmase mi niño que tengo que hacer, preparar carnada, ver el espinel». Cositas así, simples. Linares se aquerenció con nosotros. Intercambiábamos conocimientos. Él había investigado, había rastreado en los montes las costumbres de las personas. Conocerlo fue uno de los momentos más lindos que me regaló la vida.
Además de conocerlo a Linares también otros artistas se acercaron a usted
Sí. Jorge Méndez me invitaba siempre a las escuelas. Me regaló discos y libros.
Usted lo conocía al Polo Martínez
Fue el primer amigo que tuvimos. Fue como de la familia. Yo le cuidaba una canoa que se llamaba Silvando bajito. Los domingos aparecía por los senderitos de la barranca. Salía a remar y a nadar. Cuando volvía preguntaba si teníamos el plato típico que, obviamente, siempre era pescado. Se dormía en la mesa. Yo le comentaba a mi marido que eso era una enfermedad y él me contestaba que era la debilidad que tenía el poeta (risas). De jovencito iba a guitarrear.
Hay una composición que tiene música del Zurdo Martínez y la poesía es suya
Sí. También hay un chamamé que la letra es de Polo y la música es de Miguel (Martínez) que se llama La barca encostada. Ese barquito era el que teníamos nosotros y se llamaba Natividad. Yo conté la historia de ese barquito rústico de madera semidura de un solo palo con un motor marino, las medidas que tenía, para qué lo usábamos…
¿Cuándo empieza a escribir usted?
Desde que fui a la escuela. La canción que escribí con el Zurdo se llama Incertidumbre que es de cuando muere mi esposo.
¿Cómo conoció a su esposo?
Él iba a pescar a Puerto Sánchez. Había sido navegante. Era de Colonia Nueva. Murió en el 86. Fue por emoción violenta. Estaba mirando en la televisión (una retransmisión de) la vuelta de Perón y se murió. Ya estaba enfermo. Al otro día se iba a ir a Brugo a pescar porque andaba por todos lados. No se quedaba a esperar. El pescador de antes salía a buscar el pesquero, según el movimiento del río. Si estaba crecido buscaban las lagunas y los arroyos.
Además de aquella poesía, ¿escribió otras cosas?
Sí. Del rancho, del mate, de las hierbas medicinales, de la sabiduría popular; por ejemplo, cuando el caracol anida alto en el tronco de un sauce es que viene una creciente grande, cuando el biguá se posaba en un raigón a pescar era que estaba pasando el mandubé porque al mandubé le gusta la mojarra. Todas esas señales y secretitos. Con respecto a las hierbas medicinales, en la isla hay muchas como la lusera o la salvia. Sabíamos cómo administrarlas para curarnos.
En los años que ha vivido en la costa ¿ha visto cambiar el paisaje?
Estuve hace poco en Puerto Sánchez y vine triste. Está abandonado, hecho una villa. Lo vi feo. Hasta que me vine estaba lindo. En la parte alta hay muchos kioscos y casitas a medio hacer. Ahí hay riesgo de deslizamiento. Eso lo tengo escrito. Fue siempre igual. Hay profundidades muy grandes y la bajante es como si mamara la tierra. A lo mejor no del borde, pero sí de más allá. Entonces se desliza y con semejantes lluvias se producen erosiones, grietas, desniveles notables de 70 u 80 centímetros. Don Humberto Varisco sacó a toda la gente de esa parte que se erosionaba. La llevaron para el lado del Morro. El contador (Mario) Moine también sacó a la gente de la barranca que estaba como colgada. La llevó para el lado de la parte alta de Bajada Grande. Al tiempo ya se llenó de gente otra vez. Cuando se amplió la calle 25 de mayo sacaron los cordones y los llevaron allá, pedazos gigantes, y los echaban en esa zanja, al otro día no estaban más. Como que el río lo mamara por debajo. Eso siempre fue así. Por eso ahí no se construían casas. En la intendencia de (Julio) Solanas entregaron 12 viviendas, después vino la de Don Humberto (Varisco) e hicieron 13 más. Con la diferencia que las que hizo Solanas estaban sobre pilotes de quebracho colorado y las otras sobre pilotes de hormigón. Hicieron asfalto, llevaron la electricidad, el alumbrado público, el agua corriente, se colocó el monumento al pescador de (Luis) Gericke, se hicieron escaleras.
Las escaleritas de la barranca, ¿de cuándo son?
La más vieja es la que sale a avenida Ramírez. Ahí había un senderito donde los pescadores le entregaban a los palanqueros. Algunos lo cargaban ellos mismos, salían por ese senderito y recorrían la ciudad ofreciendo pescado. El pasaje se llamaba Claudio Villalba porque ahí vive la familia Villalba. Cuando nosotros vinimos en el año 40 conocimos a esa familia.
¿Cómo era su vida cotidiana?
Cuidaba embarcaciones de gente que vivía en el centro. Limpiaba los ranchos de fin de semana. Recibía turistas. Tengo postales de todas partes. Los fines de semana nos íbamos a la isla con los gurises porque durante la semana iban a la escuela, a cortar paja, juntar huesos. Hasta eso se vendía. No sé para qué los utilizaban. Como teníamos una capacidad de nueve toneladas en el barquito, traíamos lo que encontrábamos.
¿Usted salía a pescar?
Sí.
No había muchas mujeres pescadoras
No. Solo había dos o tres mujeres guapas.
¿Con qué pescaban?
Con maya. Al principio no teníamos, pero después compramos una. Siempre buscamos mejorar un poquito. Las hacíamos con hilo de lino, hilo Patria. Había que lavarlo muy bien, secarlo a la sombra, le pasábamos un baño de tanino para preservarlo y al corcho lo pasábamos por parafina caliente para volverlo impermeable. Eran redes pesadas. Al tejido lo hacíamos nosotros. No lo hacíamos chiquito como el de ahora. Entonces, no sacábamos pescado chico. Llegamos a entregar hasta en Córdoba. Venían los camioncitos frigoríficos y nos esperaban en Colastiné. Cargábamos 150 kilos. Eran peces grandes. El surubí venía grande. Eso ya no se ve, el manguruyú tampoco, el salmón de río y la corvina de río tampoco y el pacú se perdió. Antes, donde hicieron el túnel había unos bañados y ahí crecía una varilla que tenía el tallo gris, la flor lila y la fruta morada y el pacú andaba ahí; le pegaba un coletazo a la varilla, caía la fruta y la comía. La pesca se empobreció.
¿Usted tejía las mallas?
Sí, y las remendábamos. En ese tiempo había gente que también sabía hacer canoas, remos. Las canoas eran de cedro o de timbó las más pobronas. Se pintaban con pintura al aceite, no con la sintética. Eran canoitas guapas y fieles. Ahora las hacen de chapa con estructura de madera. Esas son traicioneras igual que las de fibra o recina. Son muy livianas y el viento las encosta. Hemos tenido que socorrer gente por eso. Quedan contra la barranca y como la marejada socava se les cae el bloque de arena y las tapa.
¿Usted nadaba?
Sí, y les enseñaba a nadar a los gurises. Venían de Villa Almendral a aprender. También he enseñado a remar a los hijos de la gente que tenía casas de fin de semana. Los llevaba donde después se hicieron los arenales. Ahí estaba el río manso porque habían sacado la tierra para la cerámica. Entonces el río no corría. Después, cuando sabían, los sacaba a la correntada.
¿Cómo hacían el pescado?
Frito o asado nada más. Ahora con los despinados y la picada se pueden hacer otras comidas.
¿Qué pescado el gusta?
El Patí, pero no el gordo sino el finito.
¿Hace empanadas?
Hacía.
¿Por qué se mudó?
Porque había tenido tres síncopes y estaba viviendo sola.
¿Extraña algo?
Los atardeceres y la visita de todo el mundo.
¿En su casa quedó viviendo una nieta?
Sí, una nieta que es guardavida. La casa se la di porque la quiero mucho y no la quiero vender.
¿Qué hace durante el día?
Me levanto y tomo mate amargo solita. Un litro. Después ventilo la casa, lavo la ropa de cama, me baño, lavo mi ropa, arreglo el patio, selecciono la basura porque tengo conciencia ecologista.
¿Cómo imagina el futuro de Puerto Sánchez?
Lo veo mal. Me vine triste. Había hecho una poesía que decía: «¿Qué tiene mi puerto Sánchez? // ¿De qué pincel escapó? // Tus sausales, tus barrancas // Todo lo que quiero yo». Nombro a los poetas que le cantaron. Marcelino Román lo denominó, antes de ser Puerto Sánchez, Rincón de Pescadores. Las estrofas dicen: «Laboriosa pobreza arrinconada // Refugio entre barranca, río y arboleda // Donde comienza el bulevar Alsina // y su gente se agacha en la rivera // Hombres que curtió el río, valerosas mujeres // Al destino estas vidas le buscaron la vuelta // Y crecieron humildes alegrías como arbustos tenaces en las piedras». Una letra preciosa. Entonces, lo destaco a él. Lo destaco a Linares, por ejemplo: «Canción de cuna costera en Puerto Sánchez nació // y un camalote viajero sus dulces ecos llevó». Para nombrar a Jorge Méndez digo: «En tu modesta rivera el poeta se inspiró // y en este paraje mío hasta el cielo azul bajó». Así a todos, a (Ramón) Ayala también: «A Puerto Sánchez llegó el Mensú desde Posadas // y compuso una canción para Dominga de Almada». A mi marido también, recordándolo. Escribí uno que dice: «Te conocí en Puerto Sánchez una tarde de estío // y decidimos unir tu destino con el mío // Entre barranca, sausales y barcas de pescadores // levantamos un ranchito rodeado de humildes flores // Como dos almas gemelas nos fuimos complementando // y llegamos a buen puerto siempre remando, remando // Después vinieron los hijos y la dicha fue mayor // mi padre solía decir riquezas del pescador // Sabías secretos del río, espineles y correntadas // de dormir en un bendito o de armar una jangada // de todos eras amigos, no importaba condición // tu mano siempre tendida para cualquier ocasión // Cuando el creador lo llamó desde la tierra sin males // hasta el cielo lo llevó junto a los verdes sausales. // En sueños lo veo volver, aunque nunca se alejó // remanseando en Puerto Sánchez su corazón se quedó». Son cosas simples.
Como corolario, Dominga hace un comentario: «Me gusta que los medios dirijan su mirada hacia nuestra forma de vida porque los pueblos con el paso del tiempo crecen y los prejuicios se caen. Yo he estado en un auditorio con 150 personas en el Museo de Ciencias Naturales, pero antes no me llevaban. Al caerse los prejuicios, la identidad de nosotros se fortalece. Yo soy una defensora del río. Lo conozco, lo respeto y lo quiero. Reconozco que sirvió para el alimento, para hacer las canoas, para hacer los ranchos. Una vida linda. Sacrificada. De la nada, a puro sudor».
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Hermosa nota, gracias!